martes, 5 de junio de 2018


Volví. Volví como vuelven los viejos rockeros a esos escenarios que tanto les echaron en falta. El mismo hedor repugnante que ya se respiraba incluso antes de abrir la puerta del bar. Volví, volví porque es probable que nunca me hubiera ido del todo.

_ ¿Mario Miret? ¡Cuánto tiempo sin verte! ¿Se puede saber qué te trae de nuevo por aquí? _ me preguntó la camarera.

_ Lo que a todos, Noelia: la vida. En fin, ¿cómo va todo por el bar?

_Seguimos en las mismas, Mario. Ya nunca viene nadie. Por allí andan Cortés y Boby intentando colar a alguien esa porquería que escriben.

_ Lo hacen lo mejor que pueden, Noelia No seas así.

No había nadie más en aquel viejo antro salvo Cortés y Boby. Parece ser que se alegraron de verme, se levantaron y me abrazaron. Entonces me preguntaron por mi vida durante aquel último año.

_ Estuve viviendo algún tipo de aventura de la que pronto escribiré.

_ Eh, Mario, eh, tío, puedes contar con nosotros para lo que sea. Aquí siempre estaremos tus amigos.

_ No creo en la amistad, Boby. No me vengas con esas.

Boby tenía nombre de perro. Boby era un gilipollas.

Noelia se acercó y me sirvió un tercio. Le pregunté sobre las chicas que antes pasaban las tardes en el bar. Le pregunté por María, Cristina y Teresa. Le pregunté por las mellizas del padre pirata. Le pregunté por las chicas de veintiocho. También lo hice por las de dieciséis.

_ Nada, Mario. Pasan las tardes en la playa o la montaña. Llaman a sus novios y van al río a tirar piedras y comer sándwiches envasados.

Salí a la terraza del bar. Desde allí contemplé toda la cordillera mediterránea. Las olas chocaban contra las rocas y el agua salpicaba a los enamorados que se besaban en el puerto. Era genial. Entonces vi que Cortés y Boby salían detrás de mí. Se sentaron a mi lado. Eran buenos chicos. Idiotas, pero buenos chicos.

_ Esta noche salimos, Mario. Tenemos que celebrar que estás de vuelta –dijo Boby.

_ Parece ser un buen plan.

_ ¡Claro que lo es! Conocí a nuevas chicas, ¿sabes? Deben de estar al caer. Tienen pensado venir en un rato. Puedo presentarte a todas las que quieras. Cortés también estaba aquel día. Puede decírtelo él. Eran de lo mejorcito ¿eh, amigo?

Pero Cortés casi nunca hablaba. Solo hacía que beber. Bebía más que nadie. Escribir también se le daba bien, solo que lo que mejor se le daba sin duda era empinar el codo. En esas, salió Noelia a servirnos más cerveza.

_ ¡Eh, Noelia, eh, escucha! Hoy tenemos pensado salir para celebrar que Mario vuelve a estar con nosotros. ¿Te vienes, tía? ¡Va a ser la hostia! –dijo Boby.

_ ¡Y tanto que me gustaría, chicos! Pero hoy tengo planes.

_ ¿Planes? –la interrumpí exaltado. -¿Cómo qué planes? ¿Qué tipo de planes tienes tú?

_ Bueno verás, Mario. Luego he quedado con un chico. No es nada, ¿sabes? Quiero decir, solo nos estamos conociendo.

_ No, no, pero no puede ser. Tú nunca has sido de esas. A ti no te gusta conocer a la gente. Eres como yo. Siempre lo has sido. ¿Qué coño te pasa ahora?

Noelia comenzó a ponerse nerviosa.

_ ¿Que qué narices me pasa? No, Mario, no. Aquí al que le pasa algo es a ti. Vuelves por aquí sin dar ningún tipo de explicación y encima te mosqueas si te digo que he quedado con un chico. Déjame hacer lo que me dé la gana y no te metas donde no te llaman.

Entonces dio media vuelta y entró en el bar golpeando con fuerza la puerta.

_ Noelia tiene razón, Mario. Cuéntanos, muchacho ¿dónde demonios te has metido durante el último año? _ preguntó el idiota de Boby.

Atardecía en la ciudad bajo el prisma veraniego del mediterráneo. Seguí un rato más con la mirada perdida en el horizonte y saqué la cartera del bolsillo de mi pantalón. La abrí y cogí la foto de carné de la chica con la que había pasado el último año. ¡Ay, Carlota! La miré y la rompí por la mitad.

_ ¿Que dónde demonios me he metido, Boby? Verás… yo también estaba comiendo sándwiches envasados en el río –y dejé que el aire echara a volar los dos trozos de foto rota.

Entonces Noelia salió otra vez del bar y nos avisó de que entráramos.

_ ¡Eh, rápido, chicos, entrad! Echan el baloncesto por la tele.

Entramos inmediatamente y nos juntamos los cuatro en la misma mesa. Era el europeo. Jugaba la selección. España perdía de dos. Yo perdía la cabeza. Carlota, ¿dónde diablos estarás?

_Mira, Mario, por ahí entran las nuevas chicas –dijo Boby señalando la puerta.

Tres mujeres rubias de piernas largas se nos acercaban. Junté unas sillas a la mesa.

_ Venid, podéis sentaros a mi lado –dije.

_ ¡Qué amable, chico! Jiji, jiji.

Yo di un largo trago a mi cerveza. De nuevo sonreí. La luna, todavía prematura, esperaba expectante. Yo también esperaba. Yo era aquel tipo de un año atrás. Yo era Mario Miret. Yo acababa de volver.


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