Noche
de lujuria. Noche de pasión. Lo estaba pasando bien. Bailaban a mi alrededor
cientos de mujeres. Se acercaban, me besaban. Y más de una acabó invitándome a
un trago.
La Madriguera
era el nuevo pub de moda. Saltaban y se empujaban los borrachos en el pub. Salí
de entre el barullo de la gente y encendí un cigarrillo. Lo apagué. Nunca me
acuerdo de que no fumo. Entonces alguien puso una cerveza en mi mano:
-¿Sara?
No te veía desde el instituto.
-No
sabía que ahora te movías por aquí, Martín.
-Ten
amigos hasta en el infierno. Es lo que dicen, chica.
Volví a
entrar en el pub de moda como un moderno más. Intenté bailar sin despegarme de
mi preciada cerveza. Se acercó a mí la rubia de la barra:
-Oye,
tú te llamas Martín, ¿no es así?
-Lo
sabrás si algún día nos casamos.
-No hay
duda. Eres ese tipo raro que escribe cosas raras sobre la gente normal.
-No,
nena. Soy ese tipo normal que escribe cosas normales sobre la gente rara.
-Estás
loco, ¿lo sabías? Ven Martín, deja que te invite a otra cerveza. Por cierto,
me llamo Paula. Aunque todos me llaman Paulita.
He
conocido a miles de Paulitas a lo largo de mi vida.
Cogí un
taxi. Conducía la doble de Hillary Swank.
-Oiga,
perdone señorita, ¿Le puedo llamar Hillary?
-Ni se
te ocurra, Martín. Para ti soy la señorita Swank.
Vaya,
sabía cómo me llamaba.
-Oiga,
señorita Swank. Estoy sin blanca, ¿no sería usted tan amable de fiarme?
-Bésame Martín, tu lengua es la plata que más necesito.
Y
cuando bajé del coche se lo pregunté.
-Dígame,
señorita Swank. ¿Cómo es que sabe mi nombre? Usted también lee mis relatos, ¿no
es así?
-Llevas
un cartel en la camiseta con tu nombre, chavalito.
Y no
volví a ver más a la señorita Swank.
En casa,
abrí una nueva cerveza. Me asomé al balcón. Sonreí. La calle estaba repleta de hombres
y mujeres cantando. Salí disparado de esa especie de madriguera en la que vivía
y me acerqué a ellos. Empecé a besarles. Mi amigo Gastón estaba entre la
muchedumbre.
-Gastón,
viejo amigo. Ven y bésame. Necesito uno de tus besos sagrados.
-Mírate, Martín. ¿Dónde quedó tu honestidad?
-Amigo
Gastón, ya no he vuelto a ser honesto, ¿para qué si nadie me entiende?
-Y esas
chicas, Dios, Martín, esas chicas, ¿cómo lo haces?, ¿cómo las consigues?
-El
problema, amigo Gastón, no es cómo las consigues, sino cómo te deshaces de
ellas.
Amanecía
en la ciudad entre vómitos y peleas callejeras. Caminaba con Gastón por el
Paseo Marítimo.
-¿Sabes
Gastón? No hace mucho conocí a una chica. Alma recuerdo que se llamaba.
-¿Qué
cuenta la buena de Alma, Martín?
-Gastón,
su nombre: Alma. ¿Para qué quieres que cuente nada más?
-Bonito
nombre, Martín. Es un nombre maravilloso. ¿La conociste en La Madriguera?
-No,
Gastón, ella no va a esos sitios.
El sol
iluminó la playa. Las peleas acabaron en tablas. El olor a vómito era
exquisito.
-Así
que Alma, ¿no?
-Así
es, amigo Gastón, así es.