martes, 30 de septiembre de 2014

CARTAS PARA PAULA: SEMANA 15

“Sexo es emoción en moción”


Mi fantasía eres tú. Pero no te sirvió como respuesta. Venga, Martín, quiero que me digas sinceramente cuál es tu mayor fantasía sexual. Y entonces te imagino a ti encima de mi disfrutando del acto de quererse ante cientos de conocidos que nos miran asombrados por nuestra facultad de compenetración. Te ríes, es normal, aún puedo sentir tu risa en mi mirada y tu contestación más que sorprendente: ¿Esa es tu fantasía? Algo tan irrisorio como erótico, por eso me gusta. Y continúas venga que venga con la agudeza de tu risa mientras nos vestimos y volvemos a la realidad de un mundo que poco a poco empieza a conocernos.

Cada vez volábamos más alto. Quince semanas nos bastaron para conocer cada recoveco de nuestros aún jóvenes cuerpos y la confianza era tal que la desnudez no era sino la vestimenta más agradable para mantener viva esa magia salvaje. ¿Por qué se acabó? ¿Por qué después de tanto tiempo? Siguiendo con la normalidad de nuestros días me presentaste a tu madre como un amigo muy especial. Por fin dejamos de estar sujetos a las cadenas de lo oculto y pudimos mostrarnos al mundo tal y como éramos, y lo éramos todo, si bien es cierto que lejos aún quedaba la nada en que acabamos por convertirnos, tan lejos que a día de hoy repaso una por una estas cartas para saber dónde empezamos a perder la esencia que nos mantuvo unidos. Recuerdo a tu madre, que me aceptó de buen gusto en tu más que humilde familia; a tu hermano, que me miraba siempre con esa cara de circunstancia que nunca supe cómo interpretar y aun así me vio como el socio ideal para jugar a tenis los domingos por la mañana.

El sexo dejó de ser un pensamiento para convertirse en sentimiento. Combinábamos la pasión con el erotismo, dejamos a un lado los tabús y los silencios incómodos que solían producirse en los inicios y ahora el diálogo formaba parte esencial de cada acto. Y la música, tú empezaste a ponerle banda sonora a nuestras noches y empezamos a follar rodeados de grupos musicales de la talla de Sigur Ros, Depeche Mode o The Stooges, y cantantes como Otis Reding o George Michael. Canciones que acompañaban todo el coito, desde las risas iniciales hasta que la cama de tu habitación se recalentaba y acababa explotando en mil pedazos, desde la suavidad del principio hasta que el ritmo aumentaba y finalmente acabábamos reposando el sudor del uno en el del otro. No había nada más épico por entonces que aquellos actos a los que bautizaste como los polvos de la confianza.

Fue un sábado por la noche. Habíamos cenado en una pizzería del puerto y fuimos a tu casa a ver una película. Tu hermano estaba en el café y tu madre tenía una de esas citas esporádicas que tanto le alegraban el cuerpo. Al llegar a la puerta no me dejaste entrar. Espera Martín, cinco minutos y te dejo pasar. Y luego entendí por qué la espera había merecido la pena. Al pasar al recibidor me encontré con tu presencia y con pasos sordos me guiaste a oscuras hasta el comedor donde pude comprobar que diez velas iluminaban a todos nuestros espectadores. Decenas de fotos de nuestros amigos colmaban estanterías y muebles del comedor y un edredón blanco invadía parte del suelo. De la minicadena de uno de los estantes empezó a sonar Saeglopur, de Sigur Ros, y nos sentamos en el edredón listos para comernos la canción. Esto es lo máximo que puedo hacer por tu fantasía, Martín, vamos a hacerlo delante de todos. Nos reímos y te di las gracias por esa noche. Luego empezamos a frotarnos y a fundirnos en los 1220 grados en los que se funde el hierro, siendo cómplices de fotografías de los chicos y chicas de clase, de profesores del instituto, incluso las había de tu hermano y de algunos de mis primos que hasta la fecha te había presentado. Estando los dos sentados abrazaste con tus rodillas mi espalda y perdimos la noción de los días vividos hasta dicho momento, poco importaban también los días venideros porque más allá de aquel comedor, más allá de nuestros cuerpos, más allá de nuestros labios, estaba aquel primer te quiero que dejamos escapar y nada más.


El aire de la mañana era todavía una ligera brisa de lo que nos quedaba por vivir. Vientos torrenciales, tormentas de arena, las aguas bravas del mar Mediterráneo. Pero de viajar en velero construimos un barco ballenero capaz de soportar el mal clima. ¿Dónde perdimos el norte? Hoy en día sigo contemplando el atardecer, el sol tras la montañas es una larga sombra de lo que fuimos.

jueves, 25 de septiembre de 2014

Historias de diminutos y gigantes (XVI)


Carta a Paula (El verano de tu beso)

Dedicado a Paula, y en especial, a todas su amigas

Parece ser que estábamos en esa discoteca donde los chicos siempre van diciendo eh nena, ven y arrodíllate que somos los dueños de la noche, y quizás tú no lo recuerdes pero en aquella discoteca, bajo la molesta luz intermitente de la pista de baile, te acercaste a mí, me susurraste algo al oído y acto seguido me besaste en la mejilla.  ¡Uauh! Todavía puedo sentir tus ebrios labios en la mejilla izquierda, tan cálidos, tan llenos de vida. Pasó que justo en aquel momento Alberto se había puesto malo y empezó a salirle vómito por las orejas. Nos tuvimos que ir corriendo. ¡Qué desgracia! Ni me despedí de ti.

Han transcurrido ya siete veranos y todavía sigo dándole vueltas. Si te soy sincero, Paula (siempre tengo en mente tu nombre), me gustaría saber cuáles fueron tus palabras antes del beso. No hay día que maldiga la  música tan ruidosa de aquel cuchitril. Necesito que me lo digas porque sinceramente es el mejor recuerdo que guardo de ti. Luego ya te acostaste con mi amigo y lo echaste todo a perder. Bueno, tampoco era tan amigo y, ¡qué narices!, por aquel entonces ya estaba todo perdido.

Aunque sí, Paula, tenía que haber arriesgado: buscarte por Barcelona (ese mismo año fuiste a estudiar allí), llamar a tu timbre y decirte: Oye Paula, Paulita, mi vida, ¿qué me dijiste la noche del beso en la mejilla? Y tú, sorprendida al verme, responderías: ¡Charlie, querido! ¿Qué carajo importa lo que te dijera esa noche? Ahora estamos juntos y ya nada nos separará. No Paula, amor, te equivocas, te acostaste con mi amigo y eso ya no tiene arreglo, te recriminaría. Y, conociéndote, tú dirías: Charlie, pícaro, pequeño sabueso, ¿YA NO RECUERDAS QUE TÚ FUISTE EL PRIMERO QUE SE TIRÓ A TODAS MIS AMIGAS? Y entraríamos en un círculo vicioso, y ya sabes, Paula, Paulita, vida mía, que a mí, a vicioso no me gana nadie.

Durante todo este tiempo estuve escribiéndote infinidad de cartas, pero esta es la primera que me atrevo a enviarte. En las otras escribía lo imprescindible que eras en mi vida y que amaba esa manera tuya de actuar tan impredecible. Quién me iba a decir a mí que ser tan impredecible te diera lugar a acostarte con mi amigo. ¡Vale! Ya dejo el tema de mi amigo en paz. En realidad poco importa eso ya. Sé que acabaste ennoviada con un tal Roberto y que vivís felices con vuestros hijos (que tan perfectamente podían haber sido los nuestros).

¿Qué encantadoras palabras susurraste a mi oído, amor? Mil veces pude preguntártelo después de aquella noche, lo sé, pero el escaso tiempo en el que la vida nos mantuvo unidos, lo dediqué expresamente  a comprobar si también tu lengua mantenía la misma ebriedad que tus labios. Siempre cálidos. Siempre llenos de vida.

Tanto tiempo ha pasado y yo te tengo tan presente.  Ya me despido Paula. El futuro está esperándome. Pero no hay verano que empiece y no me acuerde de tu aliento. ¿Qué me dijiste? ¿Qué diablos hizo que me besaras? Necesito saberlo, cariño, como el aire los humanos, porque yo, desde entonces, sigo sin lavarme la mejilla.

lunes, 22 de septiembre de 2014

CARTAS PARA PAULA: SEMANA 5

 "Lo importante más que el sexo 
 es saber con quién hacerlo"


No somos nada, es lo que decías después de cada polvo, tú te corres, yo me corro, ¡yo me corro!, ¿qué más quieres? Sí, tal vez cinco semanas no eran todavía suficientes para preguntarse por algo más, pero fuiste a parar con un primerizo en eso de las relaciones y ya desde el principio andaba ansioso por deambular contigo por todos y cada uno de los rincones de la ciudad.

Primerizo en todo tipo de relaciones. Sé que te diste cuenta al instante pero callaste tratando únicamente de guiarme por los puntos más inverosímiles y excitantes de tu cuerpo. A un lado dejaba la virginidad que me había acompañado desde que con catorce años solo me atreviera a juguetear con las nalgas de una chica. Tres años y muchos culos después estaba yo encima de ti perdiéndome entre las sábanas azules de tu habitación. Despacio, decías susurrándome al oído, tranquilo, no tengas tanta prisa. Y extrapolabas el mismo discurso cuando tras cada polvo yo te observaba desnuda y preguntaba por un futuro que tanto se hacía de rogar. Tengo las mismas ganas que tú, Martín, pero no sabes qué difícil es salir de una relación y volver a engancharse a otra en tan poco tiempo. Y así, con la tranquilidad a la que conlleva el post coito, empezamos a conocernos intrínsecamente hasta que tu madre salía del trabajo.

En clase nunca me sentaba a tu lado, nadie sabía nada y la idea de que la unión de tu cuerpo con el mío fuera un secreto aumentaban mis ganas de volver a entrelazarme contigo a la salida del instituto. Y así empezamos a ser partícipes de la mejor de las rutinas inventadas: la fornicación. En la cama, debajo de ella, en el sillón, en la habitación de tu madre, encima de la mesa del comedor, en la playa a altas horas de la madrugada, en el probador del Corte Inglés, entre dos coches a la salida de una disco; arriba, abajo, de lado, de pie, desde atrás, contra la pared, sobre una silla, abrazándonos con las piernas la cintura. Y es ahora, al describir lo que fueron nuestras primeras semanas, cuando empiezo a practicar el onanismo con cada momento y cada postura que recuerdo.

¿Cuántos años tenías cuando se separaron tus padres? Respondiste que siete, pero que lo recuerdas como si se tratase de ayer. Todavía los veo hablando en la comida, que si falta pagar esto, que si falta comprar lo otro, cuando lo que faltaba realmente era amor en esta casa. Se fue mi padre y mejoró la vida familiar. Apenas hablamos desde entonces. ¿Sobre mi ex? Resultó que todo el amor que le di no me fue recibido y que tardé en verlo, y que una vez visto quise matarle a él y quise matarme yo por no haber sabido verlo. Bueno y deja de preguntarme y vayamos al lío que ya he visto que tu pequeño gorrión ha vuelto a despertar. Y tú esta vez encima, o debajo, qué más daba, volvíamos a perdernos en la inmensidad de aquel mundo que creamos para follarnos con el cuerpo y corrernos con el alma.

Pocas noches dormíamos juntos, y en las que lo hacíamos yo tenía que desaparecer antes de que tu hermano se levantara para ir a abrir el café. Fue en esas mañanas cuando empecé a encariñarme con tu aliento matutino, tu pelo alborotado, tu aparato de dientes nocturno, tus calcetines por dentro del pantalón y me quedaba un rato despierto contemplando esa imagen por si el tiempo a tu lado fuera caduco y no me fiara de mi capacidad de retención de lo vivido. Y es así como después de darte un beso de buenos días, de volver a taparte con la sábana perdida en la noche y despedirme con un nos vemos luego en clase, abría la puerta haciendo el menor ruido posible y volvía a mi casa andando con tanta felicidad como sueño tenía. Empezábamos a ser alguien, y los pesqueros navegaban, las gaviotas despertaban, las calles aún estaban mojadas.

lunes, 15 de septiembre de 2014

CARTAS PARA PAULA: SEMANA 0

                                                                                                    “En todo encuentro erótico hay un    personaje                                                                                                                            invisible y siempre activo: la imaginación". 
Octavio Paz



Al principio todo era de colores. Tus ojos. Tus labios. Las gotitas de pis que siempre dejabas estampadas en tus bragas. Era la lógica irrefutable de los diecisiete, una primera oleada de sentimientos que empezaban a florecer cuando tú, tan extrovertida como a partir de entonces resultaste ser, te abalanzaste sobre mi espalda en aquella fiesta de bienvenida del inicio de curso. Te presentaste como Paula y poco más. Tú ya sabías que yo era Martín, el chico nuevo del bachillerato y me obligaste insistente a que te sacara a bailar. Y un baile, un par de cervezas y tres chupitos después ya estábamos perdiendo la ropa en los jardines traseros de aquel local de mala muerte.

Quince lunares conté antes de que mi vista alcanzara el contorno de tus pechos. Luego no dejé de fijarme en ellos en nuestros cinco años de relación: el contraste entre ellos y el resto de tu cuerpo, el mismo que volvía a perder su tonalidad en lo más íntimo de ti, lo que a su vez se convirtió a partir de entonces y noche tras noche en mi perdición. Tú lo que viste no fue más que lo esperado, la delgadez de mis minúsculos huesos y un engañoso trozo de carne sobresaliente que se venía arriba entre caricias y mordiscos.

Pero tu plan no iba más allá de lo ya hecho hasta el momento. Solo querías conocerme. Desvestir nuestros jóvenes cuerpos solo era una artimaña para hablar de mujer frágil a hombre frágil. Me dijiste que te quedaba poco para cumplir los dieciocho, que tus padres estaban separados y que acababas de salir de una relación.. Yo soy Martín, he sido increíblemente tímido hasta la fecha, me gusta escribir, suelo llevar unas gafas enormes y creo que me estoy enamorando de ti, te dije sin pensar. Te reías y reías mientras jugabas con el vello púbico de tu entrepierna. Arriba y abajo. Y otra vez. Arriba y abajo. Y te abrías como buenamente podías y te acercabas a besarme y reconocer cada parte de mi cuerpo con tu mano. Vistámonos y vamos a mi casa, sugeriste, por lo que pensé que el reconocimiento no había ido del todo mal.

Un hermano imaginé que tenías, por las fotos del comedor. Una madre que yacía dormida en la salita contigua y toda una habitación para los dos, donde nos dejamos caer sobre la cama y me imaginé arrancándote la ropa a pedazos mientras mordía tus labios antes de formar un riachuelo de saliva hasta llegar a los hermanos inferiores de estos, y apartar a cada lado la mata de pelo que los cubría y perderme finalmente en tus adentros. Luego podría haber cogido tus piernas y dejarlas descansando sobre mis hombros para acercarme con delicada violencia a ti y penetrarte a ritmos incesantes. Y una vez dentro empujar hacia arriba y hacia delante hasta conseguir que las naves de agua despegaran y formar conjuntamente otro riachuelo mientras mi saliva seguiría aún sobre tu estómago y con la mayor de las consecuencias yo descansaría mi cabeza sobre tu ombligo.

Fue tanta mi imaginación que no te escuché la primera vez y tuviste que volver a repetirlo. ¿Me has oído?, preguntaste, no me apetece follar, lo siento, me encuentro algo cansada. Y yo sin reprocharte lo más mínimo te dije que sí, que me parecía bien, y nos quitamos de nuevo la ropa como en los jardines y enganchado a tu espalda fui acariciando tu cuerpo hasta caer rendidos. Y es así como todavía cinco años después te quiero recordar. Tan humana y tan sensible como tus lágrimas de dormida me hacían suponer. Llorar en sueños a la luz de las rendijas de la persiana de tu habitación con tu delicado cuerpo a la intemperie, unas lágrimas que tardaría tiempo en adivinar de qué eran consecuencia y el porqué de solo expresarlas cuando tu mente desconectaba. Pero lo importante en aquel preciso momento era que todo en tu habitación desplegaba una armoniosa melancolía: el montón de peluches desparramado por el suelo, las almohadas de Agatha Ruiz desordenando tu escritorio, aquellas braguitas ajustadas que tiradas por encima de tu mesilla de noche me hicieron sonreír y pensar que aquello era el principio de una eternidad que perdió su condición de infinitud a los cinco años.