lunes, 30 de enero de 2012

Microrrelatos para Micropersonas (VII)


Marilyn


Marilyn caminaba a paso lento dejando la playa aparcada a su derecha. Tambaleaba las caderas de un lado a otro con tanta presuntuosidad que era la envidia de todo aquel transeúnte que se cruzaba. No tenía rumbo fijo y las primeras gotas de lluvia comenzaban a  posarse sobre sus cabellos de oro. 

Mientras seguía vagabundeando por las calles, la adinerada Marilyn sustrajo un frasco de perfume de su bolso y ambientó su cuello con Channel. Sus tacones producían estridencia, presa del pánico y la desesperación; y mantenía un ritmo audaz y constante que provocaba que las perlas de sus lóbulos ladearan como el viento ondea las banderas.

Decidió sin más descansar en aquel banco con vista a los pesqueros y esperar allí a que el tiempo siguiera trascurriendo con total normalidad. Marilyn dobló sus piernas como una señorita y haciendo uso de un minúsculo espejo, se pintó los labios color turquesa. Miró la hora en su nuevo Viceroy y, apoyando las manos en sus muslos, comenzó a tambalearse de atrás hacia delante.

La tarde ya empezaba a desvanecerse y la noche enfrió el dulce cuerpo de una Marilyn que continuaba sentada todavía en aquel banco junto a los pesqueros. Y así trascurrieron noventa y nueve largos años en los que de tanto esperar, cayó al fin rendida como un azucarillo, resultando la muerte la gran victoriosa de su eterna espera. 

Dicen que la enterraron debajo de aquel mismo banco donde Marilyn se dedicaba a ver la vida pasar. La enterraron junto a las joyas y el perfume, junto a los tacones y el reloj. Un reloj que seguía marcando las horas de una espera sin fin. 

Y allí, a escasos metros de donde Marilyn dormía profundamente, los pesqueros ondeaban sus banderas mientras un enorme sol irradiaba el agua cristalina.

viernes, 20 de enero de 2012

Conversaciones con un muerto viviente (II)


El vuelo fugaz de los pajaricos


Puestos a sentirlo, realmente lo siento mucho. ¿Te das cuenta de cómo pasa el tiempo? No obstante, sigo escribiendo las mismas gilipolleces y tú no dejas de dormir. Si te digo la verdad me preocupa no saber dónde está mi límite. Te explico. A veces hago cosas por la gente, a veces. Quiero decir, para impresionarlos, para demostrarles que los siento únicos, que son únicos. Pero no es cierto del todo, me gusta jugar a retarme a mí mismo. Y quizás es el egoísmo propio el que me lleva a querer hacer sonreír a los personajes de mi vida.

Cuando el cazador dispara al árbol, todos los pájaros escampan. Vuelan perdiendo de vista esa rama en la que estaban apoyados. Y no vuelven a mirar atrás. Ni siquiera vuelan juntos. El temor a las balas les vuelve solitarios. Joder, me he convertido en un puto pajarico. 

Lo que te decía es que el tiempo pasa muy deprisa. El otro día me declaré a una chica. Sí, estoy enamorado. Bueno no, realmente no lo estoy, pero, ¿qué más da? ¿Sabes lo que pienso? Que no hay que plantearse esas cosas, simplemente actuar cuando uno tiene algo dentro. Y ese algo que yo tengo dentro se llama nostalgia.

Estoy harto de tener que tomar estúpidas decisiones. Además, los jóvenes tendemos a radicalizarlo todo. No tenemos término medio. Somos como esa manada de pajaricos apoyados en la rama más alta de ese árbol. Se encuentran tan juntitos declarando sus amistades para siempre, que ninguno imagina que en el momento en el que el cazador dispare, van a volar sin sentido enloquecidos por el disparo. Revolotearán sus alas en todas direcciones y cuando crean que el peligro ya no acecha, serán conscientes de su propia soledad.

A veces piensas en una persona y recuerdas que fue tu mejor amiga. Actualmente no os habláis, os habéis ido distanciando hasta el punto en que ya no podéis ni respirar el mismo aire. ¿Realmente quieres saber lo que pasó? Que nos dispararon, Celeste. Que aquella maldita bala nos separó estrepitosamente. Y te diré más, ¿quieres saber quién disparó contra nosotros? Fui yo mismo. Yo fui el cazador. Llevé mi bipolaridad hasta los dos extremos y me convertí en un "pajarico cazador". Sí, ya sé lo que pensarás de mí Celeste, pero soy uno de esos estúpidos jóvenes radicales.

Jo, cómo pasa el tiempo. Nadie puede luchar contra él, pero ya sabes mi debilidad por los retos, ¿no? Va, da igual. No creo en esa gente que piensa que se puede empezar de cero. El pasado siempre te acompaña, siempre te atormenta. Y te condiciona porque te domina. Aunque hay pasados con los que harías el amor durante toda la eternidad. Buf... la eternidad, la madre de todos los tiempos.

Será  mejor que me vaya despidiendo. No Celeste, esta historia no tiene moraleja. Es simplemente la fábula triste de un pajarico cazador. Aunque bueno, si me apuras te diré que la próxima vez que alguien dispare contra el árbol, volaremos en círculos hasta que el cazador desaparezca, y entonces nos volveremos a asentar en la misma rama de ese árbol demostrando que no hay bala que pueda con nosotros. Y así Celeste, habremos vencido al tiempo. 

Consigue que el sueño se apodere de ti Celeste, y echa a volar la imaginación.

viernes, 13 de enero de 2012

LA GUARIDA DEL RATÓN III

3º Quesito: Las Sentimentiras



No entiendo a esas parejas que dicen que se amarán eternamente. Que infravaloren el querer y juegan a ser felices para siempre. Aquellos que necesitan estar acompañadas para no sentirse impotentes ante la soledad.

Detesto a todo aquel que se aferra a otra persona por el hecho de llenar la cama. Que se aburren y necesitan querer a alguien para llenar ese vacío repugnante. Aquellos  que utilizan las sentimentiras para estar con alguien y sentirse importantes. 

Soy el primero que ha jugado a eso de los novios por el día y a la hora de la siesta si te he visto no me acuerdo. Pero el verbo querer no se falsifica. El verbo querer se crea de la nada y se transmite con el todo. Y cuando los sentimientos son de verdad, no hay juego que valga.

Pero soy orgullo de nacimiento, y prefiero que piensen que soy un gilipollas sin corazón que un romanticón al que se lo acaban de romper. Por eso llamaré la atención, me disfrazaré de payaso triste o me inventaré un personaje de ficción, porque mi locura, vieja amiga, empieza en el momento en el que dejo de pensar con la cabeza para pensar en ti. 

martes, 10 de enero de 2012

Testimonios de un amor sin conclusión (VII)


Tu piel. Tu nombre. Tu calor


Es nuestra historia y nadie nos la podrá quitar. Hemos vivido todos esos momentos con una intensidad inaudita, creyendo que los superhéroes existían porque nos teníamos el uno al otro. Cualquier mañana sobreviviendo a lo vivido la noche anterior, emitiendo sonidos sordos dentro de nuestra conciencia, vibrando ante las caricias, gozando en cada instante en que mi lengua se introducía en tu piel. 

Tu piel, la vida de un cordero y la inocencia de un bebé. Tres hechos tópicos de una vida sonriente. Y ahora ya nos ves, no somos dueños de nuestro destino y nadie se acuerda de la amistad cuando se han roto tantos platos. Ahora la culpa me corrompe y créeme si te digo que en las noches, la soledad susurra las iniciales de tu nombre. 

 Tu nombre, la alegría de un enfermo y el primer amor. Tres hechos tópicos de una vida esperanzadora. Y el hecho de que pienses que en mi cabeza todo es temporal, que no exista el infinito y seas pura mercancía de una embriagadora madrugada más. Pero somos carne de cañón, y la distancia reseca mis labios, no por el frío, sino por no sentir calor. 

Tu calor, fuegos artificiales y la “tristelicidad” ardiente. Tres hechos tópicos de una vida junto a ti. Olisquear tu piel pronunciando tu nombre mientras me muero de calor. El único aroma del que me quiero embriagar cada madrugada, y ser yo quien susurre tus iniciales preso de la pasión. Porque mi locura, vieja amiga, empieza en el momento en que dejo de pensar con esa maldita cabeza que tengo, para pensar en tu piel, tu nombre, tu calor.

sábado, 7 de enero de 2012

Microrrelatos para micropersonas (VI)


EL HIELO ARDIENTE DEL BESO CONGELADO


La conocí mucho antes de que ella lo supiera. Siempre pedía whisky con hielo. La quise el día en que me conoció. Nunca pensaba en el futuro. Me enamoré cuando empezamos a besarnos. 

Nos imaginé entonces en su cama fabricando las mañanas. Sonaba esa canción en la que aquel tipo no se atrevía a decir “te quiero” por miedo a que algo cambiara. Ella simplemente quiso rellenar su vaso. A mí me daba igual esa maldita canción.

  - Te quiero.
 - ¿Qué? – se asustó.
Rectifiqué.
 - Que te he pedido hielo.
 - ¿Más hielo por qué?
 - Porque quiero congelar este momento todo lo posible.

Me miró con extrañeza, pero siguió masticando mi lengua en su garganta. No dejamos de besarnos. No dejamos de besarnos, hasta que el hielo, muy a mi pesar, se derritió.

jueves, 5 de enero de 2012

Conversaciones con un muerto viviente (I)


 La mano que sostiene las uñas de tus pies


"Si te he visto no me acuerdo, ¿qué vería en ti, chaval?" Se me ocurren tantas canciones disparatadas que me hace pensar que es normal que las situaciones que vivimos sean tan difíciles de entender. 

Yo por la ventana me distraigo observando a los pajaricos piar en busca de un cobijo donde caiga la sombra. Podría decirse que todo esto es porque tengo la cabeza llena de pájaros, y seguro que tú también. Pero los pájaros son geniales, saben volar. ¿Sabes? Es como un niño pequeño que suelta un globo de helio y vuela tan alto que se pierde en la enormidad. A nosotros, si realmente nos soltaran también seríamos capaces de perdernos. Por eso creo que hay alguien que nos amarra al suelo, como queriéndonos decir: "¿Tú dónde te has creído que vas? Aquí te queda mucho por hacer todavía". 

Demasiado peliculero todo. A veces me olvido de que la vida es real y el cine simple ficción. Pero a todos nos gustaría ser protagonistas de una de esas pelis súper taquilleras  y hacer, de quien queremos, protagonista imprescindible de nuestra gran obra maestra.

Y, "¿qué hace una chica como tú en un sitio como éste? ¿Qué clase de aventuras has venido a buscar? "No temas, que lo bueno de que esto no sea ninguna película es que no existe un final hasta que uno no lo desea así. El problema es que me da miedo mirar a los ojos de la gente, podría acabar enamorándome. Está bien, la vida es más fácil si no te calientas la cabeza, pero yo me moriría del aburrimiento; y puestos a morir, prefiero morir de amor.

¿Ves Celeste? Esto es lo que pasa cuando uno no hace más que soltar cursiladas, que se acaba volviendo loco. Y de locuras va el asunto. Me he arrepentido tantas veces de hacer algo que he acabado por tener la costumbre de equivocarme siempre en lo mismo. El problema es que creía que era culpa siempre de los demás, y quizás a veces lo fuera, pero hay que mejorar, competir para superarnos a la hora de querer ser felices. Por cierto, debes de saberlo ya Celeste, da mucho miedo ser feliz. Hazme un favor y consigue que quien tenga ese temor, sea capaz de superarlo.

Si te soy sincero, solo pretendo conseguir sentarme en la terraza de una cafetería y pedirme otra cerveza. Entre tanto sostengo un bolígrafo en la mano y apunto en una servilleta la primera gilipollez que recorre mi cabeza: Sexo en el parque de atracciones. Jugueteo con tus dedos.  Hoy no llevo ropa interior. Y quiero que juguemos con los coches y si me apuras, que follemos otra vez y lo dejamos todo perdido.

No sé, supongo que me toca barajar de nuevo las cartas y reflexionar para poder continuar. Los juegos pasionales acaban destrozándome. Por eso la reflexión es necesaria Celeste, tanto como el respirar. Confío en que si yo echara a volar, alguna mano de uñas mordidas se anclara a mí y me dijera: “De mi lado no te moverás”. Tengo sueño Celeste, déjame soñar.

martes, 3 de enero de 2012

Testimonio de un amor sin conclusión (VI)


La calle que lleva su nombre


Hace tiempo que no sé de ti. Tanto que he conseguido hallar la respuesta al problema que se nos había planteado. Las calles, a lo lejos, han propuesto soluciones inesperadas, nada que ver con mi desesperación, con mis ganas monstruosas de chillarte, con la fobia a tus palabras malsonantes. Las calles nos quieren renovar, a mí alejarme de este maldito lugar y a ti enamorarte de cada alma que se regocije en tu sentido más profundo cada madrugada.

 Ese es el destino, cegarnos con la luz que fuimos el uno para el otro, romper cada recíproco formado entre los dos, ser Góngora la razón y Quevedo la verdad. Recordar tu oscuridad en cada uno de mis pasos, perderme en esa calle que contra viento y marea acaba por destruir las arrugas de mi piel, una piel que muere por acariciarte los misterios, misterios de donde saltan chispas y avivan tus pupilas. Nos quejamos de eróticos calambres desorbitados, como la luna cuando es nueva, cuando nadie la ve, que se mira, se toca, empieza a quererse sin querer ver el mundo a sus pies.

Y con los pies en tierra caminamos en sentidos que nunca más se cruzarán, como el fauno en un laberinto, como un laberinto en mis relatos, como mis relatos que del tiempo forman calles melancolía. Y  contigo, secreto divino, voy sin rumbo hasta el final de esta travesía como el loco obsesionado en convertirte en poesía. Se me escapa de las manos,  ayúdame si eres amiga, que si del tiempo escribo calles, de tus años mis libros son ciudades.

domingo, 1 de enero de 2012

LA GUARIDA DEL RATÓN II

2º Quesito: La desesperación





Rodeado de radicales, extremistas, híbridos, indiferentes, homosexuales, transigentes, fanáticos de Dios, agnósticos, ateos, tránsfugas, enfermos del sexo o alérgicos a él, pervertidos, resultonas, frescas, mojigatos, idiotas.

Sé que me enamoro perdidamente de neófitos, perras malolientes, inútiles salvajes, depravados sexuales, descerebrados analmente.

Sé que soy difícil de entender, de agradar, de querer. Soy fácil de usar y desconfío de quien lleva chándal, de las buenas intenciones, de las amistades publicadas.

 Ahora me gusta una chica, y me estoy muriendo por ella, ella lo sabe y no se suicida. El otro día me tocó y no sintió nada. Se cree que soy mujer. Ahora soy su mejor amiga.

Le he dicho que no soy nadie, solo un escaparate de congelados. Que rompa el caparazón, que el calor lo llevo dentro.