domingo, 17 de junio de 2012

MALDITA ACTUALIDAD 2 (R)


Gracia, de la Grecia desgraciada

 "Sentirme mudo es como estar desnudo, sentirme mudo me hizo reaccionar" La Raíz

Cuando Gracia nació el mundo se paralizó, y para su padre fue un momento clave porque la bolsa no paraba de subir. En los primeros días de vida del pequeño bebé se firmaron 28 pactos de tregua, uno por cada guerra activa que había en aquel momento. El día de su primer cumpleaños se acordó concederle al país fiesta nacional todos los  15 de junio, en homenaje a un nacimiento que eclipsó hasta el paraíso.
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Gracia fue haciéndose mayor y adquiriendo mayor influencia sobre todo aquel que la idolatraba. Era como una bendición para el Estado, tanta que el gobierno de turno se dio cuenta de ello e instauró un Paseo con su nombre en cada ciudad. Ello avivó a todo vecino a querer comprar una vivienda lo más cerca posible de un Paseo de Gracia en el cual ya se habían instaurado los mejores comercios a nivel internacional. Fue entonces cuando los especuladores emergieron de debajo de las piedras y encarecieron los hogares jugando con las ilusiones de una gente engraciada por la figura de una niña.

Aún recuerdo cuando al padre de Gracia le dio un infarto que a punto estuvo de acabar con él. Resulta que su pobre hija de 18 años había roto con el novio, un alemán aburguesado que vivía la política muy de cerca; y como consecuencia, el desplome de la bolsa fue tan descomunal que hasta aquel día nunca se había vivido otro parecido. “La crisis de la edad del pavo”, se comentaba por ahí, “De esta no salimos, la niña lo está pasando muy mal”, pensaban otros.

Y aquí fue cuando el Gobierno, en un afán de recuperar la economía y las esperanzas de todo ciudadano, optó por cambiar el nombre del país por uno semejante a “Gracia”, pero cambiando alguna letra, para que tampoco recayera todo el peso de la sostenibilidad de un Estado en una sola persona. Fue así como nació Grecia. “Esto es obra de la ‘gracia’ de Dios”, se autoconvencían los más místicos. “Esto no supone ningún cambio, estamos condenados a la desgracia”, criticaban por otra parte los escépticos.

Pero la sociedad había cambiado, la gente consumía más porque radiaba de felicidad y el endeudarse hasta las cejas parecía un mal menor. La bolsa no paraba de subir y el padre de Gracia se había injertado pelo. Pese a ello, a la chica se le veía poco por las calles y no se le había vuelto a emparejar con ningún otro mozo. 

Pasaban los años para todos, y para Gracia no iba a ser menos. No se había casado y carecía de descendencia. Eso sí, había practicado mucho sexo, sobre todo con portugueses e irlandeses,  a veces incluso con las dos nacionalidades a la vez. Pero la edad le pesaba tanto que cuando cayó enferma no hubo manera de volver a hacerle el amor. Entonces, más pronto que tarde, Gracia murió a los 34 años de edad.

Tras su fallecimiento el pueblo entero salió a la calle reivindicando el nacimiento de otra Gracia mucho más fuerte. Su padre se olvidó de la bolsa y vendió sus injertos. Aquel alemancito ex novio de la niña se casó con la Canciller del país germano; y la deuda comenzó a tener importancia. Para entonces Gracia ya había recibido sepultura y todos hablaban sin parar de aquella niña de la Grecia desgraciada.

jueves, 14 de junio de 2012

Historias de diminutos y gigantes II (R)

 Las líneas blancas de la calle

"Para que algo sea imprescindible debe de estar muerto, para que sea impredecible debe de resucitar"


 Estaba yo recordando a la chica de anoche y cómo me besaba haciendome una limpieza dental con su lengua, mientras yo con la mía intentaba tocarme la puntita de la nariz, para matar el tiempo más que nada. Luego intenté tocarme el culo con el codo, pero resultó imposible. Recuerdo que me decía cosas como: “Hazme tuya”. Yo dejé de hacer el tonto con mi trasero y recapacité. ¿Cómo que la hiciera mía? ¿Tendría yo poderes? ¿Podría practicar la compra-venta con su cuerpo y su cabeza? Aunque de la cabeza poco sacaríamos, fíjate tú.

No le presté más importancia y me propuse comerme las uñas mientras ella proseguía con la limpieza de mis encías. Pero la alegría duró poco porque, sin ton ni son, volvió a hablarme: “Te voy a dejar loco”. Pues menudo mérito, pensé.

Nada me sorprendía ya, las mismas personas con sus mismas frases, y yo aquí jugando a no pisar las líneas blancas de la calle para querernos para siempre. ¡Ya lo tengo! Mientras nuestras lenguas revolotean anárquicamente, podríamos chillar. Ser libres, curiosos y gigantes. Y ahí fue cuando mi compañera de lenguaje me piropeó de tal manera que se ganó el cielo: “La verdad es que eres un tanto rarito”. Se sacó un cigarro y escupió extrañada una uña que se habría traspasado de mi boca a la suya. 

Después de que la temperatura corporal del ambiente se redujera al no encontrar ella donde no había, me apetecía un abrazo de algún amigo de los pocos que me quedaban. La traición había estado presente últimamente: nunca te fíes de quien no cree en la amistad. En fin, que me quedé solo y comencé a soñar. Allí estaba yo, luchando contra todos los que algún día se rieron de la esencia de mis amigos. Al final acabo salvándolos, pero muero en manos del malvado. Y por muchos homenajes que me hicieran todos aquellos a los que salvé, el sueño se había convertido en pesadilla.

¿Siempre consigues lo que te propones? Y si no, me vuelvo idiota. Que se lo digan a la chica “tristeliz” a ver qué opina. Y cuando sonrío acaba de amanecer en el planeta. Y cuando lloro os estoy tomando el pelo. Tantos libros que escribir y las musas me parecen ciegas. Alguien me obligó a pensar que para que algo sea imprescindible debe de estar muerto, y para que sea impredecible debe de resucitar.

Nos hemos quedado igual: vacíos y sumergidos en las mentiras de la felicidad. Dejemos de fingir y hagamos el amor. Voy a la playa y me desnudo, aquí te espero con la bandera a media asta. No tengas prisa, no me pienso ir hasta que se estropee el amanecer de mi rostro. No tengas prisa chica “tristeliz”, no vaya a ser que acabes pisando las líneas blancas de la calle.