viernes, 30 de diciembre de 2011

Microrrelatos para micropersonas V


No queda whisky


Los días son fríos. Nadie habla tu idioma. Te pierdes continuamente. Sonríes a lo lejos. Duermes en los portales. Cantas en la ducha. Lloras a escondidas. Las nubes se levantan. Llueve.

Te fijas en la luna. Caminas por las aceras. Tus zapatos son de esparto. Bailas en la playa. El espejo te desnuda. Te aprieta el corazón. Sientes tus caricias. Disfrutas del momento. Te dejas llevar. Grita.

Tu aliento es fresco. No queda whisky. Te cepillas el pelo. No te importa nada. Compones estos versos. De nuevo ante el espejo. Te suda el pecho. Sientes la soledad. No te quiero. No encuentras razones. Llamas siempre la atención. Te debo aconsejar. Huye.

martes, 27 de diciembre de 2011

Historias de diminutos y gigantes (VIII)


El payaso triste y las flores blancas 


En aquella conferencia sobre la posibilidad de la clonación humana había sentadas cuarenta y cinco personas. Entre ellas, en la novena fila, se encontraba la protagonista de mi historia. Con aspecto cansado y sonrisa bobalicona, la actriz principal apoyaba la cabeza sobres su brazo derecho en un claro gesto de desesperación.

Yo, con total naturalidad y disfrazado de payaso triste de trompeta desafinada, irrumpí en aquella conferencia repartiendo flores blancas a todo aquel que me cruzaba. Vi a la protagonista  alzar la vista y clavar sus ojos en los míos mientras despejaba su flequillo de la frente. La vi bonita, tal vez a la vista de cualquiera insignificante, pero era puro arte.

Le entregué la flor que más brillaba del ramo. Blanca, como la espuma del mar de unas lejanas islas asiáticas. Se sonrojó y cuidadosamente apretó sus labios contra mi mejilla y pasó sus brazos por mi espalda. La hice sonreír, pero yo me puse triste, porque no de abrazos viven los payasos.

Casualmente se acercó aquella tarde por la Plaza del 44 donde un grupo de muchachos formaban círculo a mi alrededor esperando recibir mis flores blancas. Al fijarme en su presencia quise alimentarme de sus labios, pero de manera muy modesta se apartó. “Eres un simple payaso. Quizás seas diferente, pero solo eres un payaso más”. Y el maquillaje de mi piel se derritió  ante sus palabras. Y el rímel de mis ojos se fundió en el lagrimeo. 

Pero los payasos tristes somos así, no bajamos la guardia y mantenemos la firmeza. Quise convocar a Miliki, a Joker, a Krusty, a Ronald McDonald.  Quise entablar conversación con todo aquel  que de la risa había intentado hacer amor. Pero quizás, a la protagonista de mi historia le pasaba como a todo el mundo. Porque los payasos nunca causan indiferencia, o se les quiere, o se les odia.

Me encontré abatido en aquella Plaza del 44 y, resignado, lancé mi ramo de flores infinitas contra la pared, deseando con todas mis fuerzas que se marchitaran. Maldije la risa y el amor, los abrazos y la simpatía, su mente y su perfume. Fue entonces cuando una de las niñas que me observaban asombradas, me regaló una de esas flores que yo, estúpidamente, por un momento, había odiado. “Inténtalo de nuevo Payaso Triste, intenta enhumorar a tu protagonista”

Creí entonces que si los gatos tienen siete vidas, a mí me quedaban seis payasadas más para conseguir su humor. Porque aunque los gatos se coman a los ratones, a vidas no les gana nadie. Comenzó, de esa manera, la clonación humana de payasos tristes de trompeta desafinada.

A la mañana siguiente, la protagonista de mi historia volvió a acercarse al paradero donde los niños vestían ya los trapos de payaso triste. “¡Vamos chicos!”, les grité, y moviéndonos al son de cómicos apenados fuimos repartiendo flores blancas a todo aquel que nos sonreía pensando: “No eres un payaso más, eres el Payaso Triste”.

Nunca conseguí su amor, pero a pesar de mis lágrimas, quedé enhumorado de su sonrisa de por vida.

domingo, 25 de diciembre de 2011

LA GUARIDA DEL RATÓN I

1º Quesito: La tristelicidad


Hola. Sinceramente no sé qué hago aquí. Será que siento una sensación extraña, algo que nunca antes había sentido. No me atrevo a ponerle nombre, porque, quizás si lo haga, se pierda toda la magia. Me parece curioso, a mí, que no me gustan las chicas, ni los chicos, ni los animales, ni las plantas, ni Bob esponja, ni Mickey Mouse. A mí, que me gustan las mentes y el aroma que desprenden. Por fin, me he dado cuenta, que esa mezcla que  buscaba  se ha hecho realidad ante mis ojos.
 
Yo, que no creo en la amistad, pero pienso que los amigos son importantes y necesarios. Yo que solo creo en el amor porque es con lo que me he criado. Ahora todo se junta, los recuerdos de mi infancia y esa mente perfumada.

Estoy empezando a pensar, que lo único que me apetece de verdad es apoyar mi cabeza sobre el vientre de esa mente, y dejar que el sonido de su cuerpo me haga sonreír.

Hoy, me siento “tristeliz”. Hoy estoy "tristeliz".

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Micreorrelatos Para Micropersonas IV


Beso en la Avenida York



     Corrió esquivando el tráfico de personas que se amontonaban a su paso. Se deslizó entre lentos transeúntes, carritos de bebés inmóviles e innumerables animales de compañía. La acababa de ver pasar hacía tan solo unos segundos pero la había perdido entre la multitud. Actuó con rapidez y cuando consiguió cruzar la Avenida York, pese al semáforo en rojo, dio con aquella chica. Era ella, sin duda.

     -  ¡Espera! No te muevas, que tienes un besito en la mejilla. 

     Instantes después, el semáforo de la Avenida York se puso en verde.


sábado, 17 de diciembre de 2011

Testimonios de un amor sin conclusión IV


EL AMOR LO PUEDE TODO


El día que se fue me dolió tanto que hoy, todavía, sigo necesitando curas diarias en el corazón. Pero en los caminos yacen rocas que pesan tanto que hasta el fin de mi vida cargaré con ellas en la espalda, con el sufrimiento que supone ver a los héroes perder una batalla. Aunque quien lucha ya se convierte en ganador, porque el amor lo puede todo.

El día del que no se puede hablar provocó grietas irreversibles a lo largo del sendero. Los pies, a partir de ese momento, tiemblan al desplazarse hacia delante, inquietos, buscando cobijo al que aferrarse, como quien abraza a un cuerpo inerte y siente su calor, un calor que ya no existe, pero el amor lo puede todo.

El día en el que el sol no quiso brillar, el frío se apoderó de los organismos y la congelación se transformó en la amputación del alma, la esencia y la felicidad. Todo obstáculo complica avanzar, pero a ciegas me movía entre la gente, como quien no encuentra lo que ya no existe pero es capaz de imaginarlo porque el amor lo puede todo.

El día en que los payasos lloraron a ritmo de balada, experimenté por primera vez lo que eran las gotas de lluvia naciendo de mis retinas. Cascadas de agua inundando la travesía, como quien se ahoga en su propio miedo y no sabe nadar. Así me sentía yo, con el peso de una roca reposando sobre mi lomo. Por eso temí naufragar, pero su recuerdo actuó de salvavidas. Porque el amor lo puede todo.

Aquel día fui consciente de que las sonrisas más impactantes son las de las personas que ya no pueden sonreír. Inténtalo, sonríe. Te aseguro que el amor lo puede todo.

martes, 13 de diciembre de 2011

Reflexiones sobre un día de mierda IV


Martes 13: No te lo toques que no crece


Me gustan tanto las coincidencias que hay veces incluso que soy yo quien las hace coincidir. Pero os juro que pese a ser martes y 13, no he tenido nada que ver.

Estos días en los que la muchedumbre se alborota, sale a relucir tu síndrome de "dar por culo” (siempre metafórico a no ser que lo consideremos un oficio) y te da por llevar siempre la contraria: “Pues yo, en cambio, hoy estoy teniendo un día genial”. Mientes, pero aunque todavía sean las nueve de la mañana, sabes que no hay que ir de quejica empedernido por la vida.

Y paseas tranquilamente por las aceras mientras a tu alrededor la gente tropieza entre ella, cae por alcantarillas o sale despedida al ser embestida por aves rapaces que llegan tarde a la oficina. En una de esas se te pasa por la cabeza el peligro mortal que sufre uno al masturbarse un martes y 13.

No es tiempo para canibalismos suicidas ni momento para lamentos bolivianos. En estos días inciertos en que vivir es un arte, eres presa de un nerviosismo paranoico. Por tanto, amigo, trata de comprender a tu organismo si no corresponde con su hábitat natural. Aunque a mí, sinceramente, la angustia por la incertidumbre no me gusta. Eso sí, cuando la mala suerte llama a tu puerta, es el momento de arriesgar. Yo lo hice y  he salido ganando pese a estar ahora en el hospital.

Los médicos no saben decirme qué me pasa, pero sufro un ataque de anarquía en el corazón por amar a tumba abierta. He comprendido que el amor, no por mucho tocarlo, aumenta en crecimiento.

jueves, 8 de diciembre de 2011

ÚLTIMA TERAPIA


Pajarico Somewhere y las bellotas de la Ardilla


Tras el cielo azul nace una estrella fugaz eclipsada a su paso por un animalito que a lo lejos no parece el minúsculo pajarico que es. Volando hacia ningún lugar, Pajarico Somewhere hace honor a su nombre y entre bostezos ve el amanecer desde la rama más alta del árbol que aguarda su pequeño nido.

Tiene miedo de la caza de aves, de la mirada furtiva de los cazadores y de la lluvia cuando empaña sus pupilas. Se le oye piar como un alegre ruiseñor por las mañanas. Tiene frío y sin apenas inmutarse me despierta para que sea yo quien la bese antes de la despedida.

En aquel árbol tan inmenso se encuentra la guarida de una ardilla diminuta que en su afán por recolectar bellotas, ya son veinte las que esconde encerradas bajo llave en el rinconcito más profundo de su corazón. 
Pajarico Somewhere ondea su melena al viento en un nuevo intento por sobrevolar los alrededores de su hogar. Es tan frágil que es difícil imaginar lo bien que mantiene la compostura. No concede regalos ni acepta piropos mal pagados. 

En escena aparece la ardilla diminuta, que reclutando aparte sus veinte bellotas, le promete al pajarico que todas las demás que estén por venir, las compartirá tan gratamente con ella, para así mudarse a lo más alto del árbol donde poder contemplar el contraste entre el verde de los prados y el dorado de su pelo. 

Pajarico Somewhere vuelve al nido al mismo tiempo que la noche se difumina tras sus cabellos bañados en oro. Camina despacio y sonríe con cuidado. Pajarico Somewhere no se enamora, pero vuelve a morder sus uñas por el nerviosismo que le produce esa alegre mariposa que revolotea por su tripa.

“Pío, pío”, le dice el hermoso pajarico. “Yo te pío más”, contesta la ardillita. Y se funden en un cálido beso mientras el sol se posa tras las montañas. El día llega a su fin y Pajarico Somewhere emprende de nuevo su vuelo hacia ningún lugar. Las ardillitas sí que se enamoran. Más allá del concepto amor. Más allá de cualquier otra cosa. Es la hora de ponerse la chaqueta y contar. En el cielo brilla un pajarico y ya son veinte las bellotas para esta delgada ardilla.

lunes, 5 de diciembre de 2011

Efemérides efemérides


Loco 

Me han entrado ganas de escribirte unos versos,
y con un vistazo al pasado me agarro a este papel,
intentando recordar cada detalle,
pensando en las razones que hacen especial esta sensación única.

Hay tanta gente, y tantas enfermedades,
que todo este episodio se tiñe de un negro color,
como un inerte corazón al que le toca descansar.

Dicen que el tiempo se acaba encargando de aliviar el dolor,
pero a mí no me cicatrizan las heridas
y el viento insiste en soplar en contra.

La historia juega a nuestro favor.
Me quedan fotos y el recuerdo de una puesta de sol.
Algún parque, la salida del colegio y la hora del almuerzo.
El mar ya no es azul y en el bosque arrasa el fuego.

Quiero volver a perderme entre tus brazos,
pero noto que me caigo y me hago daño porque no existe tu piel.
¿Dónde están tus manos? Ya nunca más las sentiré.

A lo lejos se oyen voces gritando y nadie está hablando.
¿Qué está pasando aquí?  No lo logro comprender.
Me hundo en la sinrazón. Nadie me ha dado explicaciones.
Y si he perdido la cordura, me queda la inmensidad como consuelo.

El mundo duerme cuando me despierto yo,
porque yo ya no quiero dormir.
Mi vida es para ti, ya no quiero dormir, no,
a no ser que sea para toda la eternidad.

Ya no hay nadie en el sofá.
La habitación se ha quedado a oscuras
Ya nadie se queja de madrugada
Y no me gusta este silencio radical.

Tampoco quiero  más paisajes,
prefiero inventar lo que me queda por vivir.
Al menos sé que me oyes pero mi voz no te alcanza.

Sin duda, colega, merece la pena estar loco.