lunes, 29 de febrero de 2016

YO NADARÉ CONTIGO EN LOS CHARCOS


Si vienes y me preguntas te contestaré que no. Que no sé lo que es el amor, ni la amistad, ni tengo constancia de qué es el término familia. Si muestro pasividad ante estos temas no me trates como un monstruo, no trates de correr, no te alejes de mí. Vendrás y me darás un beso, de eso estoy seguro, tratarás de comprenderme y me albergarás entre tu pecho. Me pondré triste, solo durante unos segundos, luego cantarás una canción que resonará en mis oídos y me quedaré dormido, como el niño que fui, como el niño que todavía soy.

_ Ahora callad, no hagáis ruido, Mario se ha quedado dormido _ ordena mi madre.

_ ¿Qué le pasa? Cada día está más raro _ dice mi padre.

_ Es un buen chico. Solo está un poco perdido.

_ Es curioso. Todos los chicos de su edad buscan una chica en la que perderse.

_ Él busca una en la que encontrarse.

_ ¿Qué fue de la última? Paola, recuerdo que se llamaba. 

_ Después de tanto tiempo acabó dejándola. Al parecer a ella no le gustaba el mar.

_ ¿Y la dejó por eso?

_ No sabía nadar, y tú ya sabes que Mario siempre se ha considerado como un pez.

_ Mira, mira cómo se le mueven los párpados. Debe de estar soñando.

Y hay una habitación de hotel que lleva mi nombre. El dormitorio está inundado. Trato de mantener el equilibrio en la barca. Pero no sé remar, lo hago fatal, no paro de dar vueltas sobre un mismo eje y empiezo a notarme un poco mareado. Una mujer abre la puerta del cuarto:

_ Hola, Mario, soy Alma y soy la chica de tus sueños.

_ ¡Corre y sube a la barca! ¡Vas a mojarte entera!

_ No importa, Mario. Yo soy la chica de tus sueños. Sé nadar.

_ Entonces ven y ayúdame a remar. ¡No sé hacerlo solo!

_ Deja de remar y salta. Nada hasta aquí. Mójate conmigo. ¿Tú también sabes nadar?

_ ¡Claro que sé nadar! ¡Soy el mejor nadador de todos los tiempos! Pero no sé si debería saltar…

_ Mario, soy la chica de tus sueños y sé que tienes miedo. No miedo al fracaso, sino miedo a la oportunidad. Ven y deja de remar en círculos.

_ ¿Me quieres, verdad?

_ No, Mario, no te quiero. Te conozco y sé que quererte es la peor manera de acercarse a ti. Tú tampoco me quieres a mí. Pero no podemos vivir el uno sin el otro. Vamos, salta, ¡nada conmigo!

_ ¡Voy a saltar! ¡Voy a saltar!

Y eso hago. Salto tan alto que al caer salpico de sangre un cuarto seco, sin agua ni mujer. Me he partido la cabeza en dos, pero eso no es lo que más me duele.

_ ¿Y por qué crees que sueñas siempre con lo mismo?

El psicoanalista me realiza siempre la misma pregunta. Ausente de respuesta, tal vez. Pero cobra por horas y callado no sirvo de mucho. 

_ ¡Es usted el especialista! ¡Debería saberlo! ¡Estoy aquí para que me ayude!

_ Está bien, chico. Túmbate y cierra los ojos. Imagínate que estás en un entierro. La gente luce bonitos vestidos negros y usa pañuelos de seda para secar sus lágrimas. Todo es tan triste. Y para colmo empieza a llover.

_ ¿Y yo dónde estoy si se puede saber?

_ ¿Tú? Mario, tú eres el muerto.

Morirse tampoco está del todo mal. Las chicas lloran desconsoladas y lamentan no haberme conocido mejor. Los chicos juegan al futbolín en el bar de enfrente. Mis padres reciben un auténtico pésame teatral.

_ Siempre fue un incomprendido. Se acercaba a mi pecho y yo le cantaba una canción. Era el único momento en el que no le sentía distante. Era el único momento en el que sentí que era mi hijo.

_ Eras una buena madre. Ambos lo éramos, pero Mario nunca entendió que le queríamos más que nadie.

_ Y vosotros no entendíais que quererle era la peor manera de acercarse a él. 

 Esta chica siempre aparece en los peores momentos.

_ ¿Y quién diablos se supone que eres tú?

_ Yo soy Alma y soy la chica de sus sueños. 

_ ¿Y por qué no lloras? Mario está muerto.

_ No puedo llorar. Solo estoy algo deprimida. No sé en qué parte de mi cuerpo se encuentra el dolor.

Se acerca Paola, la chica que dejé porque no sabía nadar. Se sienta a mi lado y me acaricia el pelo.

_ Dios mío, Mario. Qué pequeño se te ve metido en ese ataúd. Yo todavía me sigo preguntando quién eres. Nunca supe lo que pensabas, pero sé que nunca llegaste a quererme. Ni a mí ni a ninguna de esas que están llorando ahora. Por cierto, no lloran por ti, lo hacen porque se están mojando los vestidos por culpa de la lluvia. Pero, ¿a ti qué más te dará? Siempre te importó todo una mierda. No valorabas nada, ni tu propia vida. Y así has acabado.

Las gotas de lluvia siguen retumbando en los charcos. Todos tapan sus cabezas con periódicos de días anteriores y echan a correr al bar. Las chicas se juntan con los chicos. Y cada vez se juntan más. Y cada vez se juntan más.

_ Mario, nos han dejado solos. Soy yo, Alma. Venga, despierta. Sé que no estás del todo muerto.

_ ¿Cómo lo has sabido?

_ Porque soy Alma y soy la chica de tus sueños. Anda, salta de ese ataúd. No te sienta nada bien estar ahí dentro.

_ ¡Madre mía, cómo llueve! Y hay que ver lo alto que está esto. 

_ Salta, Mario. Yo nadaré contigo en los charcos. ¡Venga, chico! Yo también soy un pez. ¡Yo también soy un pez!

_ ¡Allá voy!

Y como de costumbre, el único charco que encuentro al saltar es el de la sangre de mi cabeza mojando el suelo.

_ Despierta, Mario, despierta. Creo que te has quedado dormido.

El psicoanalista me golpea la cara con la palma de su mano. Abro los ojos. Lo mejor de morirse es que al despertar cualquier rayo de luz te ilumina la vida.

_ Otra vez ese maldito sueño.

_ Está claro que la muerte no te preocupa, chico. Bien, entonces probaremos con otra cosa.

_ Adelante, señor, estoy preparado.

Se oyen pájaros de tormenta que retumban en la sala.

_ Verás, Mario. Te seré franco. Se trata de tu madre. Ha muerto.

_ ¿Será broma, verdad?

_ Lo siento, chico. Te has quedado huérfano.

Si vienes y me preguntas te contestaré que no. Que no sé lo que es el amor, ni la amistad, ni tengo constancia de qué es el término familia. Si te sigue interesando te diré que vendí mi alma al diablo por un par de relatos, que nunca lloré porque soy incapaz de hacerlo, que no sé en qué parte de mi cuerpo escondo el dolor. Me acercaré y te daré un beso, me engancharé a tus brazos y seré yo quien meza tu cabeza sobre mi pecho. Tus ojos serán presos del sueño eterno y la marcha fúnebre será tu canción de despedida. Seré tan insignificante como una mota de polvo y me agarraré fuerte a ti, como el hijo que soy, como el hijo que siempre fui.

_ Es una pena lo de tu madre, chico.

_ ¿Cómo lo haces para aparecer siempre en mis peores momentos?

_ Yo no aparezco. Eres tú el que me llama. Recuerda, soy la chica de tus sueños.

_ Dime, Alma, ¿por qué los peces no podemos llorar?

_ Sí que podemos, pero nadie puede encontrar una lágrima en el mar. 

_ Te mentí, Alma. Nunca he sabido nadar.

_ Lo sé, chico. Lo sé desde el primer día. Pero no te preocupes, tranquilo. Por cierto, me apetece darme un baño, ¿a ti no? Hay un precioso riachuelo aquí al lado.

_ ¿Me prometes que esta vez, al saltar, seguirá existiendo el río y no despertaré?

_ ¡Depende de tus miedos, chico! Trata de creer en tu oportunidad. ¿A qué le temes? Salta Mario, salta. ¡El futuro está escondido entre las olas!

Y eso hago. Salto tan alto que el mundo se me queda pequeño. 

_ ¿Qué voy a hacer ahora sin mi madre, Alma?

_ Aprender a nadar, chico. ¡Venga, ya te queda poco para llegar!

_ ¿Me prometes que esta vez no desaparecerás?

_ ¡Siempre estaré cerca de ti! ¡Te lo prometo!

Y al caer salpico de agua la vida que amargamente me rodea.  Intento nadar como buenamente puedo. No sigo un rumbo fijo y entre el relajante oleaje se oye  una melodía que me resulta familiar. Es mi madre tarareando una canción, aquella con la que de pequeño me quedaba dormido. ¡Es tan gratificante!  Sigo nadando, ya sé hacerlo, ya no hay quien me pare. Ni siquiera me doy cuenta de que Alma ya no me acompaña. Y, mira,  los árboles cada vez son más verdes, la gente no duerme en las calles, la muerte no alcanza a nadie, los parques están llenos de niños, el sol se pone más tarde. 

_ Ya está, chico. Te enfrentaste a tus miedos y los venciste _dice despertándome el psicoanalista.

_ Gracias por todo. Pero todavía queda que me enfrente al mayor de mis miedos.

_ ¿Y cuál es ese gran temor, Mario?

_ Es algo que debo solucionar yo solo.

Salgo corriendo lo más rápido posible hacia la calle. Las aceras mojadas son testigo de mi prisa. La lluvia sigue invadiendo la ciudad, pero no hay tiempo para preocuparse por el agua. 

Llamo al timbre de Paola nada más llegar a su casa.

_ Mario, ¿qué estás haciendo aquí?

_ Lo siento, Paola. Me equivoqué. No importa que no sepas nadar, es más, hasta hace nada yo tampoco sabía. No es  difícil, te lo aseguro. Yo te puedo enseñar. Nadaremos juntos en los charcos, en los ríos, en los lagos. Y si no aprendes, ¿qué más da? Lo único que quiero es que estés a mi lado. 

_  ¿Desaparecieron entonces tus miedos?

_ Desaparecieron entonces mis miedos. Paola, te quiero.

_ Yo nunca he dejado de quererte.

Nos besamos y ya parece que está amainando el temporal.   Pienso que los miedos son como los charcos y que juntos nos enfrentaremos a ellos. Abrazo a Paola tan fuerte que pierdo la noción del tiempo y me siento como un niño. En el ambiente otra vez la melodía que mi madre me tarareaba de pequeño. Cierro los ojos y me dejo acariciar el pelo. Me voy quedando dormido con la voz de Paola que aún resuena en mis oídos: "Nadaremos juntos en los charcos, Mario, nadaremos juntos en los charcos".


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