jueves, 30 de junio de 2011

Microrrelatos Para Micropersonas 3

Celeste




Desde su casa le señalé dónde vivía yo.” ¿Lo ves pequeña? Estamos tan cerca que hasta da miedo susurrar”. Pero ella me miró como se mira el cuerpo que alumbra el cielo.

Es normal, nos hemos hecho tanto daño que nos cuesta respirar. Incluso si nos hemos querido ya no recuerdo ni en qué lugar. Y en eso que le acaricio el brazo suavemente pero ya no se le eriza el vello. Es curioso, ahora que ya no me muerdo las uñas ella no siente nada.

Tan paradójico como que la vida es breve es el silencio que ensordece los oídos. Y allí solo se escuchaba el ruido de nuestros corazones combatiendo por salir de sus respectivos pechos y ensalzarse en una disputa a vida o muerte. Pero por si le sirve de consuelo, yo a esas alturas ya estaba muerto.

Cuando nos despedimos no se echó a llorar, mantuvo la postura de quien no tiene nada que perder. Lógico, pensé. Había transcurrido tanto tiempo que la gravedad ya ni nos atraía, nosotros que siempre la habíamos necesitado de una forma extrema, como los niños al chocolate. 

Sonaron las nueve cuando bajaba aquellas escaleras. Ya no quedaba casi sol y nadie escuchaba mis susurros. Me volví a morder las uñas. Entonces comprendí que ya nada importaba, que mi futuro ya había pasado.  

lunes, 27 de junio de 2011

EL ESPEJO AJENO 5


No cojas ese tren Elena 


 -          No cojas ese tren Elena – dijo Carlos cuando la vio junto a la cabina de la estación.

El día amanecía lluvioso y en la terraza Elena jugaba a despeinarse. El tiempo importaba poco en esas circunstancias, ni nada ni nadie podría impedir que realizara aquel viaje sin billete de vuelta.

Lo de Carlos muy lejos quedaba ya. De la misma manera que lentamente se había enamorado de él, fue dejando de quererlo poco a poco. Además, era ahora Borja quien le esperaba para rehacer su nueva vida.

Tras el desayuno, Elena se dispuso a comprimir sus 21 años en dos maletas Samsomite: camisetas, faldas, sujetadores, braguitas y zapatos, muchos zapatos. Su habitación parecía otra, y debajo de todas aquellas viejas cajas encontró aquella foto que tenía junto a Carlos, donde él le besaba la mejilla mientras la achuchaba con un abrazo. Miró la foto, recordó el momento y la guardó en el bolsillo de su pantalón.

A las once Borja ya esperaba a Elena en el portal. Pese a la lluvia, se besaron como si no quedaran más besos en el mundo, y tras coger un taxi llegaron a la estación en cuestión de minutos.

-          ¿Estás segura de esto? – le preguntó Borja dubitativo.

-          Si tú lo estás, yo también lo estoy – respondió indecisa Elena.

Una vez en la estación, miraron a su alrededor. Allí, a lo lejos, se encontraba el tren que les haría seguir su camino unidos.

-          ¿No subes cariño? – preguntó Borja camino de su sitio.

-          Ya voy, pero tengo que hacer una llamada.

Entonces Elena se aproximó a la cabina más cercana dentro de la estación. Descolgó el teléfono y marcó un número que se sabía de memoria. Al otro lado del aparato, una voz tranquila respondió:

-          ¿Dígame? – pero ella no quiso contestar- ¿Quién es? ¿Hola?

Entonces Elena colgó y se sentó en el suelo. Imaginó la película en la que Carlos hubiera corrido como loco hasta llegar allí.  “No cojas ese tren Elena”, le hubiera dicho nada más verla en la cabina de la estación.

Pero Carlos jamás apareció y un tren estaba a punto de marcharse. Era el viaje de sus sueños, pero quizás con Borja no lo era. Elena se levantó, secó las lágrimas de sus ojos negros y pensó que al fin y al cabo la mejor decisión era subirse a su destino.

La inseguridad le hizo dudar y dejó de caminar durante una décima de segundo. Volvió a mirar a su alrededor, extrajo aquella foto de su bolsillo y suspiró. Mientras, allí afuera, aún seguía lloviendo.

lunes, 20 de junio de 2011

TERAPIA UNDÉCIMA

APODÍCTICO


"En algún preciso momento acabamos necesitando ese aire que no nos deja respirar. Enhorabuena, está usted enamorado"


No es la vida lo que nos une, ni la felicidad del momento; quizá sea la tristeza, o la soledad. Estamos en ninguna parte y en cualquier lugar, rodeados de gente siempre que la desesperación nos angustia.

Te quiero lejos, te odio si no te veo, necesito aire, aire que no me deje respirar. Te pido silencio, y que hables fuerte, que me estallen los tímpanos hasta que no te pueda ver. Y de nuevo te odio, pero te quiero, por la distancia que nos separa.

Te perfumas los labios mientras te beso el cuello. Tú cierras los ojos y yo te tapo los oídos. Somos iguales y estamos tan distantes que no tenemos nada que ver. Si sonrío me despierto y si quiero llorar me acuesto contigo.

Ocupas todas las frases de este ente, palabras inertes que suenan en la desesperación. Y me angustio. No te veo, y te odio, pero no te siento, y creo que te quiero. Grito fuerte, como cuando tú me suplicabas explorar, pero no me escuchas.

Es mi culpa, siempre es mi culpa, al menos abre los ojos y léeme la mirada. Una mirada perdida, en ninguna parte, en cualquier lugar.

viernes, 17 de junio de 2011

Historias de diminutos y gigantes (III)

Tanto corazón para tan poca cabeza 


"En la mente se encuentra la sabia decisión"



La verdad es que a la sexta copa poco me importaba que mi amigo estuviera tan enamorado de ella. Así que la besé como si no hubiera mañana y acabé naufragando entre sus sábanas instantes después. Se trataba de una chica que gustaba a todos, excepto a un servidor. Pero la curiosidad mató al gato y aquí me veis, relatando aquella historia como si realmente me importara.

En su cama pasé buenos momentos, incluso una noche me dijo: “Por favor, no me hagas daño”. Joder, ni que fuera mi primera vez en esto de las experiencias vacías. Luego fui cayendo en la cuenta de que sus palabras iban más allá. Hablaba de corazones que sienten, de sentimientos que penetran más que el propio acto.

Quizás fue una decisión que marcó todas mis creencias. Pero en mi defensa diré que ella me había abducido de tal manera que acabé perdiendo el norte, mis principios y las ganas de separarme de ese cuerpo ajeno. Me hice  adicto a sus efluvios corporales,  y comencé a rastrear su piel  con cada yema de mi dedo, hasta perderme en su cerebro sexual que esperaba ardiente una amorosa manipulación tan arrebatadora como la violencia de un tren sin frenos en una estación. 

Eso mismo, un tren que entra en un túnel. Sale. Entra. Sale. Entra. Y ya está, lo sé, esto hay que mejorarlo. Pero éramos curiosos, libres y gigantes; jóvenes inmaduros que tienen que aprender de la pasión. Entonces al llegar a casa me puse a escribir lo que hoy muero por vivir.

No había vida últimamente. Me apetecía quedarme en calzoncillos delante del espejo hasta que las lágrimas produjeran el ácido suficiente para quebrantar mi piel. Y por fin comprendí lo que era realmente la tristelicidad: traicionar una amistad por algo tan simple como pasional. 

¿Dónde está el límite de la mediocridad? ¿Hasta dónde llegaremos si no paramos la mentira de la vida? Como cuando encontré a una princesa frente a su puerta y le dije que mi única misión era hacerla feliz. Emocionado esperaba su respuesta: “Yo ya soy feliz”, me contestó. Sonreí, porque razón no le faltaba, y encontré por fin el significado de mi existencia.

Se trataba de no hacer infeliz a nadie, luego ellos mismos ya se ocuparían de buscar la felicidad con o sin mi ayuda. Ese era mi destino y debía de cumplirlo. Pero, ¿qué había de mí? ¿Qué buscaba yo en aquella princesa? Si ni siquiera creo en las princesas. En eso consistía mi vida, en poder ser capaz de abrazarla. Era tan sencillo como eso y yo estaba perdiendo la cabeza, pero era muy cierto que  sin ella, para empezar, no había vida.

domingo, 12 de junio de 2011

TERAPIA DÉCIMA

Gigantes

"El mundo se encoge por cada paso de gigante que nosotros damos"

 


Después de varios silencios decidí abrazarme al único ramillete de vida que me quedaba. Había recorrido tantos lugares, tanto tiempo había pasado que el mundo se había encogido por cada paso de gigante que yo había dado.

A mi alrededor cientos de curiosos se sorprendieron por el momento, sin hablar, contemplando cada rincón que estaban dejando atrás. Y como no, imágenes que ponen el vello de punta vienen a mi memoria en el mismo instante en que escribo estas líneas.

Cuando sonó la última canción se aproximaba nuestra fecha de caducidad. Habíamos hecho historia, éramos la leyenda viva de todos aquellos que habían quedado por el camino, que no habían podido estar a nuestro lado para acompañarnos en aquel baile final.

En mi cabeza suena todavía aquella música, y sonará para siempre en cada alma allí presente. Luego, entre risas, aplausos y lágrimas que desmaquillaban nuestros rostros, nos enfrentamos nuevamente a nuestros sueños.

Después de varios silencios las puertas se abrieron para todos de par en par. Un paso hacia delante, una mirada perdida, una mano que nunca hay que soltar. Entonces cada uno elige su nuevo viaje para tratar hacer de su vida el mejor lugar posible.

Y el tiempo sigue corriendo, y muy lejos quedan todos ahora de aquellas puertas. Ya no se puede ver a nadie, pero igualmente no dejo de sonreír. Porque lo habíamos conseguido, porque fuimos los gigantes que más se quisieron en el mundo.

miércoles, 8 de junio de 2011

Rutinas ascendentes


El desnudo          

"A la memoria de héroes y villanos"                                                                                                

- ¡Hombre de Dios tape sus vergüenzas! ¿Por qué ha venido desnudo a hablar conmigo?

- ¿Qué tal está? Pues ya me ve, más libre que quien se desnuda en la enormidad no hay nadie. Le recomiendo que lo haga usted también. 

- ¡No pienso desnudarme! ¿Qué pretende conseguir?

- Demostrarle al mundo que hay que acabar con los prejuicios, la mentira y la superioridad.

- El mundo no está tan loco como lo está usted. ¡Debe de estar escandalizando a toda la ciudad!

- ¿Eso cree? Soy yo el que se escandaliza cuando los ve, tan serios, tan cuadriculados, tan marcianos.

- Entonces piensa que nos deberíamos desnudar todos, ¿no es así?

- Se creen muy importantes por llevar un traje. ¡Que se desnuden y muestren su lado más humano!

- Como los uniformes, las armas o el poder, que siempre imponen, ¿no es verdad?

- El mejor uniforme posible es el propio cuerpo humano. Las armas nuestra mente. El poder pertenece a la palabra.

- ¿Y quién debe gobernarnos? 

- Aquel que mejor resista el frío, el que al calentarse sea el último en prenderse. El que más sonría involuntariamente, el que no tenga miedo a llorar. Sin duda, el más humano.

- ¿Estamos preparados?

- Míreme, voy desnudo y nada tengo que esconder. Invito al mundo a deshacerse de sus prendas, estar todos en la misma condición y querernos por los ojos.

  - ¿Hacer uso de nuestros sentidos?

- Exacto. Potenciar los cinco sentidos. Sacarles el máximo rendimiento. Mirarnos, escucharnos, gustarnos, tocarnos, olernos. Eso es, oler la simple piel, y que no exista nada más allá del mejor aroma.

- Me quedo desnudo como usted. Buenas noches y hasta la próxima.

- Es un placer desnudarse ante usted. Un abrazo.

domingo, 5 de junio de 2011

Microrrelatos Para Micropersonas 2

Burlarse de David
  
  "No les hagas caso, puedes acabar convirtiéndote en uno de ellos"


  A David nunca le importó ser el hazmerreír de todo el colegio. En su clase ya era conocido como el gafotas o el ballenato, pero él mostraba la misma pasividad por cada uno de los insultos recibidos.

Durante el instituto, también pasó a ser el hombre oso y el pitufo. En cambio, a muchos les irritaba tanto que David no se sintiera ofendido, que continuaban sus burlas hasta conseguir destruir la sonrisa de su rostro.

Entonces un chico le llamó negrata, y todos los demás la tomaron con él por haberse metido con la raza de David. 
  
      - ¿De qué vas llamándolo así? ¿Acaso te crees superior para faltarle el respeto por su color de piel? 

David se sintió confuso. Le sorprendió que los mismos personajes que lo insultaban por cualquier motivo, estuvieran defendiéndolo en ese momento.

       Ver para creer, al fin y al cabo eran todos los mismos gilipollas que por unas razones u otras subían su autoestima a costa de David, el cual, sonriente como ninguno, concluyó: 

           -  Tranquilo, puedes llamarme  negrata, no les hagas caso.

Desde ese día, nunca más volvieron a burlarse de David.

jueves, 2 de junio de 2011

TERAPIA NOVENA

 Vidas como síndromes de Estocolmo

"Que te aporten soluciones, que te aporten sonrisas,  que te aporten vida"


En las aceras, en las calles, en los parques donde los niños juegan, siempre los mismos rostros que caminan acelerados hacia ningún lugar. Locos que a sus pies inventan pantanos que empañan sus propias gafas, como si del aliento más helado se tratara.

Ocultan sus cabezas ahogando el dolor provocado por la inmensidad, como si no hubiera mañana. Piensan en los sueños que han dejado morir, cayendo en la admisión de que el presente es la única realidad. Se ven obligados a sentirse bien, como un recién llegado a un destino equivocado.

Siempre los mismos rostros que de inercia mueren entre pesadillas y rutinas. Rostros que dejan que el sol siga brillando hasta convertirse ellos en un astro más. Y de las nubes seguirá lloviendo, reencarnados en gotas que se estremecen contra el suelo como los hombres de profesión suicida.

Rostros adversos a valorar los bordillos que nos separan de los precipicios, las líneas blancas que delimitan la moral y los columpios que nos balancean el corazón.  Y yo aquí, sabiendo que respiro mi última voluntad en esta habitación, sudando mis últimos espasmos en un colchón, bajo unas sábanas donde se ha creado vida. Paradójico pensar que en ellas se acabará la mía.

Aunque  hoy ha sido un día perfecto, me alegro de haberlo pasado a tu lado. Un día en el que me has hecho resistir un poco más haciendo que me olvide de mí mismo, de los problemas, de que no existe solución.  ¿Por qué ellos no hacen nada por sobrevivir? Yo quisiera poder continuar, ser como esos locos y estremecerme solo junto a ti. Pero ahora simplemente abrázame hasta que sea imposible que te separes de mí.  Ahora abrázame para morir en paz, abrázame para vivir feliz.