martes, 6 de marzo de 2012

Personajes referentes de la vida de un ratón (III)


Cecilia Luluchol: La historia de la chica tristeliz

"Un viejo amigo siempre me decía que las cosas nunca se quedan como están".

Si hubiera tenido el valor de preguntárselo, si hubiese contado con las agallas suficientes para haber hecho frente a la situación. Pero yo no era de esos, la veía tan susceptible, alguien capaz de abarcar el mundo entero y no ser consciente de ello, que no tuve más remedio que imaginar su mundo de introversión y no formular ni la más mínima pregunta. Simplemente algo sencillo:

Yo: ¿Por qué no duermes?
Cecilia: Porque no tengo sueño.
Yo: Entonces dime algo bonito.
Cecilia: “Si algún día me llamaras y me dijeras que no vas a volver más, no tengo claro lo que haría, creo que saltaría, la ventana es un buen lugar para escapar”
Yo: Te aconsejaría que no saltaras, aunque yo no puedo aconsejarte, ya es muy duro lo que llevo.
Cecilia: Dejemos que corra el aire.
Yo: No, no, que no corra.
Cecilia: ¡Uy! Porque tú lo digas.
Yo: Sí, sí, porque creo que muero si no siento el roce de tu piel.
Cecilia: Pues cerraré fuerte los ojos hasta verte, solo tengo que esperar.
Yo: Cerrando los ojos, conociéndote, solo verás pasar caracoles diminutos.
Cecilia: “Si tú te vas, te olvidarás que un día hace tiempo ya, cuando éramos aún niños me empezaste a amar y yo te di mi vida”.

Nos fascinaba el egoísmo, esa magia negra que utilizaban los indecentes para hacer del mundo una bola grandiosa de barato egocentrismo. Qué barbaridad, aunque yo a ella ya se lo tenía dicho:

Yo: A ti que no se te ocurra ser egoísta nunca.
Cecilia: ¿Y si quiero qué?
Yo: Me fastidiaría, porque me apetece que pienses en mí. Es una manía que tengo, como la de meterme el pantalón por dentro de los calcetines al dormir.
Cecilia: ¿Y tú has pensado en mí?
Yo: No, pero tampoco pienso en respirar. Son cosas que ya están ahí, que salen solas.
Cecilia: Y yo quiero un Iphone, ¿así soy egoísta? En fin, de momento voy a intentar dormir. Tú todavía no, que te queda mucha noche por delante.
Yo: Y muchos bolígrafos por terminar. Que descanses.

Fue nuestra última conversación. No, no es cierto, pero a partir de ahí solo recuerdo discusiones. Volvimos a encontrarnos en el entierro de su madre, veinticinco años después. Me contó su hermano que la misma enfermedad estaba acabando con Cecilia, que ya no almacenaba los recuerdos de su infancia y que solo la naturaleza diría hasta cuándo seguía iluminada su sonrisa.

Por supuesto ella no sabía que mi libro publicado sobre “el fenómeno Tristelicidad” llevaba su nombre escrito en forma de princesa. No, ya era demasiado tarde, ya era demasiado tarde incluso para mí.

El día del entierro le recordé mi nombre, pero su memoria ya estaba consumida. Igualmente la invité a una copa en un bar cercano. Me sorprendió ver que, como hacía veinticinco años, Cecilia seguía bebiendo whisky con soda. Al fin y al cabo, era un simple detalle que demostraba que todo seguía igual, y volvió a salir el sol, para demostrarle una vez más a Cecilia Luluchol, que nunca es tarde para volver a florecer.


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