sábado, 10 de marzo de 2012

Historias de diminutos y gigantes (XI)


Mi aventura con las hermanas Sister




Jo, qué guapa parecía cuando nos sentábamos en su sofá. Casi tan guapa como su hermana, con la que también había compartido meses antes aquella misma postura en aquel mismo sillón. Qué maravilla esto de la naturaleza, oiga. Corría la misma sangre por sus venas y en cambio eran como la noche y el día. La rubia y la morena, la guapa y la simpática, la introvertida y la salida. Dos paraísos tan diferentes que raro era que no fueran artificiales.

Pues eso, que estábamos en su sofá absorbiendo nuestros repelentes potingues corporales cuando la confundí con un pajarico. Con uno de esos tan pequeñitos que incluso se asustan de su propio piar. Fue entonces cuando mi obsesión por las aves me llevó al punto de escuchar en mi cabeza el estridente piar de una manada de pajarracos afanados en picotear mi maldita sesera. La apodé, pues, Pajarico Somewhere  en honor a su boquita de piñón que me acompañaba mentalmente a todas partes.

Para seguir con la tradición, Pajarico Somewhere no tardó más que un par de semanas en volar del nido para siempre. Y ya no me contestaba los mensajes, ni los whatsapps, ni las señales de humo. Entonces, a un tipo muy listo se le ocurrió hacer una película de nuestro idilio amoroso. El título me venía que ni pintado: Alguien voló sobre el nido del cuco.

Me quedé asombrado por mi rapidez de haber perdido a ambas hermanas. Jo, qué barbaridad.  Oh, pobre de mí, cuán apenado me sentía yo de tales acontecimientos. Porque, si bien es cierto que no eran mayores de edad, nunca resultó ser problema alguno. Y, para más inri, la sociedad ya estaba acostumbrada a esas típicas vejaciones entre aparentes ariscas y libertinos repugnantes.

Decidí, pues, dejar de buscar el amor en aquella familia, a sabiendas de que si hubiera quedado una hermana más por descorchar, brindaríamos todos por el poder de la reproducción trilliza. En fin, que el transcurso de la vida no se detuvo y, acompañado de mis drugos, seguí vagabundeando en busca de nuevas fechorías.

Resultó entonces que, en cuanto me harté de mi nueva amistad con las enfermedades venéreas, aquel Pajarico que tan olvidado me tenía, dejó de lado rivalidades triviales con su hermana y volvió a mantener conmigo posturas extravagantes en su sofá. Qué maravilla esto de la naturaleza, oiga. Corría la misma sangre por sus venas y en cambio eran como la noche y el día. Y a mí, por aquel entonces, y sin que nadie lo supiera, me dio por vivir a veces con el sol y otras con la luna. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario