domingo, 12 de febrero de 2012

Testimonios de un amor sin conclusión (VIII)


Desayuno con diamantes



Pasó las noches en las fiestas del glamour buscando sitio en lo más alto de la cima, dejando a un lado su talento y acomodando su cuerpo en las garras de adinerados caballeros. No la culparé jamás por ello, ni hablaremos del pasado que nos atormentaba en soledad. Probablemente solo nos dediquemos a dar largos paseos matutinos por la gran manzana para que nunca olvide nuestra esencia, que es la esencia del amor.

Quizás nunca fue la actriz que tanto deseó ser, una estrella que eclipsara Hollywood con su arte y su belleza. Por eso me recordaba tanto a mí, porque mis novelas publicadas acumulaban polvo en las bibliotecas y mi sueño se truncaba a pesar de tanto esfuerzo. No obstante, nos diferenciaba mi constante lucha y su fea costumbre de encontrar el encanto en la superficialidad.

Apareció pues, un nuevo sueño al que aferrarme: esas ganas locas de apartarla de todos aquellos canallas que nunca vieron la persona, sino la mujer; y conseguir que solo fuera mía para que la dependencia que surgiera entre nosotros nos independizara del resto de la gente.

No me gustaría escribir este final porque si les soy sincero espero que no lo haya. Al fin ella comprendió que los días rojos se los lleva el viento, que la riqueza no compra dignidades y que los diamantes los lleva tatuados en su cuerpo, y que por eso su piel brilla en la más profunda oscuridad.

Ahora todo tiene un nombre, hemos vuelto a la realidad más necesaria. Ahora todo tiene un nombre, salvo el gato, al que hemos pensado llamar Tiffany’s. Pero pregúntenle a ella, yo ya no recuerdo ni por qué.


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