viernes, 26 de noviembre de 2010

TERAPIA TERCERA.

 Desde un lejano lugar.


Pensamos que no nos equivocamos cuando creemos que hacemos lo correcto. Pero lo correcto a veces no lo es. Nos jugamos la vida cuando actuamos por vanidad, dándole protagonismo a una conciencia tan impulsiva que puede llegar a matar, como los animales. Y la muerte es silencio, es escapar de una mente de la que te has enamorado, una mente por la que darías la vida. Pero olvídalo, tú en esta historia ya estás muerto.

Maldecimos cualquier instante que haya ocasionado temerosas consecuencias. Amanecemos con el estómago revuelto por culpa de la incertidumbre, por culpa del vacío tan extremo que ha quedado impregnado en la memoria para siempre. Y quizás aprendemos la lección, porque después de buscar un sitio en su lugar, hoy al despertar, solo hay indiferencia.

Luchamos por volver, como nos dejaron volver en su momento. Pero la barrera esta vez se rompió, como quien estampa su cerebro ante el espejo, como quien se acribilla puñaladas en el pecho. Y vagamos en el olvido de su ser, observando su lugar desde un sucio cristal, muriéndonos de frío, aparentando la sonrisa para el mundo. Sin embargo, el límite, en esta ocasión, se sobrepasó.

Desaparecemos de una historia en la que siempre quisimos actuar. Anochecemos ante la ausencia de un aroma que empapó el aire eternamente. Porque la despedida es así, apagando una vista que no la vuelve a mirar, unas manos que nunca más la tocarán y un oído que se escapa con el adiós que le escucha pronunciar. Y naufragan las palabras, como quien naufraga en su mirada, poniéndole a este relato un punto y final. Porque la muerte es eso, es el silencio de no poderla respirar.

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