lunes, 22 de septiembre de 2014

CARTAS PARA PAULA: SEMANA 5

 "Lo importante más que el sexo 
 es saber con quién hacerlo"


No somos nada, es lo que decías después de cada polvo, tú te corres, yo me corro, ¡yo me corro!, ¿qué más quieres? Sí, tal vez cinco semanas no eran todavía suficientes para preguntarse por algo más, pero fuiste a parar con un primerizo en eso de las relaciones y ya desde el principio andaba ansioso por deambular contigo por todos y cada uno de los rincones de la ciudad.

Primerizo en todo tipo de relaciones. Sé que te diste cuenta al instante pero callaste tratando únicamente de guiarme por los puntos más inverosímiles y excitantes de tu cuerpo. A un lado dejaba la virginidad que me había acompañado desde que con catorce años solo me atreviera a juguetear con las nalgas de una chica. Tres años y muchos culos después estaba yo encima de ti perdiéndome entre las sábanas azules de tu habitación. Despacio, decías susurrándome al oído, tranquilo, no tengas tanta prisa. Y extrapolabas el mismo discurso cuando tras cada polvo yo te observaba desnuda y preguntaba por un futuro que tanto se hacía de rogar. Tengo las mismas ganas que tú, Martín, pero no sabes qué difícil es salir de una relación y volver a engancharse a otra en tan poco tiempo. Y así, con la tranquilidad a la que conlleva el post coito, empezamos a conocernos intrínsecamente hasta que tu madre salía del trabajo.

En clase nunca me sentaba a tu lado, nadie sabía nada y la idea de que la unión de tu cuerpo con el mío fuera un secreto aumentaban mis ganas de volver a entrelazarme contigo a la salida del instituto. Y así empezamos a ser partícipes de la mejor de las rutinas inventadas: la fornicación. En la cama, debajo de ella, en el sillón, en la habitación de tu madre, encima de la mesa del comedor, en la playa a altas horas de la madrugada, en el probador del Corte Inglés, entre dos coches a la salida de una disco; arriba, abajo, de lado, de pie, desde atrás, contra la pared, sobre una silla, abrazándonos con las piernas la cintura. Y es ahora, al describir lo que fueron nuestras primeras semanas, cuando empiezo a practicar el onanismo con cada momento y cada postura que recuerdo.

¿Cuántos años tenías cuando se separaron tus padres? Respondiste que siete, pero que lo recuerdas como si se tratase de ayer. Todavía los veo hablando en la comida, que si falta pagar esto, que si falta comprar lo otro, cuando lo que faltaba realmente era amor en esta casa. Se fue mi padre y mejoró la vida familiar. Apenas hablamos desde entonces. ¿Sobre mi ex? Resultó que todo el amor que le di no me fue recibido y que tardé en verlo, y que una vez visto quise matarle a él y quise matarme yo por no haber sabido verlo. Bueno y deja de preguntarme y vayamos al lío que ya he visto que tu pequeño gorrión ha vuelto a despertar. Y tú esta vez encima, o debajo, qué más daba, volvíamos a perdernos en la inmensidad de aquel mundo que creamos para follarnos con el cuerpo y corrernos con el alma.

Pocas noches dormíamos juntos, y en las que lo hacíamos yo tenía que desaparecer antes de que tu hermano se levantara para ir a abrir el café. Fue en esas mañanas cuando empecé a encariñarme con tu aliento matutino, tu pelo alborotado, tu aparato de dientes nocturno, tus calcetines por dentro del pantalón y me quedaba un rato despierto contemplando esa imagen por si el tiempo a tu lado fuera caduco y no me fiara de mi capacidad de retención de lo vivido. Y es así como después de darte un beso de buenos días, de volver a taparte con la sábana perdida en la noche y despedirme con un nos vemos luego en clase, abría la puerta haciendo el menor ruido posible y volvía a mi casa andando con tanta felicidad como sueño tenía. Empezábamos a ser alguien, y los pesqueros navegaban, las gaviotas despertaban, las calles aún estaban mojadas.

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