jueves, 25 de septiembre de 2014

Historias de diminutos y gigantes (XVI)


Carta a Paula (El verano de tu beso)

Dedicado a Paula, y en especial, a todas su amigas

Parece ser que estábamos en esa discoteca donde los chicos siempre van diciendo eh nena, ven y arrodíllate que somos los dueños de la noche, y quizás tú no lo recuerdes pero en aquella discoteca, bajo la molesta luz intermitente de la pista de baile, te acercaste a mí, me susurraste algo al oído y acto seguido me besaste en la mejilla.  ¡Uauh! Todavía puedo sentir tus ebrios labios en la mejilla izquierda, tan cálidos, tan llenos de vida. Pasó que justo en aquel momento Alberto se había puesto malo y empezó a salirle vómito por las orejas. Nos tuvimos que ir corriendo. ¡Qué desgracia! Ni me despedí de ti.

Han transcurrido ya siete veranos y todavía sigo dándole vueltas. Si te soy sincero, Paula (siempre tengo en mente tu nombre), me gustaría saber cuáles fueron tus palabras antes del beso. No hay día que maldiga la  música tan ruidosa de aquel cuchitril. Necesito que me lo digas porque sinceramente es el mejor recuerdo que guardo de ti. Luego ya te acostaste con mi amigo y lo echaste todo a perder. Bueno, tampoco era tan amigo y, ¡qué narices!, por aquel entonces ya estaba todo perdido.

Aunque sí, Paula, tenía que haber arriesgado: buscarte por Barcelona (ese mismo año fuiste a estudiar allí), llamar a tu timbre y decirte: Oye Paula, Paulita, mi vida, ¿qué me dijiste la noche del beso en la mejilla? Y tú, sorprendida al verme, responderías: ¡Charlie, querido! ¿Qué carajo importa lo que te dijera esa noche? Ahora estamos juntos y ya nada nos separará. No Paula, amor, te equivocas, te acostaste con mi amigo y eso ya no tiene arreglo, te recriminaría. Y, conociéndote, tú dirías: Charlie, pícaro, pequeño sabueso, ¿YA NO RECUERDAS QUE TÚ FUISTE EL PRIMERO QUE SE TIRÓ A TODAS MIS AMIGAS? Y entraríamos en un círculo vicioso, y ya sabes, Paula, Paulita, vida mía, que a mí, a vicioso no me gana nadie.

Durante todo este tiempo estuve escribiéndote infinidad de cartas, pero esta es la primera que me atrevo a enviarte. En las otras escribía lo imprescindible que eras en mi vida y que amaba esa manera tuya de actuar tan impredecible. Quién me iba a decir a mí que ser tan impredecible te diera lugar a acostarte con mi amigo. ¡Vale! Ya dejo el tema de mi amigo en paz. En realidad poco importa eso ya. Sé que acabaste ennoviada con un tal Roberto y que vivís felices con vuestros hijos (que tan perfectamente podían haber sido los nuestros).

¿Qué encantadoras palabras susurraste a mi oído, amor? Mil veces pude preguntártelo después de aquella noche, lo sé, pero el escaso tiempo en el que la vida nos mantuvo unidos, lo dediqué expresamente  a comprobar si también tu lengua mantenía la misma ebriedad que tus labios. Siempre cálidos. Siempre llenos de vida.

Tanto tiempo ha pasado y yo te tengo tan presente.  Ya me despido Paula. El futuro está esperándome. Pero no hay verano que empiece y no me acuerde de tu aliento. ¿Qué me dijiste? ¿Qué diablos hizo que me besaras? Necesito saberlo, cariño, como el aire los humanos, porque yo, desde entonces, sigo sin lavarme la mejilla.

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