martes, 14 de diciembre de 2010

TERAPIA CUARTA

 Las ardillas van de "culo"

Tampoco hay mucho que escribir. Y, sinceramente, no hay nada que contar. La habitación de al lado está vacía, pero siempre había estado habitada. Ahora se guardan las bellotas que se recogen durante todo el año debajo de la que fue su cama. La ardilla no para de caer del árbol una y otra vez, y cada vez que cae, una parte suya desaparece.

Hace dos años que la soledad nubla sus bellotas, pero la recolecta de esta temporada ha quedado, más que nunca, colgando de un hilo,  como un péndulo que ya no sabe qué hora marcar, como una mirada que de lado a lado la mira sin cesar. En la calle hace frío y la gente no sale a pasear, la casa está caliente, su calentura corporal; la habitación está vacía, su vacío cerebral.

Es un don que ofrece la naturaleza el de la muerte, un don tan especial como espacial. Espacial como una ardilla voladora, una ardilla en busca de su locura intergaláctica, una locura en forma de una pasión tan desatada que ni la bellota más fructífera acabaría por frenar. La habitación de al lado huele a batín, los batines no huelen, pero para la ardilla sí. El misterio de una muerte que la acabará por matar.

No se trata de pensar qué escribir, ni siquiera hay que escribir para soñar. Las ardillas son gilipollas. Las ardillas no saben desear. Las ardillas no se enamoran. Las ardillas no se fijan en un culo como aquél. Más allá del concepto. Más allá de cualquier otra cosa. La ardilla abre la puerta de la habitación, se desnuda, se pone un batín y empieza a contar. Son diecinueve bellotas para una delgada ardilla.

Y ahora por favor, no me molestéis. Quiero pensar en aquel culo.

(Incluido guiño cómico a Charles Bukowski)

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