AÑO NUEVO I
Al despertar no
recuerdo quién soy, ni de dónde vengo, ni a dónde voy. Y no solo
es por la resaca que ahora me atormenta, es algo con lo que llevo
conviviendo prácticamente desde mi infancia. Levantarme y no saber
nada de mí, ser un perfecto desconocido al que solo doy de comer
y beber. Y al parecer ayer le di
de beber bastante, el aliento me sabe a sangre y al otro lado de la
cama la teta izquierda de la chica que yace desnuda me da los buenos
días. Desde la habitación oigo a mi madre cortar verdura en la
cocina.
_ Eh, oye -le digo a la
chica. – Tienes que desaparecer de aquí.
Y mientras recojo la
ropa del suelo pienso en cómo conseguir que esta chica se vaya de mi
casa sin que mi madre se dé cuenta de la situación. Entonces abro
la ventana y dejo caer unos vaqueros al patio de luces de la finca.
Voy y le digo a mi madre que me los recoja, que yo no puedo porque
por una extraña razón tengo la rodilla como una bola de billar y me
cuesta caminar. Tan buena como ha sido siempre mi madre, me hace el
favor y yo aprovecho para que Cristina, que es así como se llama mi
ligue de anoche, vuele de mi habitación tan rápido como pueda.
_ Espera, joder, ni
siquiera he acabado de vestirme.
_ Va, no hay tiempo que
perder, tienes que irte ya.
_ ¿Cómo estás de tu
rodilla? -me pregunta Cristina una vez vestida.
_ ¿Cómo sabes que me
duele? -pregunto sorprendido.
_ No dejaste de
quejarte en toda la noche, Martín. Te caíste por las escaleras de
un pub.
Le doy dos besos cuando
abro la puerta para despedirla. A ella le da por besarme en los
labios. Me dice que la llame cuando pueda, que le gustaría conocerme
mejor. Lo imaginaba, todas quieren conocerme mejor, pero se
arrepienten cuando lo hacen. Le sonrío a Cristina mientras espera el
ascensor.
_ Sí, te llamaré -le
digo.
Al cerrar la puerta de
casa me prometo que nunca más volveré a verla.
EMPIEZO A SALIR CON UNA
ALUMNA
Mientras el mundo agoniza ahí fuera yo sigo dando mis clases de tenis, escribiendo por las noches, masturbándome para intentar dormir. Compito en un torneo de tenis autonómico y me eliminan en primera ronda. Al acabar el partido me largo directamente a casa y parto las raquetas en dos. Me ducho y acto seguido me arrepiento de lo que he hecho. Aparte de un perdedor soy un idiota.
Lo único que me reconforta es que me he enamorado de Elena, una de las chicas a las que doy clase. Tiene cuatro años menos que yo y juega rematadamente mal, solo sabe darle de revés. Por eso me gusta, porque olvida todo lo que le enseño para jugar como le da la gana. Me recuerda mucho a mí, todo lo hace del revés, todo lo hace según le viene en gana.
Cierta noche coincido con ella en un bar de Xúquer y nos alegramos mutuamente de encontrarnos. Como profesor de ella me veo en la obligación de invitarle a una copa y varios minutos después ya estoy diciéndole que si no fuera alumna mía ya la habría invitado a salir.
_ Principalmente porque soy alumna tuya deberías hacerlo – me sugiere entre risas.
Jugamos al futbolín y ganamos juntos la partida. Luego me dice de ir a su casa para acabar la noche más tranquilos y no tardo ni dos segundos en aceptar. Por el camino hablamos de las clases de tenis y cumplido tras cumplido acabamos besándonos en su portal.
Me invita a subir.
La invito a follar.
Ese mismo día por la tarde la veo en clases y no evitamos sonreírnos en la pista. Llevar esta aventura en secreto nos sienta de maravilla. Cierta mañana vuelvo a despertar en su casa, esto es lo más parecido a una novia que he llegado a tener. Saco la conclusión más inteligente a la que he llegado nunca: es más importante ganar al futbolín que ser el campeón de un torneo autonómico.
LA DROGA
El fallecimiento de mi
abuela me afecta significativamente, y aunque Elena se esfuerce en
querer animarme yo a quien llamo para alegrarme el alma es a Carla,
una artista de la pintura que conocí el año pasado en un recital
de La tinta vino. A ella le cuento sobre mi abuela. Joder, le digo,
no hay derecho. Pero con Carla solo hago que hablar y aunque me muera
por perderme entre su cuerpo, decido que no tendría sentido
traicionar a Elena solo porque todavía no haya podido retenerme
como un alma en sus brazos.
Por eso he empezado a
consumir cocaína. Conozco a un tío un sábado noche y me habla de
la muerte. Me cuenta que ya ha enterrado a dos abuelos, una hermana y
un padre. Saca de la cartera una bolsa blanca más pequeña que un
meñique y coloca delicadamente el polvo que sale de ella en la
repisa de un escalón. Con el carné de biblioteca forma dos rayas de
nieve separadas solo por la suciedad del suelo.
_ En fin, – me dice –
esto es lo único que nos queda.. ¿Verdad?
Enrolla a presión un
billete de cinco euros y colocando una punta del papel dinero sobre
el polvo y en la otra su nariz, aspira con violencia hasta que la
nieve desaparece de su origen y traspasa las hendiduras para colarse
por completo en su cerebro.
_ Te toca – me dice.
Miro a Cristian. Me da
su aprobación asintiendo con la cabeza. Coloco de nuevo el billete
en posición y mientras el infierno se amontona en mi nariz noto que
me desvanezco en un invierno que se envenena con mis miedos. Practico
el mismo ritual todos los fines de semana y acabo por perder el
control de todo lo que me importa. Escribo mucho, escribo casi tanto
como me drogo y empiezo a ver a Elena tan poco que lo único que nos
une son todos esos benditos polvos que pegamos. A Carla la sigo
llamando cada vez que el mundo se derrumba.
La cocaína es un buen
polvo, pero los he vivido mejores.
VISITA A LA PSICÓLOGA
Decido visitar a un especialista para no perder la poca cordura que todavía me queda. Entro en un pequeño despacho y una psicóloga se me presenta como la Doctora Patricia Cantos. Es inexplicablemente guapa, de piernas largas y piel muy morena, y al instante siento unas ganas terribles de tirármela.
_ Está bien, Martín, ahora tienes siete años y no puedes dormir. Estás inquieto. Algo te quema por dentro. Cierra los ojos y dime, dime cuáles son tus miedos.
_ Soy un chico raro. Los demás juegan al fútbol en el patio y yo me escondo para hablar con las chicas de mi clase. Llevo gafas y no levanto ni dos palmos del suelo. A veces, mientras tanto, escribo historias donde yo soy un superhéroe y voy dotando de poderes a todos los chicos del mundo que son igual de raros que yo.
_ Sigue Martín, no pares ahora, sigue contándome la vida de ese superhéroe.
_ A la salida del colegio me he ido directo a casa. Al entrar he ido directo al baño porque me estaba haciendo mucho pipí y he visto a mi padre duchándose con una señora que no era mi madre. La mujer se ha asustado tanto de verme que al taparse ha resbalado y se ha caído al suelo. A mí me ha entrado el pánico y me he puesto a llorar. Sin querer, me he meado encima.
_ Despierta, Martín, vuelves a tener los veintitrés que tienes ahora. Pero si te miras al espejo solo ves aquel niño de siete años. ¡Dime, Martín, dime si te reconoces en tu reflejo, si aún queda algo de aquel superhéroe que no levantaba dos palmos del suelo!
Cojo mis trastos y me voy. Estoy tirando el tiempo y el dinero. Aparco cerca de mi casa, entro al portal, subo por el ascensor y me miro al espejo. Al otro lado un niñato se encoge de hombros mientras me sonríe. Soy yo con siete años. Luego abro la puerta de mi casa y encuentro una nota en la nevera: HE SALIDO A DAR UNA VUELTA. TIENES LA CENA EN EL HORNO. BESOS. MAMÁ.
Salgo al balcón y me siento a contemplar el mar. Sin saber por qué, tengo unas ganas irremediables de que alguien me diga que me quiere.
Decido visitar a un especialista para no perder la poca cordura que todavía me queda. Entro en un pequeño despacho y una psicóloga se me presenta como la Doctora Patricia Cantos. Es inexplicablemente guapa, de piernas largas y piel muy morena, y al instante siento unas ganas terribles de tirármela.
_ Está bien, Martín, ahora tienes siete años y no puedes dormir. Estás inquieto. Algo te quema por dentro. Cierra los ojos y dime, dime cuáles son tus miedos.
_ Soy un chico raro. Los demás juegan al fútbol en el patio y yo me escondo para hablar con las chicas de mi clase. Llevo gafas y no levanto ni dos palmos del suelo. A veces, mientras tanto, escribo historias donde yo soy un superhéroe y voy dotando de poderes a todos los chicos del mundo que son igual de raros que yo.
_ Sigue Martín, no pares ahora, sigue contándome la vida de ese superhéroe.
_ A la salida del colegio me he ido directo a casa. Al entrar he ido directo al baño porque me estaba haciendo mucho pipí y he visto a mi padre duchándose con una señora que no era mi madre. La mujer se ha asustado tanto de verme que al taparse ha resbalado y se ha caído al suelo. A mí me ha entrado el pánico y me he puesto a llorar. Sin querer, me he meado encima.
_ Despierta, Martín, vuelves a tener los veintitrés que tienes ahora. Pero si te miras al espejo solo ves aquel niño de siete años. ¡Dime, Martín, dime si te reconoces en tu reflejo, si aún queda algo de aquel superhéroe que no levantaba dos palmos del suelo!
Cojo mis trastos y me voy. Estoy tirando el tiempo y el dinero. Aparco cerca de mi casa, entro al portal, subo por el ascensor y me miro al espejo. Al otro lado un niñato se encoge de hombros mientras me sonríe. Soy yo con siete años. Luego abro la puerta de mi casa y encuentro una nota en la nevera: HE SALIDO A DAR UNA VUELTA. TIENES LA CENA EN EL HORNO. BESOS. MAMÁ.
Salgo al balcón y me siento a contemplar el mar. Sin saber por qué, tengo unas ganas irremediables de que alguien me diga que me quiere.
VIAJE A MADRID
Cojo un ave destino a
la capital cierto viernes de finales de mayo. A mi llegada no
entiendo muy bien qué hago ahí. Cosas de mi loquera, que dice que
viajar me va a sentar muy bien. Inmediatamente recuerdo que no hace
mucho yo me acostaba con una pija madrileña. La llamo y le digo de
quedar. Se sorprende de encontrarme y pasamos la noche
emborrachándonos. Nos ponemos al día y acabamos haciéndolo en un
garaje del centro. Luego me dice que me vaya, que va a venir su novio
a recogerla.
_¿Tu novio? Joder, ¿y
yo qué hago? ¡Ni siquiera sé dónde estoy y ya no sale ningún
metro!
Entonces el bueno de su
chico nos recoge a los dos y se dispone a dejarme en el hotel. Acabo
de tirarme a su novia y ni siquiera quiere que le pague la gasolina.
La culpa empieza a atormentarme.
En esas, el novio,
cansado del bochornoso silencio, me pregunta inocente:
_ Y tú, Martín,
¿tienes novia?
¡Hostia, Elena!
Regreso a Valencia dos días más tarde y me dice de quedar, al
parecer tiene que hablar muy seriamente conmigo.
_ No sé quién eres,
ni de dónde vienes, ni a dónde vas. Me gustabas hasta que fui capaz
de conocerte. Eres un desastre como persona, un tipo que solo piensa
en sí mismo. No quiero volver a verte más, ni que sepas tú de mí.
No te aguanto, Martín, estoy cansada de apostar por alguien que no
merece la pena.
A la noche siguiente
lloro todo lo que tenía que llorar en las escaleras de un pub de
mala muerte junto a mi amigo Cristian. Esnifo hasta que la sangre
nasal me dice basta. Luego empiezo a pegarle cabezazos a las puertas
de los baños. Entra un responsable de seguridad y me echa a patadas
del garito. Intento como puedo llegar a casa y me miro ante el
espejo.
No me veo reflejado. Ya
no soy un superhéroe.
Soy consciente de que
Elena ha tomado la mejor decisión de su vida.
LLEGA EL VERANO
Por fin llega la
estación más calurosa del año y con ella los torneos provinciales
de tenis en la categoría de dobles. Juego con mi compañero Carlos y
arrasamos allá por donde vamos. Pese a mi altura, soy el mejor del
mundo en la volea. Lo hacemos tan bien que sumamos miles de puntos y
coleccionamos decenas de regalos.
Una noche salimos para
celebrarlo y conozco a una chica siete años mayor que yo. Nos damos
unos pocos besos y le digo lo maravilloso que es escribir, que todo
el mundo debería hacerlo. A ella le importa un comino lo que le
cuento y solo me dice de ir a su casa. Yo insisto en que la vida sin
la escritura sería un auténtico fracaso. Y que si existe algo mejor
que trazar palabras en un papel, eso es leer. Me dice que me calle y
que la bese. Pero sus besos no me importan para nada, ¡necesito que
el mundo escuche lo que tengo que contar!
_ Oye, chaval, estás
como una puta cabra.
Y coge y se va con la
música a otra parte. Yo, sin embargo, entono la mejor de las
melodías y regreso al Rompeolas dispuesto a seguir consumiéndome en
el orgasmo efímero de la felicidad. Carlos y yo hablamos de sexo,
política y acción antes de emprender el camino hasta la orilla del
mar.
_ ¿Sabes? Durante
estos meses he pasado una mala racha. Creí que ni siquiera sería
capaz de coger una raqueta.
_ La vida no son años,
sino etapas. Y todo lo malo se acaba, ¿no? Además, hemos jugado
como los ángeles.
_ Sí, y eso que yo
dejé escapar a uno.
¿Qué narices estará
haciendo ahora Elena? Sabiendo que son las siete de la mañana y que
la vida es una fiesta, supongo que estará con algún cretino volando
una cometa. La echo de menos. Aunque a quien más echo de menos es a
mí. Al pequeño Martín escritor de superhéroes.
_ Carlos, si pudieras
escoger un superpoder, ¿cuál elegirías?
_ El de poder parar el
tiempo cuando quisiese. Mira, Martín, yo quiero vivir en este
momento para siempre.
Y mientras Carlos
señala el horizonte yo observo el oleaje continuo que me hechiza.
Las gaviotas buscan el desayuno en la fina arena de la playa. Sonrío
y pienso que soy un auténtico gilipollas.
Busco mi reflejo en el
fondo del mar.
Han pasado seis meses
desde que empezó el año y todavía sigue brillando el sol.
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