martes, 2 de junio de 2015

RUTINAS ASCENDENTES 1ºPARTE

1ºPARTE


El aire de la mañana es una ligera brisa de lo que somos.

_ Chico. Chico. Despierta, chico.

_ Buenos días, Clara. ¡Madre mía, esta resaca me va a matar!

_ ¡Dios santo! ¡Qué vergüenza! ¿Tú sí que te acuerdas de mi nombre?

_ Por lo que imagino tú del mío no, ¿no?

_ ¡Dímelo! ¡Dímelo! ¡Dímelo!

_ Martín, me llamo Martín. ¿Tanto bebiste ayer?

_ ¡Qué va! Solo que tengo mala memoria para los nombres. Bueno y para las fechas. Y para todo.  Pero encantada de conocerte de nuevo, Martín.

Paciencia.

_ No te preocupes, no eres la única que tiene mala memoria. Sin ir más lejos yo soy un desastre para recordar también ciertas cosas que no me interesan.

_ Pues bueno, Martín.  Ha sido una noche genial, ¿no crees?

_ No sé, es la primera vez que una chica me dice de acostarme con ella y lo único que pretende es dormir conmigo.

_ Pues si creías que iba a haber sexo es porque no sabes el tipo de chica que soy.

_ ¿La típica que se acuesta con los chicos que le gustan?

_ Eso hicimos. Acostarnos.

_ ¡Dormir! ¡Lo que hicimos fue dormir!

_ ¿Y acaso has dormido mal, idiota?

_ No, sinceramente ha sido una noche magnífica.

_ ¿Entonces de qué te quejas?

_ ¡Yo no me quejo! Eres tú la que… ¡Dios! ¿Qué es lo que tienes en la palma de las manos?

_ Solo es la marca de mis uñas marcadas, tranquilo. Me pasa siempre. Es una manía, como la tuya de morderte el labio por lo que veo. Yo debo de apretar fuerte los puños de la mano al dormir y no me doy cuenta. Ya te acostumbrarás.

_ ¿Cómo que ya me acostumbraré? ¿Qué quieres decir con eso?

_ Bueno, ¿a ti no te gustaría volver a quedar?

_ ¿A mí? No sé… ¿a ti sí?

_ ¡Eh! Yo pregunté antes. Así que contesta tú primero.

_ Está bien. Está bien. Por mí sí, supongo. Me pareces bastante interesante.

_ ¡Qué mono eres! Me ha gustado esa respuesta.

_  Odio que me llamen así, Clara, pero tú también te irás acostumbrando a esas cosas.

Paciencia.

_ Y bueno, dime, ¿no tienes novio, Clara?

_ ¿Estaría aquí contigo si lo tuviera?

_ Créeme, he conocido a muchas que sí lo estarían.

_ Pues no es mi caso, Martín. Y si te sirve de algo, eres el primer chico al que beso desde que lo dejé con mi ex.

_ ¿Se supone que tengo que sentirme halagado por ello?

_ No, tranquilo, no hace falta. En fin… imagino que tú tampoco tienes novia.

_ ¿Tanto se me nota?

_ A leguas. Eres el típico capullo mujeriego que no siente lo más mínimo por una chica, ¿no es así?

_ ¿Cómo puedes saber tanto de mí en tan poco tiempo?

_ ¿Y tú cómo es que siempre contestas a mis preguntas con otra pregunta?

_ Lo hago cuando intento evitar que me hagan un cuestionario.

_ Genial, aparte de capullo eres también un poco gilipollas.

Paciencia.

_ Bueno, anda, Clara, ya que no me ofreces nada para desayunar, al menos dame un beso.

_ Ahora te aguantas. Además, yo nunca desayuno.

_ ¡Dios! Tienes carácter, ¡eh! No está nada mal. Por eso estás empezando a gustarme.

_ Y tú empezaste a gustarme porque me parecías gracioso. Al menos anoche lo eras.

_ ¡Y lo sigo siendo! Pero mira que me lo pones difícil, chica.

_ Tranquilo, que me sigues gustando. ¡Y deja de morderte el labio que te va a sangrar!

_ Vale, lo siento.

_ No lo sientas. Me encanta.

No. Esta vez no hay paciencia. Los labios se vuelven uno y la sábana va cayendo al suelo muy poco a poco. Luego es la almohada la que se estremece en una esquina. Al instante el neceser de la mesita de noche es estampado contra la pared. Los cristales de la ventana empiezan a vibrar. El tembleque es cada vez más intenso. El minutero del reloj de la pared, expectante, ya no quiere marcar la hora.

_ ¡Joder, Clara! Debes de haber practicado con muchos para dar esos besos.

_ Definitivamente eres idiota, Martín. No he practicado mucho. Son los besos que doy y punto.

_ ¡Pero no te lo tomes a mal! Quiero decir, haces como un molinillo dentro de mi boca a una velocidad insaciable. Me estás volviendo loco, chica.

_ Será el pirsin que tengo en la lengua.

_ Será la lengua que tienes en la boca.

_ Bueno, y hablando de bocas. ¿No te importará que me encienda un cigarro, no?

_ Anoche te la pasaste entera fumando, Clara.  Así que no, a estas alturas ya no me importa.

_ Lo sé. Es un vicio que debería dejar.

_ Pues sí. Deberías dejarlo. ¡Porque me estás tirando todo el humo en la cara!

_ ¡Dios mío! Lo siento. Aunque, ¿sabes qué dicen que cuando alguien te tira el humo encima es porque realmente le atraes?

_ ¡Pues como te atraiga un poco más vas a destrozarme los pulmones!

_  Que sí, que sí. Que ya paro.

_ Además, a mí no me vengas con sutilezas. Si te atraigo, ¿no te bastaba con enseñarme un pezón?

_ Muy bien, Martín. Ahora aparte de capullo y gilipollas, eres un machista grosero.

Paciencia.

_ Está bien, Clara. Lo siento. Me he dejado llevar.

_ Anda, no lo sientas tanto y abrázame. Odio despertarme con frío.

_ ¡Como ayer! Te pasaste toda la noche tiritando.

_ ¡Maldita sea! Me estuviste llevando por todos lados. De aquí para allá. De allá para aquí. ¿Se puede saber qué pretendías, Martín?

_ Quise separarte de tu grupo de amigas y de una manera sutil intentar flirtear contigo.

_ ¿Sutil? ¿Consideras sutil acercarte a mí y decirme que me vaya contigo que tienes ganas de besarme?

_ Bueno, bueno. Muy sutil no fue, estoy de acuerdo. Pero al menos fui sincero.

_ Sí, eso sí. Luego no sé qué más dijiste  que te mordiste el labio y me eché a reír. No estuvo mal, la verdad, nada mal.

_ La que no estás nada mal eres tú, chica. Pero ahora me tengo que ir. No tengo llaves de mi piso y Gastón suele salir a correr.

_ Anda, vete, Martín.  No vaya a ser que te quedes sin entrar en tu propia casa. Mira, te acompaño hasta el metro.

_ ¡Esa es mi chica!

En el metro se produce la despedida. Los escalones de la escalera mecánica marcan un beso lanzado al aire.

_ ¡Clara! ¡Se te ha olvidado darme tu número de teléfono!

_ ¡No se me ha olvidado! ¡No te lo he dado porque no he querido!

_ ¡Pero dijiste que nos volveríamos a ver!

_ ¡Tranquilo, Martín! ¡Eso dalo por hecho!

La tarde cae sobre las montañas del oeste. Ya en el piso, Gastón se encarga de abrir la puerta.

_ ¡Madre mía, Martín! ¿Se puede saber dónde te habías metido?

_ Pasé la noche con una tal Clara. Es probable que algún día te la presente.

_ Y qué, Martín, ¿te has acostado con ella?

_ Sí, en cierto modo sí.

_ ¿Y es buena en la cama?

_ Es la mejor.

El sol tras las montañas es una larga sombra de lo que seremos.





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