lunes, 15 de diciembre de 2014

EL ÚLTIMO RUSO BLANCO


Tuvo la poca decencia de apartarme de mi grupo de amigos con los que compartía una sabrosa Guinness en el bar del bueno de Roberto y acorralarme contra la mesa de billar. Claudia estaba exhausta, tal vez excitada, quién sabe; pero doy por seguro que la cara de enfado que traía desató el apetito sexual (si es que no estaba ya lo bastante desatado) de todos los allí presentes:

_Nunca entenderé cómo chicas como yo hemos podido acabar alguna noche contigo! ¡Joder, maldito alcohol!

_Oye, tranquila, preciosa. Ven, deja que te invite a un buen ruso blanco.

_Martín, no. Yo solo quería ser tu amiga, y tú ni siquiera crees en la amistad. Soy una tonta, contigo es imposible que algo salga bien.

Claudia salió disparada hacia el baño. Lloraba. Se le habrá metido algo en el ojo, pensé. Entonces aproveché para invitar a mi amigo Agustín a una partida de billar:

_Voy a lisas-dijo Agus.

_Yo siempre a por ralladas-dije alzando la vista hacia el baño de señoras.

No tardé más de dos minutos en perder. Acabé metiendo la negra en el primer agujero que vi.

_Siempre te pasa igual –dijo Agus.

_Y que lo digas.

Salió en ese momento Claudia del servicio con el móvil entre las manos. Se acercó a la mesa de billar y se sentó sobre ella:

_El día en que controles tu vida con la cabeza y no con el pito, ganarás una partida de billar.

Se levantó y fue directa a la barra. Observé cómo Roberto le servía un ruso blanco bien cargado. Mientras, Agus apoyaba las manos en mis hombros:

_Oye, Martín, esa chica solo quería hacerte feliz.

_Yo ya soy feliz Agus, posiblemente sea la persona más feliz del mundo.

En el bar de Roberto había poca gente. Un par de parejas al fondo ambientaban un antro de mala muerte. Agus y los demás jugaban a los dardos y fumaban tabaco de liar. Yo me acerqué a la barra y me senté al lado de Claudia, que apuraba ya los últimos tragos de su vaso.

_Toma Roberto, cóbrate el ruso de ella y sírvenos dos más –dije extendiendo un billete de diez al barman.

_¿Qué quieres, Martín? –me dijo Claudia.

_Pasar un rato agradable con mi amiga, ¿qué te parece?

_Me parece que tú y yo no somos amigos.

_Vamos Claudia. Nos conocemos de hace mucho tiempo.

_Déjalo, Martín. Además, ahora vendrán a recogerme. Estoy esperando a Ramón.

_¿A Ramón? ¿Estás esperando a ese cabronazo? Joder Claudia, ¿quieres que te explique por qué a ese cabronazo le llamamos el picha corta?

_Dime, Martín, ¿por qué siempre acabas mal con todas? Quiero decir, ¿por qué quieres estar con tantas chicas que ni siquiera llegan a gustarte?

_Cada chica es una historia, Claudia, y cada historia es un relato, y cada relato que escribo me da algo más de vida.

_ Ahora entiendo porque tus relatos son una auténtica basura, Martín.

_ Ahora entiendo porque mi vida es una mierda.

Claudia dio un sorbo largo al ruso blanco y me agradeció que la hubiera invitado. Luego se levantó de la silla, me besó en los labios y se ajustó el vestido.

_ ¿Ya te vas?-le pregunté.

_ Sabes que he quedado. Tengo que irme.

Y volví a ver de nuevo sus ojos verdes llorar.

_ ¡Maldito bar! Por lo que veo ha vuelto a entrarte una mota de polvo en el ojo.

Hubo un silencio intenso.

_ Joder, encima debo de ser la primera tonta que llora por ti.

_ ¿Có…cómo? –titubeé.

_ Adiós, Martín. Cuídate mucho.

_ No te vayas, Claudia! Quédate conmigo, quédate a mi lado. –pero ella siguió alejándose.

Claudia abrió la puerta del bar y el silencio volvió a reinar en aquel antro. Instantes después un coche arrancaba y el ruido sordo del motor se desvanecía en el tiempo y la distancia. No cabía duda, se había marchado.

Miré a Roberto, que, como todos los allí presentes, había presenciado aquella bochornosa despedida.

_ En verdad no le llamamos el picha corta, el Ramón ese es un gran tipo –le dije.

_ Toma, Martín, a este invita la casa – y me sirvió otro ruso blanco.

Agus y los demás también se fueron. Me dieron un abrazo cariñoso, como si se me hubiera muerto el gato o algo así, y no tardaron en largarse del bar. Fuera, la madrugada acechaba con fugarse. Un nuevo día se colaba tímidamente por entre la rendija de la puerta del bar.

Ayudé a Roberto con el cierre del local y fuimos a sentarnos sobre la arena de aquella infinita playa mediterránea que nos rodeaba. Entre el sol y la luna, el cielo presagiaba un domingo de cometas al viento y veleros a la mar. Las aves migratorias regresaban al hogar revoloteando las alas alegremente. Miré al horizonte, el vuelo de las gaviotas más madrugadoras todavía era bajo.

_ Martín, te voy a decir una cosa –dijo posando el brazo en mis hombros.

_ Dime Roberto.

_ Creo que este es el principio de una bonita amistad.

_ ¡Anda ya! No me vengas con finales de película. Sabes de sobra que no creo en la amistad.

_Ya bueno, pero hasta esta noche tampoco creías en el amor.

El ascenso de la marea marcaba las horas de aquel nuevo amanecer. Roberto se durmió en la orilla, donde muere el oleaje. Pegué un trago más a mi último ruso blanco y dejé el vaso a un lado. Luego me recosté sobre la arena y sonreí.

_A otra cosa, mariposa.

Y me dediqué a mirar al horizonte. El vuelo de las gaviotas era cada vez más alto y los rayos de sol iluminaban con fuerza mis húmedas pupilas. Se me habrá metido algo en el ojo, recuerdo que pensé.

No hay comentarios:

Publicar un comentario