2º PARTE
En tu dormitorio, nuestro mundo es siempre mucho más intenso.
_ Oye, Martín, si no estuviéramos juntos, ¿con qué amiga mía te gustaría acostarte?
_ Clara, ¿te parece normal preguntarme esto a las tres de la mañana?
_ ¡Va! Es que no puedo dormir. ¡Contesta! ¡Contesta! ¡Contesta!
_ Está bien, está bien. Pero deja de sacudirme, que no me quiero desvelar.
_ ¡Contesta!
_ Pues no sé, Clara, ni me lo había planteado. Con ninguna, imagino, yo solo querría estar contigo.
_ ¿De verdad? Qué mono eres, Martín.
_ ¡Te tengo dicho que no me llames mono! Me fastidia bastante, ya lo sabes. Va, buenas noches.
_ Te llamo como quiero, idiota. Anda, buenas noches.
Silencio.
_ Pues yo, si no estuviera contigo, creo que me apetecería acostarme con Gastón.
_ ¿Con mi amigo Gastón? ¿Pero qué diablos dices? Pues nada, chica, no sé a qué esperas para irte con él y dejarme. Todo tuyo, Clarita.
_ De verdad que te pones de un tonto cuando quieres… Solo es un suponer, no te he dicho que lo quisiera hacer. Además, no me llames chica, no es nada cariñoso.
_ No pretendía ser cariñoso. Pero como quieras, nena.
_ ¿Ahora me llamas nena? Dios santo, vas de mal en peor.
_ Está bien, muñeca, ¿ya puedes dejarme dormir tranquilo?
Silencio.
_ Pablo siempre me llamaba muñeca…
_ ¿Pablo? ¿Quién demonios es Pablo?
_ Es mi ex. Lo sabes de sobra.
_ ¡Ah! ¿O sea que muñeca te parecía perfecto y nena te parece grosero? Mira, te llamo cómo te llamas y ya está, Clara.
_ Muñeca es precioso, que te quede claro.
_ ¿Precioso? ¿Te parecería precioso que tú me llamaras a mí muñeco?
_ ¡No, Martín! Es horrible.
_ Pues entonces, anda, durmamos de una vez.
_ Que sí, que ya te dejo en paz. Buenas noches.
Silencio.
_ De verdad, Martín, qué borde te pones cuando tienes sueño. ¡Idiota!
_ ¿Sueño? ¡Pero cómo narices no voy a tener sueño si son las tres y cuarto de la mañana!
_ No me chilles, Martín. No, si es que ya me lo dijeron en su día: “Ese chico es un auténtico capullo, lo único bueno que tiene es que escribe”.
_ ¿Ahora escribir es algo bueno? Por Dios, Clara, no seas boba. Sin ir más lejos, Hitler escribía. ¿Eso lo convierte en alguien bueno?
_ Bien, Hitler era bueno en lo suyo.
_ Lo que me faltaba por oír. Ahora resulta que Hitler era una hermanita de la caridad.
_ ¡Yo no he dicho eso! Solo digo que era bueno en lo que hacía, pero para nada estoy defendiendo sus actos.
_ ¡Joder! No me voy a poner a debatir sobre la moralidad de Hitler a las tres y media de la mañana.
_ Que sí, que sí. Que ya te dejo en paz. Que descanses.
No. Esta vez no hay silencio. Empieza a escucharse el ruido de las primeras gotas de lluvia impactando contra la persiana del dormitorio. El sonido es titubeante y poco a poco el ritmo de cada impacto va acelerándose y el tremendo diluvio no tarda en caer.
_ Genial, Martín. Ahora empieza a llover. ¿Estarás contento, no?
_ ¿Y yo por qué tendría que estar contento?
_ Siempre que discutimos empieza a llover.
_ Como el día aquel en el que me despertaste haciéndome cosquillas en los pies y te lancé un cojín a la cara. ¡Te pusiste como una furia, Clara! Menuda discusión tuvimos.
_ Sí. ¡Y menudo diluvio universal cayó!
_ La verdad es que siempre estamos discutiendo.
_ Cierto. No sé cómo te las ingenias, guapo, pero siempre me haces enfadar.
_ ¿Yo? ¡Yo no soy el que se quiere acostar con Gastón!
_ No he dicho que quiera hacerlo. ¡Era solo una hipótesis!
_ Odio tus hipótesis, es lo que más odio de ti.
_ ¿Así? ¿Y se puede saber qué más odias de mí?
_ ¿Que qué más odio? Pues esa maldita manía tuya de decir que esto no es más que una relación pasajera.
_ Martín, nunca llegaremos a querernos. No somos como las personas normales, estamos hechos en mundos diferentes.
_ Por eso no te preocupes, Clara. Yo te odio más de lo que te quiero.
_ Está bien, Martín. Continúa, entonces.
_ Por ejemplo, odio las posturas que pones al dormir, que tires de la sábana y me claves los codos en la cara.
_ ¡Joder! Yo también odio eso de mí. Al despertar me levanto con arañazos que yo misma me provoco. Seguramente sea por las pesadillas que tengo contigo.
_ ¿Conque pesadillas, eh? ¡Pues también odio que hables en sueños y acabes por despertarme!
_ Eso… ¿Eso también odias de mí?
_ Bueno, eso… para ser sincero… eso me gusta. Es divertido.
_ Debe de ser lo único que tenemos en común, Martín. Los dos somos divertidos.
_ ¿Quieres saber otra cosa que me parece divertida, nena?
_ ¡Ay, Martín! ¡Deja de tocarme! ¡Tienes las manos heladas!
_ Va, Clara, hagamos el amor.
_ ¿No decías que tenías sueño? Pues, venga, a dormir. Y ¡por dios, Martín! ¿Se puede saber por qué tienes las manos tan frías?
_ Que sí, que sí, que ya paro. Es hora de dormir, ya son las cinco y media y aquí seguimos. Buenas noches.
_ ¡Hay que ver qué mono eres, Martín! Anda, buenas noches.
Silencio.
Silencio.
_ ¡Martín, Martín! ¡Corre, despierta, vamos!
_ ¿Qué… qué narices pasa, Clara? ¡Deja de tocarme los pies!
_ ¡Cielos! ¡Calla y mira por la ventana! Ha salido el arco iris. ¡Dios mío! ¡Ha dejado de llover y ha salido el arco iris!
_ ¿Y qué? ¿Eso es motivo para que me despiertes a las seis y cuarto de la mañana?
_ ¡Nunca entiendes nada! ¡Tenemos que salir a la calle y disfrutar! Nunca sabemos cuándo volveremos a discutir ni por qué razón, y al hacerlo ¡volverá a llover! ¿No te das cuenta, Martín? Es nuestra oportunidad. Quizás no volvamos a ver el arco iris. Venga, vístete, el buen tiempo nos espera.
_ ¡Está bien, está bien! ¡No puedo ir más deprisa! ¡Dios mío, ya lo veo! El arco iris… ¡Qué precioso está!
_ ¿Y has visto lo inmenso que es? ¡Corre, Martín, ya estoy en el portal!
_ Sí, Clara, corre, ¡es tan inmenso que casi lo podemos tocar!
_ ¡Qué feliz soy! ¡Qué feliz soy! Martín, prométeme que algún día escribirás sobre esto.
_ ¡Dios Santo, Clara! ¡Cuánto corres! ¡Me cuesta llegar a alcanzarte!
_ ¡Venga, Martín! ¡Date prisa! ¡El arco iris siempre dura tan poco! ¡Tan poco!
_ Y tan poco. Y tan poco…
En mi cabeza, nuestra vida es siempre mucho más intensa.
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