sábado, 1 de noviembre de 2014

TODAS LAS CHICAS ESTÁN ENAMORADAS


Volví. Volví como vuelven los viejos rockeros a esos escenarios que tanto les echaron en falta. El mismo hedor repugnante que ya se respiraba incluso antes de abrir la puerta de tela metálica del viejo bar. La misma cerveza de importación servida por la misma camarera de siempre que  llamaba la atención de todos. Volví, volví porque es probable que nunca me hubiera ido del todo.

_ ¿Martín Herrainz? ¡Cristo, qué de tiempo sin verte! ¿Se puede saber qué te trae de nuevo por aquí?

_ Lo que a todos, Paula: la vida. En fin, ¿cómo va todo por el bar?

_Seguimos en las mismas, Martín. Ya nunca viene nadie. Por allí andan Cortés y Boby intentando colar a alguien esa porquería que escriben.

_ Lo hacen lo mejor que pueden, Paula. No seas así.

_ ¿Y tú, Martín? Veo que sigues escribiendo, ¿no? –dijo señalando la libreta que llevaba debajo del brazo.

_ Así es. Estoy trabajando en un poema sobre la chica que me gusta.

_ Joder, Martín. Al final resultará que debajo de esa coraza hay un tío sentimental.

_ Bueno, sí. Lo he titulado “A la puta que acabará conmigo”.

_ Venga, chico. No creo de veras que sea una puta.

_  Ni mucho menos que acabe conmigo. Venga, llévame una cerveza a la mesa, quiero hablar con los chumachos.

No había nadie más en aquel viejo antro salvo Cortés y Boby. Parece ser que se alegraron de verme, se levantaron y me abrazaron como si se me hubiera muerto el gato. Entonces me preguntaron por mi vida durante aquellos últimos meses.

_ Ya veis, chicos. Estuve viviendo algún tipo de aventura de la que pronto escribiré.

_ Eh, Martín, eh, tío, puedes contar con nosotros para lo que sea. Aquí siempre estaremos tus amigos.

_ No creo en la amistad, Boby. No me vengas con esas.

Boby tenía nombre de perro. Boby era un gilipollas.

Paula se acercó y me sirvió un tercio bien frío. Le pregunté sobre las chicas que antes pasaban las tardes en el bar. Le pregunté por María, Cristina y Teresa. Le pregunté por las mellizas del padre pirata. Le pregunté por las chicas de veinticuatro. También lo hice por las de dieciséis.

_ Nada, Martín. Pasan las tardes en la playa o la montaña. Llaman a sus novios y van al río a tirar piedras y comer sándwiches envasados.

_ ¿Y qué fue de Lorena, aquella gordita de gafas tan simpática que siempre estuvo colada por mí? -pregunté por curiosidad.

_ Sale con un licenciado en aeronáutica. Se ha ido a pasar el verano a París.

_ Está bien, Paula. Llévame otra cerveza a la terraza. Esta ya empieza a calentarse.

Salí fuera del bar. Desde allí contemplé toda la cordillera mediterránea. Las olas chocaban contra las rocas y el agua salpicaba a los enamorados que se besaban en el puerto. Era genial. Entonces vi que Cortés y Boby salían detrás de mí. Se sentaron a mi lado. Eran buenos chicos. Idiotas, pero buenos chicos. Sin duda, aquello era  mejor que estar en París. Lorena no tenía ni idea de hacer viajes. Lorena no sabía lo que realmente era un sitio bonito.

_ Esta noche salimos, Martín. Tenemos que celebrar que estás de vuelta –dijo Boby.

_ Parece ser un buen plan.

_ ¡Claro que lo es! Conocí a nuevas chicas, ¿sabes? Deben de estar al caer. Tienen pensado venir en un rato. Puedo presentarte  a todas las que quieras. Cortés también estaba aquel día. Puede decírtelo él. Eran de lo mejorcito ¿eh, amigo?

Pero Cortés casi nunca hablaba. Solo hacía que beber. Bebía más que nadie. Escribir también se le daba bien, solo que lo que mejor se le daba sin duda era empinar el codo. En esas, salió Paula a servirnos más cerveza.

_ ¡Eh, Paula, eh, escucha! Hoy tenemos pensado salir para celebrar que Martín vuelve a estar con nosotros. ¿Te vienes, tía? ¡Va a ser la hostia! –dijo Boby.

_ ¡Y tanto que me gustaría, chicos! Pero hoy me toca cerrar a mí y luego… bueno luego tengo planes.

_ ¿Planes? –la interrumpí exaltado. -¿Cómo qué planes? ¿Qué tipo de planes tienes tú?

_ Bueno verás, Martín. Luego he quedado con un chico. No es nada, ¿sabes? Quiero decir, solo nos estamos conociendo.

_ No, no, pero no puede ser. Tú nunca has sido de esas. A ti no te gusta conocer a la gente. Eres como yo. Siempre lo has sido. ¿Qué narices te pasa ahora?

Paula comenzó a ponerse nerviosa.

_ ¿Que qué narices me pasa a mí? No, Martín, no. Aquí al que le pasa algo es a ti. Vuelves por aquí sin dar ningún tipo de explicación y encima te mosqueas si te digo que he quedado con un chico. Déjame hacer lo que me dé la gana y no te metas donde no te llaman, anda.

Entonces dio media vuelta y entró en el bar golpeando con fuerza la puerta de tela metálica.

_ Paula tiene razón, Martín. Cuéntanos, chumacho, ¿dónde demonios te has metido durante los últimos cuatro meses? _ preguntó el idiota de Boby.

Atardecía en la ciudad bajo el prisma veraniego del mediterráneo. Di un sorbo al tercio y seguí un rato más con la mirada perdida en el horizonte. Entonces pensé. Saqué la cartera del bolsillo trasero de mi pantalón. La abrí y cogí la foto de carné de Clara. La miré como se miran las horas pasar en el reloj y la rompí por la mitad.

_ ¿Que dónde demonios me he metido, Boby? Verás… Yo también me fui a hacer turismo por París. –y dejé que el aire echara a volar los dos trozos de foto rota que se perdieron entre la enormidad de la playa.

Entonces Paula salió otra vez del bar y nos avisó de que entráramos.

_ ¡Eh, rápido, chicos, entrad! Echan el baloncesto por la tele.

Entramos inmediatamente y nos juntamos los cuatro en la misma mesa. Era el europeo. Jugaba la selección. España perdía de dos. Yo perdía la cabeza. Clara, ¿dónde diablos estás?

_Mira, Martín, por ahí entran las nuevas chicas –dijo Boby señalando la puerta.

Tres mujeres rubias de piernas largas se nos acercaban. Acerqué unas sillas a la mesa.

_ Venid, podéis sentaros a mi lado –dije.

_ ¡Qué amable, chico! Jiji, jiji.

Yo di un largo trago a mi cerveza. De nuevo sonreí. La luna, todavía prematura, esperaba expectante. Yo también esperaba. Yo era aquel tipo de meses atrás. Yo era Martín Herrainz. Yo acababa de volver.

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