miércoles, 15 de octubre de 2014

ALEGRÍAS DEL INCENDIO


ALEGRÍAS DEL INCENDIO

"A Saurón y los cometas estelares"


-¡Fuego, fuego! ¡Corred hijos de Dios, salvad vuestro maldito culo!

El campus deportivo consistía en una explanada de cientos de metros cuadrados. El fuego provenía de los campos de fútbol donde los primeros en caer derrotados gritaban ardiendo en llamas. Algunos como Saurón y yo corrimos en dirección al edificio de los deportes en cubierto. Cinco plantas más arriba se encontraba la inmensa terraza de vistas infinitas formando dos pistas de tenis en las que augurábamos que, llegando allí,  el fuego nunca podría alcanzarnos.

-¡Seguidme muchachos, en las pistas estaremos a salvo! El fuego nos está ganando terreno.

Saurón encabezaba el grupo de supervivientes. A la entrada del edificio eché la vista atrás. Desde allí contemplé el humo sobresaliente de la pista de atletismo. Y por un momento me alegré: todos esos atletas de fascinantes marcas olímpicas siendo chamuscados.

-¡Corred ahora bastardos! ¡Intentad correr ahora con vuestras tristes piernas de ceniza!

-¡Rai, vamos! Tenemos que llegar al quinto piso para salvarnos,  y las llamas ya han conseguido achicharrar la sala de musculación- me dijo Saurón.

Y era cierto. Los nobles culturistas, con esos cuerpos perfectos y aceitosos, eran el blanco idóneo de unas llamaradas que parecían haber visto en ellos un cartel de tóxico e inflamable. Mis amigos los culturistas se calcinaban de una forma tan excitante como necesaria.

-Saurón, compadre, ¿no es cierto que el fuego a veces le alegra la vida a uno?

-Rai, por favor, las llamas han llegado ya a las escaleras del segundo.

Para entonces, subíamos ya las escaleras del tercer piso, Saurón, la artillería de supervivientes y yo. Aunque cada vez éramos menos. Los había que tropezaban y el fuego los absorbía de una manera lenta y dolorosa, y allí eran abandonados. Saurón era partidario de ayudarlos; yo, en cambio, solo pensaba en salvar mi culo.

Volví a echar la vista atrás. Podía sentir el fuego acariciar mis mejillas y cómo el humo se encrespaba por mi pelo. Me asomé al ventanal del cuarto piso. La salvación estaba ya tan cerca. Tras la ventana divisé las cientos de hectáreas ardiendo y los cientos de deportistas que, a pesar de sus aptitudes físicas, se desvanecían cubriendo, como último recurso, sus caras con las manos. Incluso los había que costaban de prender. Por mucho que el fuego abrase, hay humanos de hielo, recuerdo que pensé. Entonces oí un fuerte aullido detrás de mí:

-¡RAI, CUIDADOOOO!  

Las vigas de madera asentadas lateralmente sobre aquel cuarto piso se desprendieron cayendo contra el ventanal en el que me hallaba. Saurón se lanzó para apartarme y salí volando un par de metros. Caí al lado de una puerta de servicio. Pero Suarón no corrió la misma suerte y empezó a rodar escaleras abajo. Me acordé del señor Alfredo, el viejo proyeccionista de Cinema Paradiso que quedó ciego tras un incendio en la cabina de proyección. Me asomé a la barandilla. Yo nunca entendí de cine.

-¡Alfredoooo! digo, ¡Saurón, compadre! ¡Aguanta!

Pero ya era demasiado tarde. Primero fue la ropa, y poco a poco cada parte de su cuerpo, hasta que por último fue su pito saurónico el que ardía a fuego lento.

Conseguí llegar al quinto piso, donde las llamas ya no preocupaban. Dos mujeres me esperaban: Marina y Carla. Habíamos sido los tres únicos supervivientes. En las pistas de tenis había un par de raquetas. Intentamos jugar, pero el tenis no es tan divertido como el boxeo.

-Escuchad, chicas. ¿Por qué no cantamos una canción?

-¡SÍ, CANTEMOS!

Nos cogimos los tres de la mano y empezamos a bailar formando un coro.

-¡Parece que hay un incendio, cada vez que nos juntamos! ¡Parece que hay un incendio, cada vez que nos juntamos! ¡Parece que hay un incendio!

Estaba la mar de contento. Las chicas cantaban muy bien. En aquel momento supuse que nadie encontraría   prueba alguna que me inculpara de haber provocado aquel incendio en el campus deportivo. Y así fue.

Seguimos cantando y bailando. Las chicas cada vez cantaban mejor.

-¡Parece que estoy ardiendo cuando tú estás a mi lado! ¡Pídeme que apague el sol porque aquí hay un incendio!

  

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