sábado, 5 de noviembre de 2011

Testimonios de un amor sin conclusión (II)


Impresión ante lo inerte



 Se pierde la capacidad de reacción y el sentido común. En el ambiente se respira crispación y la lluvia humana empaña el sol radiante. Quizá nadie lo entienda, por eso la cautela brilla por su ausencia y todos corren, revoloteando unos y otros por sus propias mentes, temerosos de que la conciencia, a estas alturas, les juegue una mala pasada. Pero realmente no importa, todos están en su sitio y la voluntad ahora huele a hipocresía gratuita. El pasado queda atrás, y aunque duela, las horas se encargarán de retomar nuevas ilusiones.

Hoy es un día que nunca antes había sido. Hoy se dejan atrás rutinas y monotonías varias. Ya nadie sufre en silencio y en todo lugar se ha hecho eco la noticia del dormir profundo. Miles de versos podrían describir a la perfección la piel que habita bajo los abrigos caros de la gente barata. Pocos importan ya, se dice adiós a la mediocridad y los protagonistas desgraciados de este pesar esperan atónitos el fuego ardiente que les desplume la incredulidad y ser, al fin, conscientes del estupor verdadero que supone no volver a escuchar suspiros audaces en la noche.

El aire entra por la ventana y no se puede respirar. Las cascadas pupilares forman un paraíso tan espectacular que cualquiera querría perderse entre aquellos ríos de tristeza. Suena Ludwig van mientras el alma protagonista choca contra las paredes del hogar buscando la manera de embaucarse en el camino hacia la cima. Y ya en la coronación, las memorias de la melancolía recuerdan aquel último suspiro que se apagó de tal forma que la llama de la vida se dio por acabada.

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