jueves, 10 de noviembre de 2011

Historias de diminutos y gigantes VI


EL GOZO DE LOS 39 SEGUNDOS EN UN POZO

"Practica la respiración artificial encontrando el aire en un orificio ajeno"

 

¿Cómo os lo diría? Bueno sí. Utilizaré el verbo “hacer” para describir aquella vez en la que nos pusimos a follar en el cosmos como yo siempre había soñado. 

Pues eso, que estábamos haciendo el amor tan ricamente cuando al enésimo movimiento con el que sacudimos el ambiente me suelta un: “Ojalá estuviéramos así toda la vida”. A lo que contesté: “Yo espero que no, así es imposible que la sangre fluya por mi cerebro”. Debió de tomárselo muy mal porque acabó la conversación con un: “Es verdad, es mejor que lo dejemos estar. Así no vamos a ninguna parte. Noto que no nos aportamos nada”.

 En fin, que fueron los treinta y nueve segundos más maravillosos de mi vida. Y fin de la mejor historia de amor que me ha tocado vivir.

A partir de ahí fueron tiempos difíciles. Inimaginables. Tanto amor gratuito me había causado demasiado furor y en cualquier lugar de las afueras de la ciudad me cobraban demasiado por lo que yo pedía, treinta y nueve segundos más.

No me desanimé y seguí buscando como un sediento en el desierto algún amigo al que aferrarme, en el sentido más degenerado de la palabra. Pero encontré solamente abrazos y palmaditas en la espalda que sinceramente me importaban una auténtica mierda. 

Yo lo único que quería era que me hicieran un masaje, que se disfrazaran de rubia maciza y me cosieran a besuqueos la comisura de los labios. Pero nada de eso ocurrió, y en parte creo que me alegro.

Así que yo por mi parte me puse a investigar, fui al encuentro de algo que realmente valiera la pena, treinta y nueve segundos gratuitos de pasión  cada día y de “buenos días hoy estás más bonita que nunca”. Me puse mi traje de curioso y libre y mi capa de gigante y sobrevolando todo el panorama genital que yacía a mi alrededor busqué un poquito de agua para calmar mi sed. 

En el viaje tropecé con temporales que prometían duraderos y “te quieros” que parecían de verdad. Sexo no faltó, y me sumergía en culos donde podía practicar la respiración artificial encontrando el aire en un orificio ajeno.

Tras tanto pecado junto se me apareció la muerte vestida de puta mal pagada. Se desnudó e imitando al  animal canino pronunció las palabras mágicas: “Ven aquí hombretón, soy la mantis religiosa que tanto necesitas”. Y en el instante antes de rozar punta con aquel agujero negro universal retomé la conciencia y busqué un recuerdo en mi memoria. 

Me acababa de enamorar del pasado y entró el pánico en acción.  Pero aquí estoy ahora.  Ven, te dedico estos treinta y nueve segundos de sacudidas manuales a solas en mi habitación.



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