martes, 3 de septiembre de 2013

SE BUSCA UN LABIO FINO

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Ahora que sé que me lees empiezo a encontrar más cercana la fecha en que me odies. Noche de fiesta aquella en la que yo pensaba en una tal María y tú apareciste de la nada y pensé que por qué no, que ya pensaría en ella al día siguiente y que la diversión nocturna contigo podía estar asegurada. Raramente me equivoco en mis pensamientos, y aquella vez no fue diferente.

Tú movías tu cuerpo devorando la pista de baile y te acercabas y yo sentía las ganas de otra copa y en eso que me acerco a la barra e intento recordar tu nombre pero, chica, qué quieres que le haga, ni siquiera me acordaba, Clara, o tal vez Carla, sí, sí, por ahí iban los tiros, y fue entonces que vino una de las pocas amigas que tenías y me habla sobre ti y no había manera de que me dejara en paz.

Con mi copa enfriando mi mano derecha, fue así, le di un buen trago al maldito garrafón y, pese al éxtasis del alcohol, reflexioné y le dije a la pesada de tu amiga (que pronto también sería la mía): “Oye, escucha, me hace más feliz una mala copa que una buena mujer”.

No, eso no estaba bien del todo porque me vi vomitando por las esquinas y solo tú sonreías a lo lejos y, vaya, hay que ver, qué tristeza la de tus rasgos faciales, tu labio superior tan fino siendo dueño de tu rostro, y tu sonrisa que  no significaba nada para mí, al menos conseguía disminuir mis arcadas y entonces, y quizás solo entonces, las copas perdieron prioridad y pensé, está bien, yo tengo que morder ese labio, y bueno, quién sabe, tal vez María algún día comprenda que ni mañana me apetezca pensar en ella.

Ahora que sé que me lees es mejor que no lo hagas. Yo buscaba más Claras, o tal vez más Carlas en la noche y alguna encontré, y me vi besando a las de fácil acceso y las había de otras que me abofeteaban y me lanzaban una mirada repugnante. Para nada importaba. Siempre alguien acababa conociendo a otro alguien y más copas en la barra y yo metiendo la mano por entre tus medias a la par que volvía a las esquinas y seguía vomitando como si de otra noche desastrosa se tratase. Entonces volvías a sonreír allá a lo lejos, inclinabas la cabeza a un lado y cantabas malas canciones que te hacían vibrar el labio. Sí, ese labio tan fino que se adueñaba de tu rostro.

 Ya no queda ron y ya malgasté todas las esquinas. Hay noches en las que lo pienso todavía. Tampoco es tan difícil entender de prioridades.

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