sábado, 22 de octubre de 2011

Testimonios de un amor sin conclusión


Travesuras de la niña mala



Aunque mis ojos no gocen de tu mirada más que una vez al mes, te llevo en mi mente tan adentro que ahora el cerebro lo guardo en el corazón. Tan guapa y tan peligrosa, te cansan los años y las experiencias de una vida de lujuria inaudita. No has sido capaz de perder los nervios como yo por ti perdí la razón (y la cabeza) y tras todo el tiempo cabalgando como un loco por el desierto para deleitarme con tu encuentro, comprendo que lo que guardo en mi rincón profundo se llama enfermedad.

Tu cara, me cuentan, se ha marchitado debido a compañía tan variada. Y tu cuerpo, aquel que hacía palpitar hasta la más profunda depresión, es hoy una mezcla entre lo desagradable y lo sublime. Recuerdo que no hace mucho, en el silencio de mis palabras, se estremecían mis oídos. Y al juntarse tus labios con los míos no encontré razón, sino, para no vivir contigo.

Aunque mis ojos no brillen si no visitas mis pupilas ya decaídas, parecen vivarachas desde que envías cartas a mi hogar, que es también el tuyo. Y ahora que duermes temo despertarte con el sonidito de mi pluma en el papel, por eso acaricio tus curvas con la yema de mis dedos y noto tu piel fría, como siempre habías sido tú, la niña infectada de sangre antártica.

 Me han concedido el sueño de estar contagiado de ti. Tú con la piel de hielo y yo el corazón de fuego, buscando no solo calentar, sino llegar a quemar tu cuerpo.

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