Síndrome Stendhal
También
es conocido como la "enfermedad
de la belleza" y la mejor definición sería una
sensibilidad suprema y un aumento de la emoción.
Es una molestia psicosomática que conlleva
un aumento del ritmo cardiaco, vértigo e incluso posibles alucinaciones en el
momento que una persona está expuesta a una sobredosis de belleza artística,
pinturas y obras maestras de arte.
SÍNDROME
Bien,
entonces el Barón Munchausen le ordenó traer a la criada otra botella de chivas
de la despensa y Carla Stendhal, que así era cómo se llamaba ella, recorrió de
un lado a otro el palacete, cogió el whisky y, tras atravesar la cocina y uno
de los comedores principales, volvió al salón, abrió la botella y le sirvió una
copa al Barón.
-Está bien, puede retirarse – sugirió el señor
Munchausen.
-Como
usted mande, señor –y fue directa a la cocina, donde se sentó junto al
mayordomo.
El Barón
Munchausen primero olisqueó, luego removió y a continuación separó la copa de
su lado y bebió directamente de la botella. Y, por qué no, el Barón decidió
acompañar el buen rato que pasaba con alguno de sus vinilos favoritos.
-¡Koro,
Korito, amigo mío, venga aquí, corra!
Apareció
lo más rápido posible el mayordomo en el salón, exhausto y preocupado.
-¿Le sucede
algo al señor? –preguntó Koro.
-Claro
que sucede algo. ¿Ve el tercer estante a la derecha del reproductor de música?
Pues diríjase hacia él, y entre el machete, las jeringuillas y los libros de
Poe, encontrará el disco que quiero escuchar.
Koro obedeció
las órdenes del Barón y, tras pinchar la aguja del reproductor en el vinilo, se
inquietó al oír la música.
-Señor,
¿seguro que era esta la música que deseaba escuchar?
-¿A qué
se debe esa pregunta, Korito? No soy hombre de dudas, amigo.
-Ya
señor, solo me sorprendió que quisiera realmente escuchar a Mozart, quiero decir...El
Lacrimosa de Mozart – titubeó el mayordomo.
-¿Tiene
usted algún problema con el Oh Gran Wolfang?
-No, oh
Dios para nada, pero parece música compuesta para difuntos, señor.
-Amable
y leal mayordomo, ¿sabe por qué quise llamarle con el nombre de “Koro”? Porque
es una enfermedad mental, un síndrome psicológico donde el enfermo cree que su
pene se va reduciendo progresivamente hasta introducirse en el abdomen y causar
la muerte. ¿Sabía usted eso?
-Lo sé señor,
nunca pierde la oportunidad de recordármelo.
-¡Oh
Gran Wolfang, ha llegado el momento! ¡Venga Koro, haga el favor de llamar a la
señorita Carla! ¡Les quiero a los dos presentes! ¡Ha llegado el maravilloso
momento!
Sí,
entonces Carla llegó con otra botella de chivas en la mano y realizo el mismo
itinerario que con las otras anteriores. El Barón volvió a apartar su vaso y,
amarrando la botella con recelo, dio un asombroso trago y empezó a recitar El
Lacrimosa.
-¡DÍA DE TRISTEZA AQUEL
EN QUE RESURGIRÁ DE CENIZAS
EL CULPABLE DEL JUICIO
ASÍ QUE TEN PIEDAD, OH DIOS, CON ÉL
COMPASIVO SEÑOR JESÚS
OTÓRGALE DESCANSO!
Los dos criados observaban al Barón con
tranquilidad y respeto. Carla volvió a servirle una copa, y el señor Munchausen,
derramando parte del líquido en la mesa, la apartó y la dejó junto a las demás.
-Acérquese Carla, acérquese a mis brazos. – ordenó
el Barón.
Y Carla, extrañada tras la desconocida actitud de
su señor, no tuvo más remedio que acercarse. El Barón agarró con ansia a la
criada, clavando sus uñas en la nuca hasta provocar la sangre. Entonces (sí, solo
entonces), en el momento en que la sangre se derramaba lentamente hasta llegar
a la espalda de Carla, solo entonces la besó.
-Oh Gran Wolfang, cómo adoro el perfume de esta
mujer, cómo adoro su silueta, sus curvas tan sensibles a mi tacto. Oh Gran
Wolfang, ¿por qué prefiere al santo mayordomo antes que a su amo? Yo, su amo,
que la escribo y la dibujo, que la empotro salvajemente contra la pared en cada
misa de difuntos mientras el mundo llora, ¡y solo yo, yo su fiel y gentil amo,
la torturo con alevosía hasta el gran estallido final!
De repente el Barón empujó a Carla y se acercó al
mayordomo, al que propinó una paliza.
-¡No vuelva a preguntarme por qué pongo El
Lacrimosa, no vuelva a preguntarme nada más!
Koro cayó al suelo, justo al lado de la estantería.
El Barón cogió el machete que había en ella y lo clavó con furia en el pecho
del mayordomo.
-Koro, fiel y amable mayordomo, pecó y blasfemó al
OH GRAN WOLFANG. Compasivo señor Jesús, otórgale descanso.
Bien, ocurrió más deprisa de lo esperado. Acto
seguido Carla agarró una de las botellas vacías de la mesa y mientras el miedo
se apoderaba de su alma, estampó el cristal contra la cabeza del Barón. Este se
derrumbó contra la estantería haciéndola caer encima de él. Carla empezó a llorar
y le tendió la mano para ayudarle, pero el señor Munchausen estaba atrapado.
-Carla Stendhal, arte puro, tuya es mi mente, me
atormenta la sensibilidad de mi mirada en tu mirada. Dime Carla, ¿tú quieres
saber por qué te bauticé con ese nombre?
Al instante los ojos del Barón Munchausen se
cerraron para el resto de sus días. Carla fue directa a besar a Koro, que yacía
sin vida en el suelo. Luego recogió los cristales del suelo, se sentó y observó
las copas llenas que el Barón había apartado a un lado de la mesa. Las contó. Había
veintiuna. Pensó Carla que eso era lo único que quedaba del Barón, unas viejas
copas y una melodía que todavía sonaba en el salón. El olor a muerto no tardó
en llegar.