Lydia
Llamaron a la puerta del despacho, piso 8 puerta 16, me subí
pantalón y calzoncillo y, caminando hacia la entrada, pregunté quién era:
- Martín, soy Lydia. Haz el favor de abrirme,
anda.
- ¿Lydia? No conozco a ninguna Lydia.
¡Lárgate!
- Vamos Martín, abre. No me encuentro bien.
Le abrí la puerta sin mostrar preocupación alguna por ella. Me encontré
con una Lydia escuálida de hombros caídos.
- Vamos Martín. No puedes tratarme así, después
de todo lo que hemos vivido juntos.
- Cinco jodidos años. Basura y más basura.
¿Qué coño vienes buscando ahora?
- Tú ya lo sabes, nene. Ya sabes lo que
necesito.
- ¿Qué ha sido del tío aquel con el que te
fugaste?
- ¿Reno? Joder Martín, eso es agua pasada. El
tío está sin blanca y tiene miles de asuntos pendientes con la pasma. No le
necesito, pero a ti sí.
- Martín, yo te quiero.
- Vamos nene, dame eso que necesito.
El cuerpo de Lydia se apoyaba tambaleante sobre la
estantería del despacho. Me acerqué al minibar y serví dos Macallan con hielo.
- Joder Martín, te has vuelto un puto sibarita.
- Cierra el pico, bebe un trago y métete esta
mierda.
Saqué lo que ella necesitaba de la trampilla de debajo de la alfombra.
- ¿No me acompañas con otro chute, Martín?
- No quiero ni ver eso.
Luces de colores. Rojo, azul, amarillo. Destello. Gris, blanco,
negro. Pupilas parpadean. Noche, día. Sudor frío, calor vaginal, vientos
fúnebres. Destello. Gris, azul, blanco. Transparencia.
- Gracias Martín, de verdad. No tengo dinero para darte,
pero puedo hacerte tan feliz como tú me acabas de hacer a mí.
Se acercó a mis labios y los mordió. Metió su mano por
debajo de mi húmedo pantalón.
- ¡Aparta tu cuerpo de yonki del mío, vieja arpía!
Caminó zigzagueando hasta el ventanal abierto. Respiró
profundamente y me miró:
- No hay ni un maldito coche circulando por las calles,
querido. Ven, acércate y míralo. Deben de estar todos en sus casas metiéndose
tristes picos entre vena y vena. Joder Martín, eres el único que me comprende. Yo
también te quiero, lo sabes. Pero ahora, cuando salte por la ventana y veas mi
cuerpo desfigurado en el suelo, quiero que te sientes en el colchón y duermas
tranquilo… ¡Bendita paz la que me espera!
Tras acabar de hablar, saltó al vacío. Al acercarme a la
ventana contemplé, al contrario de como me había dicho ella, una calle
abarrotada de coches que envestían, sin inmutarse, el cuerpo muerto de Lydia. Eran
las nueve de la tarde y el mundo entero llegaba tarde a casa.
Aquella noche soñé con Reno, aquel desgraciado que
deambulaba por cada esquina con su chaqueta negra y su pantalón Adidas. Al
despertar, me pregunté si el cuerpo de Lydia seguiría todavía en la calle. Entonces
encendí el televisor, los Celtics perdían de dos contra los Knicks.
Estremecedor...
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