viernes, 28 de octubre de 2011

EL ESPEJO AJENO 6


La chica que quedó prendida en el pasado 
"Para ser única, primero la habían destrozado"


Vamos a ver. Había estado con varias chicas, no centenares, pero sí las suficientes como para poder comparar entre ellas de una forma tan egoísta como necesaria. Recuerdo que las había que se parecían a modelos esqueléticas con más piernas que cabeza, otras eran una monada y me acariciaban cual madre intentando profundizar en los sueños de sus hijos. Me había enamorado de rubias y morenas, cuya única diferencia era la talla de cintura y sujetador. Había enloquecido por putas reprimidas y bandidas de vacío en el cerebro y relleno en los pezones.

Pero sé que los dioses me dieron a conocer aquella delicia por motivos que aún desconozco. Aquel milagro de la naturaleza era la única que en cuestión de parecidos, solo se parecía a sí misma. Y bajo su latente mirada que pasaba desapercibida para los demás, reposaban las sombras negras de a quien la vida no le había facilitado la alianza con la facilidad, sino con la dureza y el sudor.

Mi grado de enamoramiento fue tal que, profundizando en mi propio pasado, busqué la manera de mejorar aquello en lo que siempre había fracasado. Antes que nada debía de conseguir que ella sintiera lo mismo que yo sentía al mirarla tal y como era, con esos veinticinco kilos de más que, por culpa de los prototipos de la Edad Contemporánea, le hacían ser como dos chicas a la vez, una dentro de otra con una fabulosa homogeneidad.

Desde el día en que supe de ella, siempre imaginé su marca de nacimiento que reposaba sobre su cuello como un regalo de los dioses. Y nunca usaba pañuelos ni bufandas. Que se dejara querer por cómo era, por muy manchada que estuviera la zona de su yugular. Lo grandioso que guardaba era su respuesta al preguntarle sobre su antojo: “Las hay que tienen el corazón manchado, así que yo no me puedo quejar”. 

Nunca conseguí  que el erotismo que me producía su habla con voz suave y sosegada fuera recíproco. Y no la tuve nunca entre mis brazos y mis piernas. Ahora la recuerdo frente al espejo cada noche con la sonrisa distraída y la mente en el pasado. “No hubo infancia fácil, solo recuerdo latigazos”, y como un azucarillo se derretía ensimismada quedando en posición fetal y  revoloteando  la duda en el ambiente de si para ser única, primero la habían destrozado.

lunes, 24 de octubre de 2011

REFLEXIONES SOBRE UN DÍA DE MIERDA III


LOS LUNES AL ROL


Yo debo de ser un tanto raro. No solo porque en mi cama entran más hombres que mujeres, sino porque me encantan los lunes. Es lo que hay, yo soy así.

Se trata de un día en el que veo a la gente cómo ha sobrevivido a un fin de semana que ha sido el último para muchos, pero ellos siguen ahí, con las mismas manías de no usar camisetas amarillas y los mismos vicios de correr para evitar que el semáforo se ponga en rojo y no llegar tarde a la labor.

Los lunes no tienen nada de malo. Además, en clase a mi derecha, se sienta la morenaza de cuerpo de cristal a la que no me canso de decirle de quedar y siempre voltea su melena como queriendo darme a entender que, aparte de no estar a su altura, nunca podré saborear su perfume tan de cerca como en ese momento. Ella no sabe que a mí me gustan tanto los lunes porque es el día en que más fea está, y eso me hace sentir mejor.

En pleno otoño yo suelo pasear, todavía, a la fresca por las avenidas de esta inmensa ciudad. Me fascina celebrar que la vida me da la oportunidad de cagarme una vez más en este puñetero lunes que solo trae nubes y vientos del oeste. Es curioso, las hojas de los árboles ya van aterrizando contra el suelo cuando no hace tanto era yo el que, en pleno verano, aterrizaba y caía de morros en las noches estivales.

Por ponerle algún “pero” a este maravilloso día donde la productividad de los trabajadores vuelve a brillar por su escasez: “No, si es que los lunes es más difícil rendir en la faena” (malditos fantasmas, ya vuelven con sus excusas mal pagadas), es que los lunes la alopecia en mi cabeza parece no tener fin. Nunca lo entenderé, esto parece el mundo al revés, cada vez menos pelo arriba y más pelo abajo. Ahora caigo, cuando me decían que les diera un abrazo de oso se estaban metiendo conmigo.

Es lo que tiene los lunes: me enamoro, no rindo en clase y me quedo más calvo. Debe de ser porque yo sí que utilizo camisetas amarillas. Lo mejor es coger la cama cuanto antes y darle las buenas noches a este hermoso día, con la sorpresa de no saber quién será  quien se enrede entre mis sábanas esta noche.

sábado, 22 de octubre de 2011

Testimonios de un amor sin conclusión


Travesuras de la niña mala



Aunque mis ojos no gocen de tu mirada más que una vez al mes, te llevo en mi mente tan adentro que ahora el cerebro lo guardo en el corazón. Tan guapa y tan peligrosa, te cansan los años y las experiencias de una vida de lujuria inaudita. No has sido capaz de perder los nervios como yo por ti perdí la razón (y la cabeza) y tras todo el tiempo cabalgando como un loco por el desierto para deleitarme con tu encuentro, comprendo que lo que guardo en mi rincón profundo se llama enfermedad.

Tu cara, me cuentan, se ha marchitado debido a compañía tan variada. Y tu cuerpo, aquel que hacía palpitar hasta la más profunda depresión, es hoy una mezcla entre lo desagradable y lo sublime. Recuerdo que no hace mucho, en el silencio de mis palabras, se estremecían mis oídos. Y al juntarse tus labios con los míos no encontré razón, sino, para no vivir contigo.

Aunque mis ojos no brillen si no visitas mis pupilas ya decaídas, parecen vivarachas desde que envías cartas a mi hogar, que es también el tuyo. Y ahora que duermes temo despertarte con el sonidito de mi pluma en el papel, por eso acaricio tus curvas con la yema de mis dedos y noto tu piel fría, como siempre habías sido tú, la niña infectada de sangre antártica.

 Me han concedido el sueño de estar contagiado de ti. Tú con la piel de hielo y yo el corazón de fuego, buscando no solo calentar, sino llegar a quemar tu cuerpo.

martes, 11 de octubre de 2011

Historias de diminutos y gigantes (V)


DÉJÀ VU


No siento la más mínima nostalgia, ni siquiera cuando no sé a quién llamar. Estas circunstancias las he bautizado como las distintas etapas de mi vida que siempre me llevan a escribir algo equivalente a una despedida. Y ahora que mis cartas no tienen remitente soy yo el que se remite a masturbarse en un rincón. "No digas palabrotas, cariño", me comenta mi novia aquí presente". Si comenzamos con los tabúes en pleno coito ya no estamos juntos.

 Todo comenzó seis años atrás, cuando salimos de copas y conocimos a una muchacha que no nos dejó indiferente. Llevaba un vestido rojo y juró que se derretía si le mordían las orejas. ¿Cómo se llamaba? No recuerdo ni su nombre, pero en pleno amanecer la oí gritar tan alto que el sol temió si calentar el nuevo día. Exacto, le acababan de morder el lóbulo en plena orilla del mar. Desde aquella noche supe que otro capítulo de mi existencia había acabado, para empezar, después de una larga transición de setenta y dos meses, uno nuevo con un futuro muy incierto.

No echo de menos a aquel muchacho que bebía whisky y en la madrugada odiaba la intrascendencia. Además es inútil enviarse cartas a sí mismo, algo parecido a retroeyacular. Siempre me ha gustado el rojo y soy capaz de masticar cualquier raíz. El problema es que aquella vez el árbol no dio sus frutos. 

Mi novia, en un afán de recuperar mi ilusión, me desviste poco a poco, como quien teme que el placer vaya a ser doloroso, y se acerca a mi cuerpo desnudo. Entre rápidas pulsaciones acerca sus labios a mi rostro y me muerde el cartílago de la oreja. No sé por qué, pero acabo de tener un déjà vu.