La chica que quedó prendida en el pasado
"Para ser única, primero la habían destrozado"
Vamos a
ver. Había estado con varias chicas, no centenares, pero sí las suficientes
como para poder comparar entre ellas de una forma tan egoísta como necesaria.
Recuerdo que las había que se parecían a modelos esqueléticas con más piernas
que cabeza, otras eran una monada y me acariciaban cual madre intentando
profundizar en los sueños de sus hijos. Me había enamorado de rubias y morenas,
cuya única diferencia era la talla de cintura y sujetador. Había enloquecido
por putas reprimidas y bandidas de vacío en el cerebro y relleno en los
pezones.
Pero sé
que los dioses me dieron a conocer aquella delicia por motivos que aún
desconozco. Aquel milagro de la naturaleza era la única que en cuestión de
parecidos, solo se parecía a sí misma. Y bajo su latente mirada que pasaba
desapercibida para los demás, reposaban las sombras negras de a quien la vida
no le había facilitado la alianza con la facilidad, sino con la dureza y el
sudor.
Mi
grado de enamoramiento fue tal que, profundizando en mi propio pasado, busqué
la manera de mejorar aquello en lo que siempre había fracasado. Antes que nada debía
de conseguir que ella sintiera lo mismo que yo sentía al mirarla tal y como
era, con esos veinticinco kilos de más que, por culpa de los prototipos de la
Edad Contemporánea, le hacían ser como dos chicas a la vez, una dentro de otra
con una fabulosa homogeneidad.
Desde
el día en que supe de ella, siempre imaginé su marca de nacimiento que reposaba
sobre su cuello como un regalo de los dioses. Y nunca usaba pañuelos ni
bufandas. Que se dejara querer por cómo era, por muy manchada que estuviera la
zona de su yugular. Lo grandioso que guardaba era su respuesta al preguntarle
sobre su antojo: “Las hay que tienen el corazón manchado, así que yo no me
puedo quejar”.
Nunca
conseguí que el erotismo que me producía
su habla con voz suave y sosegada fuera recíproco. Y no la tuve nunca entre mis
brazos y mis piernas. Ahora la recuerdo frente al espejo cada noche con la
sonrisa distraída y la mente en el pasado. “No hubo infancia fácil, solo
recuerdo latigazos”, y como un azucarillo se derretía ensimismada quedando en
posición fetal y revoloteando la duda en el ambiente de si para ser única,
primero la habían destrozado.
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