La amante de los últimos días de invierno
Como cualquier
año transcurrido, empiezo a pensar que su magia ya no me hace efecto. Lo
cierto, que nunca dejé de quererla, solo que dejé de demostrarlo. Una chica que
con su sola presencia aligera la pesadumbre de vivir. Incluso, a veces, solo basta
su voz, o sus besos; pura adrenalina.
Con lo duro que es perder la vida y yo, que siempre tuve vocación de gigante
suicida, entablo relación con quien es alérgico al sentimiento. Aunque a pesar
de la muerte, de la vida o la suerte, yo la querré hasta que la naturaleza de
por terminado este frío invierno.
Tras comenzar la primavera esperaré, tras descolgar el teléfono, su
voz ansiosa de traspasar de nuevo nuestros besos. Y me encontrará temblando,
preso del recuerdo de unos ojos que eran capaces de mirar por dentro. Pero la
culpa es del silencio, de todo aquello que callamos y nos hace eternos. La
culpa es del invierno, que congela este maravilloso silencio.
Sin necesidad de más palabras, respondo al frío invernal con un cálido
abrazo que consigue que lo impredecible
se vuelva imprescindible. Ya no se acuerda del latir continuo de mi corazón,
que tanto le gustaba; porque nuestras noches son embriagadas y a la mañana
siguiente puro espejismo.
Viento de poniente para esta refrescante madrugada
en un impotente afán de ordenar el caos. Todavía no ha amanecido, pero voy
haciéndome a la idea. Sé que esta es la historia de un amor en carrera
desenfrenada hacia la muerte, porque el invierno, como todos los años, ha
vuelto a terminar.
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