Biofobia
Si no recuerdo mal, sentí aquella
sensación de angustia cierto sábado, días después de haber conseguido entrar en
uno de los bufetes de abogados más prestigiosos de Madrid. "¿Por qué yo y
no ellos?" no dejaba de preguntarme una vez supe que de los cincuenta
preseleccionados para ocupar dicho puesto, me habían elegido a mí. Pero no me
malinterpretéis. Estaba contento, sí, me sentía tan afortunado de poder
reincorporarme a la vida laboral que pensé que no era posible, que todo era una
mentira. Eso es todo, no obstante era real, solo que no estaba acostumbrado a
que mis sueños se hiciesen realidad.
Aquella mañana lluviosa de sábado
me encontraba todavía dormido cuando sentí una ráfaga de soplidos fríos en la
nuca. Supuse que me habría dejado las ventanas abiertas toda la noche, pues
desde que empecé a vivir solo era un despiste que acostumbraba a cometer
repetidas veces. Mi sorpresa fue que, al incorporarme en la cama, observé que
las ventanas estaban completamente cerradas. "Será cosa del aire que siempre
está en movimiento", pensé a sabiendas de que dormía en una habitación de
dos metros cuadrados.
Decidí no prestarle más
importancia de la que tenía y empecé el día con total naturalidad. Era mayo y,
pese al calor que desprendían las paredes de mi piso, sentí unos escalofríos
que abarcaban desde mi cogote hasta las rodillas. Estaba destemplado y pensé
que tal vez un vaso de agua calmaría mi malestar. Al llegar a la cocina, abrí
el grifo y bebí del agua marrón que fluía por él. "Es cosa de las cañerías,
no es la primera vez que ocurre", me dije a mí mismo; convencido, no
obstante, de que la oscuridad del líquido no era un buen presagio.
De repente, y sin saber cómo, un
ruido ensordecedor invadió todo el piso. Me recordaba mucho al sonido de los
cuervos enfadados, y ese sonido traspasó toda barrera y quedó incrustado en mi
cabeza. Me arrodillé en el suelo gritando desconsolado y noté de nuevo esos
soplidos fríos que me habían despertado. A mis 37 años había visto a mi padre
morir entre tubos de hospital, me había divorciado de Sofía y era alérgico a las relaciones humanas.
Continuaba ese estridente sonido
deshaciendo en pedazos mi sesera y esos soplidos congelando mi memoria. Sentí,
sin saber de qué manera, gotas de ácido en la sangre y acabé perdiendo el conocimiento
rompiendo en pedazos ese vaso de agua oscura que al ser derramada por el suelo,
resultó ser tan transparente como siempre.
Mágnifico
ResponderEliminarGracias ;)
ResponderEliminar