El pájaro asesinado que revivió mientras caía al suelo
Vivimos la juventud en la era del
temperamento. Desembocamos en una pasión radical y precipitada. Pero los
jóvenes no nos arrepentimos, formamos parte de ese clan que vive como piensa y
no tenemos en cuenta las malditas consecuencias que acarrean nuestras acciones.
No, ese no es nuestro propósito.
Pensar es de cobardes, aunque actuar es de engreídos. A hurtadillas me comentan
que todo se va a pique, que esta no es la filosofía que se quiere transmitir y
nos estamos perdiendo entre ímpetu y desenfreno.
Y no me quejo, hay lo que hay,
por lo que se ha luchado y se ha acabado consiguiendo. No me preocupan los
fracasos, ni las palizas sentimentales, ni las lágrimas derramadas. En parte
estoy nervioso por eso de la muerte, porque siempre está ahí y no deja de
soplarme en la nuca.
Quizás seamos como un pájaro
enjaulado, uno de esos que, pese a que la puerta de la jaula esté abierta, no
se atreve a salir. Una especie de cobarde gilipollas que se cree el más gallito
del gallinero. A lo mejor forma todo
parte de un juego donde el enemigo es uno mismo, donde todo aquel que lucha
debe hacerlo contra su propia persona.
Estoy empezando a fumar hierba de
esa que dicen que relaja, una de esas mierdas que cualquier amigo de pacotilla
te puede conseguir a precio de coste. Qué va, estoy demasiado enganchado a los
sentimientos para reclutar de nuevo otros vicios.
Tengo veinticuatro años y cuatro
los llevo viviendo en garantía. No entiendo de filosofías y hace tiempo que
Dios solo me parece un personaje al que daría lo que fuera por follármelo. Si
te soy sincero, Celeste, no entendería la muerte si no fuera parte de un suicidio
o asesinato colectivo. Pero bueno, no sabrás todo lo que valgo hasta que no sea
capaz de publicar en cientos de páginas todo este sentimiento que guardo.
Celeste, te espero en los bares. Pero
no, no bebas más cerveza, que acabarás enamorándote de a quién ya le robaron el
corazón. No bebas más cerveza, Celeste, que la próxima ronda empezamos con el
whisky.
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