Mi aventura con las hermanas Sister
Jo, qué
guapa parecía cuando nos sentábamos en su sofá. Casi tan guapa como su hermana,
con la que también había compartido meses antes aquella misma postura en aquel
mismo sillón. Qué maravilla esto de la naturaleza, oiga. Corría la misma sangre
por sus venas y en cambio eran como la noche y el día. La rubia y la morena, la
guapa y la simpática, la introvertida y la salida. Dos paraísos tan diferentes
que raro era que no fueran artificiales.
Pues
eso, que estábamos en su sofá absorbiendo nuestros repelentes potingues
corporales cuando la confundí con un pajarico. Con uno de esos tan pequeñitos
que incluso se asustan de su propio piar. Fue entonces cuando mi obsesión por
las aves me llevó al punto de escuchar en mi cabeza el estridente piar de una
manada de pajarracos afanados en picotear mi maldita sesera. La apodé, pues,
Pajarico Somewhere en honor a su boquita
de piñón que me acompañaba mentalmente a todas partes.
Para
seguir con la tradición, Pajarico Somewhere no tardó más que un par de semanas
en volar del nido para siempre. Y ya no me contestaba los mensajes, ni los
whatsapps, ni las señales de humo. Entonces, a un tipo muy listo se le ocurrió
hacer una película de nuestro idilio amoroso. El título me venía que ni
pintado: Alguien voló sobre el nido del cuco.
Me
quedé asombrado por mi rapidez de haber perdido a ambas hermanas. Jo, qué
barbaridad. Oh, pobre de mí, cuán
apenado me sentía yo de tales acontecimientos. Porque, si bien es cierto que no
eran mayores de edad, nunca resultó ser problema alguno. Y, para más inri, la
sociedad ya estaba acostumbrada a esas típicas vejaciones entre aparentes
ariscas y libertinos repugnantes.
Decidí,
pues, dejar de buscar el amor en aquella familia, a sabiendas de que si hubiera
quedado una hermana más por descorchar, brindaríamos todos por el poder de la
reproducción trilliza. En fin, que el transcurso de la vida no se detuvo y,
acompañado de mis drugos, seguí vagabundeando en busca de nuevas fechorías.
Resultó
entonces que, en cuanto me harté de mi nueva amistad con las enfermedades venéreas, aquel Pajarico que tan olvidado me tenía, dejó de lado rivalidades
triviales con su hermana y volvió a mantener conmigo posturas extravagantes en
su sofá. Qué maravilla esto de la naturaleza, oiga. Corría la misma sangre por
sus venas y en cambio eran como la noche y el día. Y a mí, por aquel entonces, y sin que nadie lo supiera, me dio por vivir a veces con el sol y otras con la luna.
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