jueves, 9 de febrero de 2012

Historias de diminutos y gigantes (X)


Aquella chica a la que siempre quise follarle el culo


No me quedaba dinero para más cerveza y estaba muy, muy nervioso. No paraba de dar vueltas en aquel pub de mala muerte buscando el culo del que me había enamorado. Jo, qué culo. Teníais que haber estado allí. Pero da igual, yo mismo os lo voy a relatar.

Estaba muy nervioso y necesitaba un poco de whisky con soda. Quiero decir, hubiera hecho lo que fuera por conseguir mojar mis labios en alcohol una vez más. Fui danzando de un lado a otro tropezando con todos aquellos que arrastraban sus cuerpos por ese antro. Entonces fue cuando choqué con aquel culo. Jo, en serio, ese culo era de otro mundo. Lamentablemente no eran mis manos las que lo tocaban, las que lo magreaban a sabiendas de la delicadeza de su propietaria. Eran las manos de un auténtico capullo, uno de esos que pese a que no lo conociera, sabía que su destino debía ser la muerte.

Pero el que casi pierde la vida en aquel pub fui yo. Quiero decir que pese a muchas ganas que tuviera de pisotearle la cabeza, fue ese capullo quien, después de un intento fallido por mi parte de patearle la entrepierna, dejó de tocar aquel culo y puso sus asquerosas manos en mi cara. Caí en redondo. Jo, qué golpe me dio. Era un auténtico capullo, pero tenía más fuerza que yo. Perdí de vista aquel culo y me senté frente a la barra del bar a la espera de que la camarera comprendiera mi situación.

Así fue. Aquella camarera se creyó la absurda historia de que mi padre había muerto días antes a causa de un cáncer fulminante. Por eso la muy hipócrita me invitó a un par de copas de ron venezolano, un ron Santa Teresa que guardaba en la despensa para clientes especiales. Jo, la muy estúpida se creyó mi historia. Quiero decir que si no hubiera sido por aquella falsa historia no podría haber saciado mi sed de alcohol en aquel momento.

No os lo creeréis, pero fui de nuevo al encuentro de aquel culo. Jo, ese culo era lo único de verdad que había en aquel asqueroso antro repleto de idiotas.  Menudos idiotas. Qué falsos eran todos. Y qué ganas tenía de patear en la entrepierna a cada uno de ellos. Pero ya todo daba igual, lo que más ilusión me hacía de aquel culo era su cerebro y maldije que no me hiciera ni puñetero caso. ¡Qué putada!, pensé. Decidí entonces largarme a mi casa a escribirle este relato de pacotilla que para muchos hablará de culos y no habrán comprendido una maldita mierda.


De verdad os digo hermanitos que algún día nos casaremos y lo único que consiga saciar mi sed será su saliva. Mientras tanto sigo bebiéndome esta cerveza que dejó olvidada en mi casa. Brindo por ella y por su cerebro. Jo, qué cerebro.


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