Aquella
chica a la que siempre quise follarle el culo
No me
quedaba dinero para más cerveza y estaba muy, muy nervioso. No paraba de dar
vueltas en aquel pub de mala muerte buscando el culo del que me había
enamorado. Jo, qué culo. Teníais que haber estado allí. Pero da igual, yo mismo
os lo voy a relatar.
Estaba
muy nervioso y necesitaba un poco de whisky con soda. Quiero decir, hubiera
hecho lo que fuera por conseguir mojar mis labios en alcohol una vez más. Fui
danzando de un lado a otro tropezando con todos aquellos que arrastraban sus cuerpos
por ese antro. Entonces fue cuando choqué con aquel culo. Jo, en serio, ese
culo era de otro mundo. Lamentablemente no eran mis manos las que lo tocaban,
las que lo magreaban a sabiendas de la delicadeza de su propietaria. Eran las
manos de un auténtico capullo, uno de esos que pese a que no lo conociera,
sabía que su destino debía ser la muerte.
Pero el
que casi pierde la vida en aquel pub fui yo. Quiero decir que pese a muchas
ganas que tuviera de pisotearle la cabeza, fue ese capullo quien, después de un
intento fallido por mi parte de patearle la entrepierna, dejó de tocar aquel
culo y puso sus asquerosas manos en mi cara. Caí en redondo. Jo, qué golpe me
dio. Era un auténtico capullo, pero tenía más fuerza que yo. Perdí de vista
aquel culo y me senté frente a la barra del bar a la espera de que la camarera
comprendiera mi situación.
Así
fue. Aquella camarera se creyó la absurda historia de que mi padre había muerto
días antes a causa de un cáncer fulminante. Por eso la muy hipócrita me invitó
a un par de copas de ron venezolano, un ron Santa Teresa que guardaba en la
despensa para clientes especiales. Jo, la muy estúpida se creyó mi historia.
Quiero decir que si no hubiera sido por aquella falsa historia no podría haber
saciado mi sed de alcohol en aquel momento.
No os
lo creeréis, pero fui de nuevo al encuentro de aquel culo. Jo, ese culo era lo
único de verdad que había en aquel asqueroso antro repleto de idiotas. Menudos idiotas. Qué falsos eran todos. Y qué
ganas tenía de patear en la entrepierna a cada uno de ellos. Pero ya todo daba
igual, lo que más ilusión me hacía de aquel culo era su cerebro y maldije que
no me hiciera ni puñetero caso. ¡Qué putada!, pensé. Decidí entonces largarme a
mi casa a escribirle este relato de pacotilla que para muchos hablará de culos
y no habrán comprendido una maldita mierda.
De
verdad os digo hermanitos que algún día nos casaremos y lo único que consiga
saciar mi sed será su saliva. Mientras tanto sigo bebiéndome esta cerveza que
dejó olvidada en mi casa. Brindo por ella y por su cerebro. Jo, qué cerebro.
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