LA LUZ CLARA
Y
como ella me lo hizo, fui capaz de hacerlo. De la misma manera, en el
mismo lugar, sin llegar a saber por qué. La noche se estrelló en mis
ojos, y refugiándome en la penumbra de la tenue oscuridad, acometí una
vida, como ella la mía. Y tras los varios deslices tatuados en mi brazo
acuchillé la ausencia de silencio y quebré la piel de la humanidad acabando con aquel ser tan inocente como lo es un niño.
Alegué
que no fui yo, que hacía tiempo que no lo era. Pero la inocencia se
perdió, como el vigor personificado, convirtiendo la culpa en la esencia
de mi mundo inerte. Parecía incierto que la realidad no fuera más que
un ápice inexistente. Las agujas afiladas pasaron a formar tópico
diario, orden del día que nunca cayó en el olvido.
Escribí
memorias para enfrentarme al pasado: polvo blanco destrozando mis
hendiduras. El mismo que apuñaló mi subsistencia y me condenó a
quebrajar la utilidad individual de un ser. Descubrí que me quisieron,
que siempre me habían querido, pero atenuar mi sufrimiento fue precepto
inalcanzable. Descubrí que yo les quise, y les seguía queriendo, que
ellos lloraban por mí, y yo lo hacía por ellos.
Pero el nombre de
Clara, aludiendo al cese de la tormenta, a un nuevo amanecer laboral, a
una sonrisa que destila optimismo, al encuentro con la paternidad, a la
cumbre de la felicidad. Ahí estaba ella, bostezando, achinando sus ojos
ante un destello de luz, destello que quedó registrado para siempre en
su mirada.
Y como yo le había dado la vida, Clara fue capaz de dármela a mí.
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