EL GOZO DE LOS 39 SEGUNDOS EN UN POZO
"Practica la respiración artificial encontrando el aire en un orificio ajeno"
¿Cómo os lo diría? Bueno sí. Utilizaré el verbo “hacer” para
describir aquella vez en la que nos pusimos a follar en el cosmos como yo
siempre había soñado.
Pues eso, que estábamos haciendo el amor tan ricamente
cuando al enésimo movimiento con el que sacudimos el ambiente me suelta un: “Ojalá
estuviéramos así toda la vida”. A lo que contesté: “Yo espero que no, así es
imposible que la sangre fluya por mi cerebro”. Debió de tomárselo muy mal
porque acabó la conversación con un: “Es verdad, es mejor que lo dejemos estar.
Así no vamos a ninguna parte. Noto que no nos aportamos nada”.
En fin, que fueron los treinta y nueve segundos más
maravillosos de mi vida. Y fin de la mejor historia de amor que me ha tocado
vivir.
A partir de ahí fueron tiempos difíciles. Inimaginables.
Tanto amor gratuito me había causado demasiado furor y en cualquier lugar de
las afueras de la ciudad me cobraban demasiado por lo que yo pedía, treinta y
nueve segundos más.
No me desanimé y seguí buscando como un sediento en el
desierto algún amigo al que aferrarme, en el sentido más degenerado de la
palabra. Pero encontré solamente abrazos y palmaditas en la espalda que
sinceramente me importaban una auténtica mierda.
Yo lo único que quería era que me hicieran un masaje, que se
disfrazaran de rubia maciza y me cosieran a besuqueos la comisura de los
labios. Pero nada de eso ocurrió, y en parte creo que me alegro.
Así que yo por mi parte me puse a investigar, fui al
encuentro de algo que realmente valiera la pena, treinta y nueve segundos
gratuitos de pasión cada día y de “buenos
días hoy estás más bonita que nunca”. Me puse mi traje de curioso y libre y mi
capa de gigante y sobrevolando todo el panorama genital que yacía a mi
alrededor busqué un poquito de agua para calmar mi sed.
En el viaje tropecé con temporales que prometían duraderos y
“te quieros” que parecían de verdad. Sexo no faltó, y me sumergía en culos
donde podía practicar la respiración artificial encontrando el aire en un
orificio ajeno.
Tras tanto pecado junto se me apareció la muerte vestida de
puta mal pagada. Se desnudó e imitando al
animal canino pronunció las palabras mágicas: “Ven aquí hombretón, soy
la mantis religiosa que tanto necesitas”. Y en el instante antes de rozar punta
con aquel agujero negro universal retomé la conciencia y busqué un recuerdo en
mi memoria.
Me acababa de enamorar del pasado y entró el pánico en
acción. Pero aquí estoy ahora. Ven, te dedico estos treinta y nueve segundos de
sacudidas manuales a solas en mi habitación.
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