La calle que lleva
su nombre
Hace
tiempo que no sé de ti. Tanto que he conseguido hallar la respuesta al problema
que se nos había planteado. Las calles, a lo lejos, han propuesto soluciones
inesperadas, nada que ver con mi desesperación, con mis ganas monstruosas de
chillarte, con la fobia a tus palabras malsonantes. Las calles nos quieren
renovar, a mí alejarme de este maldito lugar y a ti enamorarte de cada alma que
se regocije en tu sentido más profundo cada madrugada.
Ese es el destino, cegarnos con la luz que
fuimos el uno para el otro, romper cada recíproco formado entre los dos, ser
Góngora la razón y Quevedo la verdad. Recordar tu oscuridad en cada uno de mis
pasos, perderme en esa calle que contra viento y marea acaba por destruir las
arrugas de mi piel, una piel que muere por acariciarte los misterios, misterios
de donde saltan chispas y avivan tus pupilas. Nos quejamos de eróticos
calambres desorbitados, como la luna cuando es nueva, cuando nadie la ve, que
se mira, se toca, empieza a quererse sin querer ver el mundo a sus pies.
Y con
los pies en tierra caminamos en sentidos que nunca más se cruzarán, como el
fauno en un laberinto, como un laberinto en mis relatos, como mis relatos que
del tiempo forman calles melancolía. Y contigo, secreto divino, voy sin rumbo hasta
el final de esta travesía como el loco obsesionado en convertirte en poesía. Se
me escapa de las manos, ayúdame si eres
amiga, que si del tiempo escribo calles, de tus años mis libros son ciudades.
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