jueves, 30 de junio de 2011

Microrrelatos Para Micropersonas 3

Celeste




Desde su casa le señalé dónde vivía yo.” ¿Lo ves pequeña? Estamos tan cerca que hasta da miedo susurrar”. Pero ella me miró como se mira el cuerpo que alumbra el cielo.

Es normal, nos hemos hecho tanto daño que nos cuesta respirar. Incluso si nos hemos querido ya no recuerdo ni en qué lugar. Y en eso que le acaricio el brazo suavemente pero ya no se le eriza el vello. Es curioso, ahora que ya no me muerdo las uñas ella no siente nada.

Tan paradójico como que la vida es breve es el silencio que ensordece los oídos. Y allí solo se escuchaba el ruido de nuestros corazones combatiendo por salir de sus respectivos pechos y ensalzarse en una disputa a vida o muerte. Pero por si le sirve de consuelo, yo a esas alturas ya estaba muerto.

Cuando nos despedimos no se echó a llorar, mantuvo la postura de quien no tiene nada que perder. Lógico, pensé. Había transcurrido tanto tiempo que la gravedad ya ni nos atraía, nosotros que siempre la habíamos necesitado de una forma extrema, como los niños al chocolate. 

Sonaron las nueve cuando bajaba aquellas escaleras. Ya no quedaba casi sol y nadie escuchaba mis susurros. Me volví a morder las uñas. Entonces comprendí que ya nada importaba, que mi futuro ya había pasado.  

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