"Cuanto más callado, más te quieren escuchar"
Estábamos en el concierto de un tal Ferreiro en una perdida localidad de la región de Murcia. Francis componía mientras yo desafinaba; y la ciudad amenazaba con dejar caer la lluvia a nuestros pies. Aquella noche Francis volvió a reprimirse, como muchas otras. La rubia de sonrisa infinita le trastornó el intento de creer ser alguien especial. Y así quedó, frustrado ante la irónica mirada del mundo entero, como si las termitas de su organismo estuvieran acabando lentamente con su cuerpo.
Era paradójico su forma de ser, alguien que se enamora perdidamente y no se deja querer. Le dije que fuera él mismo, y empezó a desvestirse delante de la gente. Asustados, corrieron todos intentando olvidar semejante imagen, hasta que quedamos solamente dos: una bonita chica invisible de perfil y un enfermizo servidor (pidiendo a gritos un “quítate la ropa” un tanto alentador).
En fin, que a Francis ni Castellines le quedó, porque por mucho que la llamase, entre mudos y sordos no avanzamos. Pero bueno, cuanto más callado, más te quieren escuchar. Y precisamente al escuchar, fui consciente de que desnudarse no estaba tan mal, y que sería imposible morir de frío con todo el calor que Francis tenía por entregar.
La historia es así, un joven vagabundo condenado a la soledad, se le caen las alas y se desvanece a medida que el polvo del ambiente le penetra en las pupilas. Será el único polvo que pueda saborear, la única penetración de la que podrá tristemente presumir.
Era de los típicos gigantes que no previó cuál sería su modelo de vida, y vio muy complicado seguir a esa masa tan unísona, aquella en la que se giran todos al grito de “gilipollas integral”, aquella a la que algunos llaman sociedad. Y se desintegra moralmente en una habitación con poca luz, mientras un pequeño ventilador va secando el sudor de ese cuerpo que parece inerte, como las piedras de su corazón. Descarga su ira contra las paredes, incluso contra su rostro, al que culpa de todos los problemas que no le dejan dormir, que no le dejan avanzar.
Francis estaría muy vivo en un siglo anterior. Y ahora cree estar más muerto que sus entrañas. Pero los muertos son los de alrededor, aquellos que se rieron alguna vez del fervor de su esencia. Vuelve a componer, yo a desafinar. Salimos a la calle cantando melodías inventadas, volcados a conseguir esos sueños que siempre nos propusimos ante las miradas de incertidumbre de un pueblo que permanece inmóvil. Entonces ya no hay rubias que trastornen, termitas que devoren ni marsupiales que se alejen por culpa de un desnudo. Solo queda una vieja cinta a la que le cuesta rodar, un tal Kurt que nos acompaña y una frase que empieza a dibujarse: Aquí huele a espíritu de amistad.
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