lunes, 18 de junio de 2018


LA VIOLACIÓN

Es media noche.
Salgo a dar una vuelta por la calle.
Me pierdo por un parque y escucho los quejidos de una joven.
Me acerco y la veo medio desnuda.
Las manos de dos imbéciles toquetean su cuerpo.
Uno se desabrocha la bragueta y apunta.
Un grito sordo les deja en evidencia.
¡Os voy a matar!, les digo.
Me abalanzo sobre uno de ellos y la joven aprovecha para escapar.
En esas los chicos se levantan y vienen a por mí.
Yo empiezo a correr en contradirección a la chica.
Ellos me persiguen.
Y así me paso el resto del tiempo.
Corriendo hacia ninguna parte.
Sin ser capaz de detener a otros animales que cometen delitos sexuales.
El otoño a la espalda y los malhechores no me atrapan.
Sé que jamás lo harán.
Que llevo demasiado tiempo huyendo.
Que yo no soy como los demás.
Que yo soy inmortal y nadie puede conmigo.
Pero hasta aquí hemos llegado.
Ya es hora de plantar cara a todo lo que me amarga.
Así que me voy a girar.
¡Que me maten si quieren!
¿Desde cuándo estamos todos tan enfermos?
Y eso es lo que hago, me giro, y ¡cuidado que vienen!
Pero al darme la vuelta, al detenerme en seco, ya no hay nadie detrás.
Estoy solo en la noche.
Las estrellas me delatan con su luz.
Hacía rato que no me seguían.
Esos gilipollas se habían escondido.
Siempre lo hacen.
Tan valientes que se creen, a veces.
¿De quién huías entonces, Mario?
¿Y por qué aún sientes ganas de echar a correr?
Me siento en la acera y suspiro.
De pequeño quería ser un superhéroe y salvarle la vida a la gente.
Y ahora estoy aquí, sin ser capaz de salvarme a mí mismo.
Así que no sigas corriendo, Mario.
Nadie puede huir de sí mismo.
Mario Miret (ocurrido en agosto de 2016)

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