LA VIOLACIÓN
Es
media noche.
Salgo
a dar una vuelta por la calle.
Me
pierdo por un parque y escucho los quejidos de una joven.
Me
acerco y la veo medio desnuda.
Las
manos de dos imbéciles toquetean su cuerpo.
Uno
se desabrocha la bragueta y apunta.
Un
grito sordo les deja en evidencia.
¡Os
voy a matar!, les digo.
Me
abalanzo sobre uno de ellos y la joven aprovecha para escapar.
En
esas los chicos se levantan y vienen a por mí.
Yo
empiezo a correr en contradirección a la chica.
Ellos
me persiguen.
Y
así me paso el resto del tiempo.
Corriendo
hacia ninguna parte.
Sin
ser capaz de detener a otros animales que cometen delitos sexuales.
El
otoño a la espalda y los malhechores
no
me atrapan.
Sé
que jamás lo harán.
Que
llevo demasiado tiempo huyendo.
Que
yo no soy como los demás.
Que
yo soy inmortal y nadie puede conmigo.
Pero
hasta aquí hemos llegado.
Ya
es hora de plantar cara a todo lo que me amarga.
Así
que me voy a girar.
¡Que
me maten si quieren!
¿Desde
cuándo estamos todos tan enfermos?
Y
eso es lo que hago, me giro, y ¡cuidado
que vienen!
Pero
al darme la vuelta, al detenerme en seco, ya no hay nadie detrás.
Estoy
solo en la noche.
Las
estrellas me delatan con su luz.
Hacía
rato que no me seguían.
Esos
gilipollas se habían escondido.
Siempre
lo hacen.
Tan
valientes que se creen, a veces.
¿De
quién huías entonces, Mario?
¿Y
por qué aún sientes ganas de echar a correr?
Me
siento en la acera y suspiro.
De
pequeño quería ser un superhéroe y salvarle la vida a la gente.
Y
ahora estoy aquí, sin ser capaz de salvarme a mí mismo.
Así
que no sigas corriendo, Mario.
Nadie
puede huir de sí mismo.
Mario Miret (ocurrido en agosto de 2016)
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