Volví.
Volví como vuelven los viejos rockeros a esos escenarios que tanto
les echaron en falta. El mismo hedor repugnante que ya se respiraba
incluso antes de abrir la puerta del bar. Volví, volví porque es
probable que nunca me hubiera ido del todo.
_ ¿Mario
Miret? ¡Cuánto tiempo sin verte! ¿Se puede saber qué te trae de
nuevo por aquí? _ me preguntó la camarera.
_ Lo que a
todos, Noelia: la vida. En fin, ¿cómo va todo por el bar?
_Seguimos
en las mismas, Mario. Ya nunca viene nadie. Por allí andan Cortés y
Boby intentando colar a alguien esa porquería que escriben.
_ Lo hacen
lo mejor que pueden, Noelia No seas así.
No había
nadie más en aquel viejo antro salvo Cortés y Boby. Parece ser que
se alegraron de verme, se levantaron y me abrazaron. Entonces me
preguntaron por mi vida durante aquel último año.
_ Estuve
viviendo algún tipo de aventura de la que pronto escribiré.
_ Eh,
Mario, eh, tío, puedes contar con nosotros para lo que sea. Aquí
siempre estaremos tus amigos.
_ No creo
en la amistad, Boby. No me vengas con esas.
Boby tenía
nombre de perro. Boby era un gilipollas.
Noelia se
acercó y me sirvió un tercio. Le pregunté sobre las chicas que
antes pasaban las tardes en el bar. Le pregunté por María, Cristina
y Teresa. Le pregunté por las mellizas del padre pirata. Le pregunté
por las chicas de veintiocho. También lo hice por las de dieciséis.
_
Nada, Mario. Pasan
las tardes en la playa o la montaña. Llaman a sus novios y van al
río a tirar piedras y comer sándwiches envasados.
Salí a la
terraza del bar. Desde allí contemplé toda la cordillera
mediterránea. Las olas chocaban contra las rocas y el agua salpicaba
a los enamorados que se besaban en el puerto. Era genial. Entonces vi
que Cortés y Boby salían detrás de mí. Se sentaron a mi lado.
Eran buenos chicos. Idiotas, pero buenos chicos.
_ Esta
noche salimos, Mario. Tenemos que celebrar que estás de vuelta –dijo
Boby.
_ Parece
ser un buen plan.
_
¡Claro que lo es! Conocí a nuevas chicas, ¿sabes? Deben de estar
al caer. Tienen pensado venir en un rato. Puedo presentarte a todas
las que quieras. Cortés también estaba aquel día. Puede decírtelo
él. Eran de lo mejorcito ¿eh, amigo?
Pero
Cortés casi nunca hablaba. Solo hacía que beber. Bebía más que
nadie. Escribir también se le daba bien, solo que lo que mejor se le
daba sin duda era empinar el codo. En esas, salió Noelia a servirnos
más cerveza.
_ ¡Eh,
Noelia, eh, escucha! Hoy tenemos pensado salir para celebrar que
Mario vuelve a estar con nosotros. ¿Te vienes, tía? ¡Va a ser la
hostia! –dijo Boby.
_ ¡Y
tanto que me gustaría, chicos! Pero hoy tengo planes.
_ ¿Planes?
–la interrumpí exaltado. -¿Cómo qué planes? ¿Qué tipo de
planes tienes tú?
_ Bueno
verás, Mario. Luego he quedado con un chico. No es nada, ¿sabes?
Quiero decir, solo nos estamos conociendo.
_ No, no,
pero no puede ser. Tú nunca has sido de esas. A ti no te gusta
conocer a la gente. Eres como yo. Siempre lo has sido. ¿Qué coño
te pasa ahora?
Noelia
comenzó a ponerse nerviosa.
_ ¿Que
qué narices me pasa? No, Mario, no. Aquí al que le pasa algo es a
ti. Vuelves por aquí sin dar ningún tipo de explicación y encima
te mosqueas si te digo que he quedado con un chico. Déjame hacer lo
que me dé la gana y no te metas donde no te llaman.
Entonces
dio media vuelta y entró en el bar golpeando con fuerza la puerta.
_ Noelia
tiene razón, Mario. Cuéntanos, muchacho ¿dónde demonios te
has metido durante el último año? _ preguntó el idiota de Boby.
Atardecía
en la ciudad bajo el prisma veraniego del mediterráneo. Seguí un
rato más con la mirada perdida en el horizonte y saqué la cartera
del bolsillo de mi pantalón. La abrí y cogí la foto de carné de
la chica con la que había pasado el último año. ¡Ay, Carlota! La
miré y la rompí por la mitad.
_ ¿Que
dónde demonios me he metido, Boby? Verás… yo también estaba
comiendo sándwiches envasados en el río –y dejé que el aire
echara a volar los dos trozos de foto rota.
Entonces Noelia salió otra vez del bar y nos avisó de que entráramos.
_ ¡Eh,
rápido, chicos, entrad! Echan el baloncesto por la tele.
Entramos
inmediatamente y nos juntamos los cuatro en la misma mesa. Era el
europeo. Jugaba la selección. España perdía de dos. Yo perdía la
cabeza. Carlota, ¿dónde diablos estarás?
_Mira,
Mario, por ahí entran las nuevas chicas –dijo Boby señalando la
puerta.
Tres
mujeres rubias de piernas largas se nos acercaban. Junté unas
sillas a la mesa.
_ Venid,
podéis sentaros a mi lado –dije.
_ ¡Qué
amable, chico! Jiji, jiji.
Yo
di un largo trago a mi cerveza. De nuevo sonreí. La luna, todavía
prematura, esperaba expectante. Yo también esperaba. Yo era
aquel tipo de un año atrás. Yo era Mario Miret. Yo acababa de
volver.
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