EL
DOMINGO NO ESTÁ HECHO PARA TODO EL MUNDO
Frescura,
frescura y tranquilidad. Domingo por la mañana, uno de esos en los que tu
equipo ya jugó el partido ayer y hoy el fútbol te importa prácticamente una
mierda. Y en esas que sales a la terraza y te animas: “Venga va, vamos a coger
la bicicleta”.
El día
ha amanecido impecable para los vivos, pero aquellos que aún se despendolan en
frente de las discotecas no saben que hoy brilla el sol. Y mientras todos van
conduciendo el Audi de papá, yo pedaleo sin cesar mi velocípedo Torrot, una
joya prehistórica de cuando las guerras enfrentaban a los vecinos de un mismo
país.
Como de costumbre Torrot sufre una avería y
estaciono delante de la churrería. Allí los hay que padecen de insomnio y aún
no se han podido acostar, pero ahí están, desayunando croissant con birra para
amenizar el estómago. A todo esto un
señor muy amable me arregla la Torrot y me ofrece su churro. Mejor prosigo mi
camino.
Y es que la verdad que lo que más desea uno
cuando es domingo es almorzar en el bar de la esquina, ese que tiene un patio
donde los niños juegan en los mismos columpios donde ayer Manolo celebró su
soltería con la fresca de Vanessa.
Lo
dicho, las nubes ya no quieren levantarse y los días fríos no acaban de llegar pese
al desnudo inmediato de los árboles en este nuevo mes. Y encima la brisa marina levanta mi flequillo
a la vez que me airea las axilas.
Paro a
descansar frente al quiosco y le hago una perdida a la chica que me gusta. Instantes
después da la casualidad de que la veo pasar con los tacones en la mano y un
chico como compañía. Este Manolo es un cabrón.
En fin,
que compro el periódico y gracias a Dios, entre tanto nombre, el mío no aparece
en las esquelas. El amor no es lo que piensas, y a lo mejor el domingo no está
hecho para todo el mundo.
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