Los ojos de la discordia
No fue para tanto. Más bien fue para tontos. Para ilusos desesperados y adictos al ambiente y el hedor de la lluvia tormentosa de los días sin canciones. Juraría que no había sentido común, ni mucho menos el propio sentido personal. Hablo de la insensatez, de la mediocridad, del egoísmo odioso encargado de hacer unos ojos llorar. Hablo de lágrimas, de pantanos desbordados, de un tsunami amenazando la mente de esos ojos. Los ojos de una vida.
No se podía explicar, incluso era divertido no tener palabras para describirlo. Entre el barullo de la gente se escuchaban melodías que alteraban, cánticos desconcertantes que alborotaban mis terapias. Luces de neón a la vista de los ingenuos, de payasos desgarbados de los que la muchedumbre se reía. Pero no estábamos allí, dudo de si alguna vez lo estuvimos, dudo de si estuvimos, tú y yo, en algún momento, en no sé qué lugar, ni siquiera si aquel tiempo fue real.
Desde un lejano lugar, y abrazando el infinito, nunca nos importó ser tan idiotas. Entre la multitud hacía frio y olía a muerto. Pero nosotros estábamos más vivos que nunca, sin mostrarle la importancia que merecían aquellos ojos, los que olvidé recordar en los instantes en los que tú y yo nos devoramos, cuando nos comimos la razón, la honestidad y la nobleza, la lógica de una mirada que quedó atrás, esperando el grito a la pasión para el mejor día de su vida.
Fue aquí uno el que se dejó llevar, como un coche a la velocidad de unos frenos que no están. Pero nosotros sí que estuvimos, en cierto momento y ya recuerdo en qué lugar. En un tiempo insólito, vacilando lo corriente, perdiendo la normalidad en cada paso, repercutiendo tristemente en unos ojos que olvidé alimentar, de los que soy testigo que nunca habrá pupilas como aquéllas. Perdiendo la inocencia en cada lágrima que caerá, unos ojos que esperarían entreabiertos en algún hogar.
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