LA COCAÍNA Y YO
Llevo
diez años viviendo con mi abuela. Hasta hoy, que se ha ido para
siempre. Y aunque
Elena se esfuerce en querer animarme, yo a quien llamo para alegrarme
el alma es a María,
una artista de la pintura que conocí el año pasado en un recital de
Latintavino. A ella le cuento sobre mi abuela. Joder, le digo, no hay
derecho. Pero con María
solo hago que hablar y aunque me muera por perderme entre su cuerpo,
decido que no tendría sentido traicionar a Elena solo porque todavía
no haya podido retenerme como un alma entre
sus brazos.
Por
eso he empezado a consumir cocaína. Conozco a un tío llamado
Cristian un
sábado noche y me habla de la muerte. Me cuenta que ya ha enterrado
a dos abuelos, una hermana y un padre. Saca de la cartera una bolsa
blanca más pequeña que un meñique y coloca delicadamente el polvo
que sale de ella en la repisa de un escalón. Con el carné de
biblioteca forma dos rayas de nieve separadas solo por la suciedad
del suelo.
_
En fin, – me dice – esto es lo único que nos queda. ¿Verdad?
Enrolla
a presión un billete de cinco euros y colocando una punta del papel
dinero sobre el polvo y en la otra su nariz, aspira con violencia
hasta que la nieve desaparece de su origen y traspasa las hendiduras
para colarse por completo en su cerebro.
_
Te toca – me dice.
Miro
a Cristian. Me da su aprobación asintiendo con la cabeza. Coloco de
nuevo el billete en posición y mientras el infierno se amontona en
mi nariz noto que me desvanezco en un invierno que se envenena con
mis miedos.
_
¿Qué sientes, Mario? – me pregunta.
_
No sé. Ya hace tiempo que no siento nada.
Practico
el mismo ritual todos los fines de semana y acabo por perder el
control de todo lo que me importa. Escribo mucho, escribo casi tanto
como me drogo y empiezo a ver a Elena tan poco que lo único que nos
une son todos esos benditos polvos que pegamos. A María
la sigo llamando cada vez que el mundo se derrumba.
La
cocaína es una porquería.
Yo
he probado polvos mejores.
Mario Miret (ocurrido en noviembre de 2009)
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