“Sexo es emoción en moción”
Mi fantasía eres tú.
Pero no te sirvió como respuesta. Venga, Martín, quiero que me
digas sinceramente cuál es tu mayor fantasía sexual. Y entonces te
imagino a ti encima de mi disfrutando del acto de quererse ante
cientos de conocidos que nos miran asombrados por nuestra facultad de
compenetración. Te ríes, es normal, aún puedo sentir tu risa en mi
mirada y tu contestación más que sorprendente: ¿Esa es tu
fantasía? Algo tan irrisorio como erótico, por eso me gusta. Y
continúas venga que venga con la agudeza de tu risa mientras nos
vestimos y volvemos a la realidad de un mundo que poco a poco empieza
a conocernos.
Cada vez volábamos más
alto. Quince semanas nos bastaron para conocer cada recoveco de
nuestros aún jóvenes cuerpos y la confianza era tal que la desnudez
no era sino la vestimenta más agradable para mantener viva esa magia
salvaje. ¿Por qué se acabó? ¿Por qué después de tanto tiempo?
Siguiendo con la normalidad de nuestros días me presentaste a tu
madre como un amigo muy especial. Por fin dejamos de estar sujetos a
las cadenas de lo oculto y pudimos mostrarnos al mundo tal y como
éramos, y lo éramos todo, si bien es cierto que lejos aún quedaba
la nada en que acabamos por convertirnos, tan lejos que a día de hoy
repaso una por una estas cartas para saber dónde empezamos a perder
la esencia que nos mantuvo unidos. Recuerdo a tu madre, que me aceptó
de buen gusto en tu más que humilde familia; a tu hermano, que me
miraba siempre con esa cara de circunstancia que nunca supe cómo
interpretar y aun así me vio como el socio ideal para jugar a tenis
los domingos por la mañana.
El sexo dejó de ser un
pensamiento para convertirse en sentimiento. Combinábamos la pasión
con el erotismo, dejamos a un lado los tabús y los silencios
incómodos que solían producirse en los inicios y ahora el diálogo
formaba parte esencial de cada acto. Y la música, tú empezaste a
ponerle banda sonora a nuestras noches y empezamos a follar rodeados
de grupos musicales de la talla de Sigur Ros, Depeche Mode o The
Stooges, y cantantes como Otis Reding o George Michael. Canciones que
acompañaban todo el coito, desde las risas iniciales hasta que la
cama de tu habitación se recalentaba y acababa explotando en mil
pedazos, desde la suavidad del principio hasta que el ritmo aumentaba
y finalmente acabábamos reposando el sudor del uno en el del otro.
No había nada más épico por entonces que aquellos actos a los que
bautizaste como los polvos de la confianza.
Fue un sábado por la
noche. Habíamos cenado en una pizzería del puerto y fuimos a tu
casa a ver una película. Tu hermano estaba en el café y tu madre
tenía una de esas citas esporádicas que tanto le alegraban el
cuerpo. Al llegar a la puerta no me dejaste entrar. Espera Martín,
cinco minutos y te dejo pasar. Y luego entendí por qué la espera
había merecido la pena. Al pasar al recibidor me encontré con tu
presencia y con pasos sordos me guiaste a oscuras hasta el comedor
donde pude comprobar que diez velas iluminaban a todos nuestros
espectadores. Decenas de fotos de nuestros amigos colmaban
estanterías y muebles del comedor y un edredón blanco invadía
parte del suelo. De la minicadena de uno de los estantes empezó a
sonar Saeglopur, de Sigur Ros, y nos sentamos en el edredón listos
para comernos la canción. Esto es lo máximo que puedo hacer por tu
fantasía, Martín, vamos a hacerlo delante de todos. Nos reímos y
te di las gracias por esa noche. Luego empezamos a frotarnos y a
fundirnos en los 1220 grados en los que se funde el hierro, siendo
cómplices de fotografías de los chicos y chicas de clase, de
profesores del instituto, incluso las había de tu hermano y de
algunos de mis primos que hasta la fecha te había presentado. Estando los
dos sentados abrazaste con tus rodillas mi espalda y perdimos la
noción de los días vividos hasta dicho momento, poco importaban
también los días venideros porque más allá de aquel comedor, más
allá de nuestros cuerpos, más allá de nuestros labios, estaba
aquel primer te quiero que dejamos escapar y nada más.
El aire de la mañana era
todavía una ligera brisa de lo que nos quedaba por vivir. Vientos
torrenciales, tormentas de arena, las aguas bravas del mar
Mediterráneo. Pero de viajar en velero construimos un barco
ballenero capaz de soportar el mal clima. ¿Dónde perdimos el norte?
Hoy en día sigo contemplando el atardecer, el sol tras la montañas
es una larga sombra de lo que fuimos.
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