lunes, 16 de julio de 2012

Microrrelatos para Micropersonas (XI)

Cucurucho de vainilla


Los dos callamos y aceptábamos de antemano la situación. Tú pensabas en ella al escribir y me ofrecías siempre un cucurucho de vainilla para que evitara preguntar. Bebías escocés con agua y a mí me caía el helado encima.

-¡Haz el favor de tener cuidado, Carlos! -y no volvías a dirigirme la palabra hasta la cena.

Existía un pacto no escrito entre nosotros. Ambos habíamos firmado un contrato inexistente de máximo respeto al más allá. Pero para nada nos importaban los silencios. Quedábamos tú y yo, y al menos, en ese momento,  nos parecía suficiente. Nos bastaba con mirarnos y continuar con aquella nueva rutina: tú intentabas escribir, yo intentaba tener cuidado.

Engañaría si dijera que no lloraba por dentro. Tú también engañarías. No oía tu pluma deslizarse sobre el lienzo. Sé que sentías la torpeza de la muerte ajena, el miedo de la tinta azul relatando la pesadumbre de seguir viviendo.

Me lo explicaste una tarde que, como de costumbre, tus folios continuaban intactos:

-A veces no puedo dormir. Así que pienso sobre cómo era. Incluso la enfermedad la mantuvo bonita, Carlos. A tu madre nunca nadie fue capaz de borrarle la sonrisa.

Luego te abracé y el cucurucho de vainilla se deshizo sobre la moqueta. Pero, para entonces, ese era el menor de los problemas.